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Él había dejado a las pequeñas gemelas en el descolorido sillón marrón y comenzó a mirar a las dos preciosas niñas jugando con sus muñecas, a pesar de vivir siempre en la inmundicia, la felicidad de sus hijos cautivaba los alrededores y hacía pensar que tenían una casa, un hogar, como el de cualquier persona digna.

Sabía que su casta era cercana a la peor de todas, que debía preocuparse a cada segundo por sobrevivir y no terminar en la calle como los Ochos —más con una familia numerosa y mayoritariamente de infantes—, que esas ganancias que recibía de su solidario jefe no alcanzaba a cubrir todo el gasto que consumían; sabía que necesitaba idear algo para alejarse del agujero en el que iban a caer.

A regañadientes el pequeño Louis había aceptado la ida de su padre, era trabajo y se sacrificaba por ellos, lo entendía; sin embargo, era la primera vez que él se alejaría por tanto tiempo, la figura paterna no estaría cada tarde para abrazarles ni haciéndoles reír para que dejaran de lloriquear, pero a lo menos el castaño se reconfortaba con la rapidez que transcurrirían las dos tediosas semanas y luego, en un día radiante, estaría de vuelta su increíble padre.

—¿Ya te vas, papá? ¿N-No que era más tarde? —inquirió Louis con su voz chillona queriendo llorar—. Apenas son las doce.

—El viaje es largo, hijo, muy largo —le contestó Brent apenado.

—Oh... Está bien.

Estaba triste, no había manera de retener aquel sentimiento hasta que el hombre se fuera, siquiera las manos de su madre apoyándose en sus delgados hombros ahuyentaron el vacío y la decepción que se instalaba cómodamente en su corazón. Observó la lejanía construida con cada paso dado y sin retorno, las palmadas de apoyo que le daba su colega, también integrado en el viaje, la última sonrisa dirigida a sus pequeñas, a su gran orgullo y a su mujer.

Brent miró hacia adelante, una negrura acechó la escena y Lord Louis abrió los ojos.

Aún con su rostro somnoliento y decaído saludó a sus doncellas que le dieron un feliz buenos días y un sabroso desayuno en su cama. No quería recordar los fragmentos del sueño que todavía perduraban en su cabeza, de manera que empezó una divertida conversación con las jóvenes, divertida hasta que se convirtió en una dura interrogación donde estaba involucrado, principalmente, Harry Styles.

Sus respuestas deliberadas le hicieron pensar en él más de lo que le hubiera gustado, pero necesario para entender la contradictoria relación que mantenían. Louis detestaba el hecho de que fuera el príncipe de Holmes Chapel, ya que poseía poder y, por ende, hacer lo que se le diera la gana en cualquier momento y con quien quisiera; pensaba que el rizado no tenía exclusividad debido al sinfín de salivas compartidas con Jeremy y Kyle, y quién sabe con otros chicos más; pero debería comprender el modus operandi con el que practicaba cada día para conocer y ser conocido, tal vez en sus planes no estaba incluido el besar, más bien, sino por parte de los Seleccionados que querían conquistarlo mediante muestras de afecto demasiado comprometedoras.

Hasta aquel punto ya comprendía, en todo su esplendor, lo dicho por la reina Anne. Sin embargo, su miedo e inseguridad declaraba la guerra a las palabras de suplica de Su Majestad; también debía pensar en sus sentimientos, en el futuro, en intentar adquirir el riesgo de enamorarse y no ser correspondido, solo que ¡el maldito pesimismo tenía más posesión de su mente que su propia valentía! ¡Se comportaba igual que el mayor de los cobardes!

¿Y qué si terminaba con un corazón roto? ¿Cómo volvería a enamorarse si amaría al rey de ese entonces?

Necesitaba a alguien optimista a su lado. ¿Qué diría Lila? ¿Su hermana Charlotte? ¿O su madre? ¿Qué consejos de amor, apoyo o frases para subirle el ego le inculcarían?

Príncipes [Larry Stylinson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora