—Ok —dijo Ett.

—Bien —aceptó Lorena; aquel día, sus largos bucles color caoba lucían salvajes, evidenciando que las otras dos niñas la habían peinado.

—¿Tomaste fotos, mami? —se emocionó Annie, y miró a Jessica con una enorme sonrisa.

Unos meses atrás, Hanna le había enseñado la técnica para revelar fotografías, dejándola fascinada.

Hanna les había contado que, antes de que naciera Matt, ella tenía un estudio fotográfico. No era secreto que ella amaba la fotografía, ¡le hacía fotos hasta al cielo!

—Sí —aseguró ella, pero no parecía contenta y ella siempre estaba de buen humor cuando hacía fotos—. Angelo —llamó ella al último que faltaba por contestar. O al menos el único que no mostró interés en el asunto; él seguía con Lorenzo jugando en sus consolas portátiles—, estoy revelando fotografías en el sótano. No bajen —le suplicó.

Él se encogió de hombros.

Poco tiempo luego, cuando llegó la pizza y todos fueron a la sala, Anneliese y Jessica se apartaron, disimuladas, y fueron hasta la puerta del sótano; lentamente, la rubia hizo girar la perilla mientras, la otra niña, veía que no se acercara nadie. Tenían intención de ver rápidamente las fotografías colgadas y volver antes de que alguien se diera cuenta.

Jessica asintió rápido, dándole luz verde a Annie, ella abrió la puerta y ambas se escabulleron, cerrando detrás de sí. Pero en el sótano las luces no estaban apagadas. Raro. Su mami apagaba las luces cuando iba a revelar fotos —sólo dejaba esa siniestra luz roja—.

—No hay nada —susurró Jess, terminando de bajar las escaleras.

—No —aceptó Annie.

¿Hanna? —terció una voz masculina.

Y, en otro momento, ambas niñas hubiesen corriendo, despavoridas, pero... ellas conocían esa voz.

—¿Hanna? —siguió Uriele, y salió del cuarto de baño.

Él llevaba pantalones, pero éstos los llevaba arremangados hasta por debajo de la rodilla —como si fuera a cruzar un charco—, calzaba sandalias —las de Raffaele—, se había quitado la camisa y tenía guantes de plástico en las manos; los guantes eran amarillos, por lo que resaltó la sustancia rojiza que cubrían parte de ellos.

—¿Papi? —se sorprendió Jessie. Él había dicho que saldría a Roma, con su hermano.

Uriele apretó los labios y cerró rápidamente la puerta, manchando de ese líquido rojo la perilla dorada; ignorando esto, se sacó los guantes, los hizo un ovillo y los botó sobre una mesa, luego se adelantó donde ellas.

—¿Y ustedes qué hacen aquí? —intentó sonreír.

Annie miró los guantes y luego la perilla.

—¿Eso es sangre, tío? —preguntó ella; conocía bien la sangre. Gracias a la hemofilia de Lorenzo, lo había visto tener hemorragias nasales.

—¿Qué? —él miró la perilla y se rió—. Oh, no. Claro que no. Es óxido de un tubo. Se tapó el lavamanos y tuve que hacerme cargo.

—¿Por eso no fuiste a Roma, con mi tío Raff? —preguntó Jessie, al tiempo que su padre la cargaba en brazos.

—Exacto —él le besó una mejilla—. Voy a alcanzarlo en un rato.

Hanna bajó las escaleras del sótano en ese momento, quedándose petrificada al ver ahí a las niñas. Uriele la miró a los ojos, con reproché; ella sacudió ligeramente la cabeza.

Ambrosía ©Where stories live. Discover now