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Por primera vez, en todas sus noches en la Selección, durmió incómodo. La cama era esponjosa, se adaptaba al cuerpo y no causaba una mínima molestia, las frazadas de lino eran suaves, ofrecían el suficiente calor para cerrar los ojos plácidamente y olvidar el mal día o despojar la energía que sobraba. El problema que le atormentaba no era el lecho, era él. ¿Qué le pasaba? Mejor dicho: ¿qué pasaba por su mente?

Si ordenaba la inmensa maraña de palabras que se divertían mareándolo y formando más enredos en su somnolienta cabeza, prácticamente esos líos deletrearían "cita". Lord Louis escondió la cara entre la almohada e inhaló el familiar olor a realeza. No quería pensar en ello, pero esas cuatro letras, que confirmaban con ánimo el hecho, se repetían constantemente como un eco, un eco infinito incapaz de detenerse y callar en la lejanía.

«Le estoy dando mucha importancia al asunto», pensó deseando que alguna distracción apareciera de la nada.

Karis entró a la habitación, silenciosa, segura de que su Lord estaba bajo los efectos del sueño, todavía habitando en la inconsciencia como las otras veces. Pero se asustó al oírlo bufar y acomodarse en la cama.

—Buenos días, Lord Louis —le saludó, aunque después su semblante cambió a indeciso y tímido. El castaño se preocupó, pero antes de formular la pregunta, su duda fue respondida—. El príncipe me ha pedido que le avisara sobre su cita, será hoy en la tarde. De manera que tiene que levantarse para que podamos prepararlo y se vea guapo.

Él arrugó la nariz y farfulló—: No quiero verme guapo.

—Lastimosamente, usted es hermoso.

Lord Tomlinson se sonrojó y asintió, al menos todo lo que conllevaba la preparación él estaría muy ensimismado en sus doncellas riendo por la discordia que tendrían por el estilo del cabello. Bien, eso era lo que buscaba: distracción.

Sonrió perezosamente y se sentó estirando los brazos, hizo una mueca desagradable cuando escuchó sus huesos retorcerse. Iba a ordenarle a su doncella que llamara a las demás para dar inicio al proceso de embellecimiento, pero el sonido constante del teléfono interrumpió.

—¿Diga? —había contestado la doncella—. Bien. ¿Quién habla? —En el momento que oyó el nombre y apellido algo cambió en ella, fue extraño y potente, anómalo, lo cual lo pudo detectar el Siete—. Lila Gannaway, milord.

Louis agarró el aparato sonriéndole agradecido, pero por dentro gritaba su curiosidad por la actitud tan repentina de Karis, había picado algo en el castaño de querer saber. La muchacha aún con aquella sensación poderosa en su fuero interno corrió hacia la puerta y abandonó al Lord en señal de brindarle privacidad.

—Hola, Lila. ¿Cómo...? —preguntaba con cariño antes de que la voz exaltada de su amiga le rompiera el tímpano por su descubrimiento.

—¡Louis, ¿qué crees?! Llamé a la universidad como me dijiste y me dijeron que ella nunca había estudiado ahí, ¡siquiera postuló para entrar!

—¿Qué...? ¿Estás segura que era esa la universidad?

—Sí, recuerdo una llamada de mi padre con mi abuela y él lo dijo. Y, además, llamé al instituto donde había sido trasladada, pero ellos me dijeron que no hubo traslados en ese año por problemas laborales. ¡¿Lo entiendes?! —chilló alterada—. ¡Marylise jamás continuó sus estudios!

—¿Por qué tus padres engañarían a ti y tu hermano sobre eso? —inquirió desconcertado, de repente entusiasmado con el enigma—. Pero... Pero ¿llamaste a tus abuelos, le preguntaste sobre ella ahora que lo sabes?

—Sí... —sonó cabizbaja—, les grité y ellos me obligaron a que les pasara con mi padre... Yo solo quiero saber qué pasa aquí, qué oculta mi familia —resopló.

Príncipes [Larry Stylinson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora