29

21.2K 2.1K 1.1K
                                    

La primera semana fue difícil para Louis, lloraba a escondidas para que su madre o hermanas no se dieran cuenta de su debilidad, intentaba ser valiente como lo prometió, pero todo esa postura de hombre fuerte era derrocada al caer la noche. La segunda semana fue más soportable y con mucho más ánimo, hacía la cuenta regresiva de los días para ver a su padre, estaba alegre, inclusive iba a comprar solito en plan de ayudar a la mujer de la casa.

Los días mortíferos que faltaban se acabaron tan rápido como si hubieran contado del uno al tres. Charlotte y Félicité esperaban sonrientes la entrada de Brent junto con un colorido dibujo, la gemelas movían sus juguetes haciéndolos sonar ruidosamente, de alguna manera ellas sabían que era el regreso de su divertido padre, la mujer tenía preparado un rico estofado para la bienvenida y el pequeño Louis, valeroso, con su pecho lleno de orgullo por cuidar a su madre y hermanas, permanecía al lado de la puerta.

Golpearon tres veces la dura madera, pero era un sonido tétrico, vacío, monótono..., como la de un Guardia, aquel encargado que solo era utilizado para informar las malas noticias.

—¡Papá...! —gritó el castaño, poco a poco bajaba los decibeles al observar al gigante y uniformado hombre. Su ceño se frunció, ¿a qué hora llegaría él? Ya era muy tarde.

Su madre apareció detrás poniendo las manos en sus hombros, los apretó delicadamente, pero lo suficiente para traspasar el violento nerviosismo a su pequeño cuerpo. De pronto, percibió un vacío instalarse para siempre en su corazón, no entendía por qué, solo supo que iba a acrecentar con el tiempo hasta el punto de necesitar a alguien indispensable en su vida.

—Johannah Tomlinson, lamento decirle que su esposo, Brent Tomlinson, falleció hoy en un accidente automovilístico. La caravana en la que viajaba junto con otras one personas, volcó saliéndose del camino y causando una explosión segundos después... —le miró con lástima—. Mis sinceras condolencias. Con permiso.

La mujer estaba paralizada, siquiera botaba una débil respiración para saber si vivía y, así, tuviera la fuerza de continuar con su familia triste y destruida. ¿Cómo sobreviviría sin el amor de su vida? Ella negaba una y otra vez mientras que su hijo se dirigía al interior de la casa, callado, sin expresión, ni por asomo se escapaba una lágrima, reflejaba la mismísima nada. Sus ojos azules sin el brillo característico y se cuestionaba: ¿ahora... él era el hombre de la familia? ¿El que tenía que velar por su hermanas, cuidarlas, protegerlas de la maldad y el peligro? ¿Él ocuparía el puesto de Brent respecto al trabajo? ¿Y su niñez donde quedaría?

—¡Louis, ¿y papá?! ¿Dónde está? ¿Se ha escondido? ¿Estamos jugando a las escondidas? —Félicité preguntó tomando la mano de Charlotte, listas para comenzar el juego.

—Papá... —se arrodilló junto a ellas. Observó a su madre por encima de su hombro y los sollozos que retenía fueron la chispa para crear la primera mentira de la familia; sin embargo, sería revelada cuando tuvieran la edad suficiente—. Papá tiene que quedarse más tiempo en el trabajo. Puede que tarde mucho.

—¿Mucho, mucho? —Charlotte hizo un puchero.

—Mucho, mucho. —Se despidió de ambas con un beso corto en sus frentes y fue al destartalado cuarto a pensar en las obligaciones que en ese instante cayeron precipitadamente en él. Esperaba desempeñarse del mismo modo que Brent, aún muerto quería hacerle sentir orgulloso.

Se acostó en el cama y cerró sus entristecidos ojos, quiso olvidar todo, pensar que era una vil mentira, que su padre regresaría y jugaría con todos en la sala de estar, que seguirían siendo una unida familia, pero aquel intento falló cuando abrió los ojos y se vio envuelto en la lujosa habitación, acompañado de la compresiva soledad y la luz del amanecer.

Príncipes [Larry Stylinson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora