Capítulo 9: La noche más larga

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Ahora estaríamos preparándonos para dormir en lugar de estar ahí.

Todo había sido mi culpa. El niño estaba a mi cuidado.

Yo era su tía, y su niñera desde que el pequeño había aprendido a andar, con aquellas diminutas garritas que tropezaban en cada piedra que se interponía en su camino, y caía, y volvía a levantarse para seguir explorando.

Y ahora, todo había terminado. No habría más días de paseos por la sabana. No habría más regaños por parte de Zazú. Ni aventuras sorprendentes dentro de lo cotidiano. Ni sentiría nunca más el golpe de sus patas al saltar sobre mí sorpresivamente. Ni escucharía su risa matutina al jugar con Vitani. Ni vería de nuevo su sonrisa chispeante, ni sus ojos radiantes de alegría. Todo había desaparecido. Se había esfumado sin la oportunidad de decirle adiós. Así, tan repentino como todo en la vida.

Lloré hasta sentir que las lágrimas empezaban a escurrir por mi pelaje hasta llegar a la herida de mi brazo. Mamá se había encargada de curarme cuando llegamos a casa, pero la mordida había sido profunda y tardaría en cerrar. La sal de mis lágrimas la lastimaba, pero poco era el dolor físico comparado con el que sentía por dentro.

— Lian, ya es hora — escuché la voz de Simba susurrando en mi oído.

Levanté la cabeza con pesar para toparme con la mirada del león. Lucía terrible, no recordaba cuando había sido la última vez que lo había visto así. Sus ojos estaban rojos, señal del llanto derramado, y en sus mejillas se había quedado dibujada la línea del camino seguido por las lágrimas mientras se perlaban por su rostro. Ahora parecía serio, como todo rey, pero por dentro estaba destruido.

Asentí con desgano, e igualmente me enjugué las pequeñas gotitas que habían quedado en mi rostro. Torpemente me puse de pie. Llevaba ahí casi una hora, y mis músculos estaban entumecidos. Bajé de la piedra tambaleante, siguiendo a mi hermano, y en la distancia escuché el retumbante eco de un relámpago.

Como si la situación no fuese lo bastante mala ya, esta noche habría otra tormenta. Parecía que la vida me odiaba.

Simba me condujo al interior del Árbol, donde toda la manada estaba ya reunida alrededor de la hoguera. Rafiki arrojaba a las brasas una serie de polvos y especias que avivaron la flama y la hicieron alzarse varios metros dentro del sicómoro. Estas liberaron unas diminutas chispas que se elevaron por el aire, directo al cielo.

Seguí las pequeñas morutas con la mirada, y descubrí así que la copa del árbol estaba abierta. El tronco, ligeramente curveado, se separaba en cientos de ramas que dejaban despejada el área sobre nosotros. Si no fuese por aquellas horribles nubes grises, podría apreciarse perfectamente el cielo estrellado acompañado por la luna creciente.

Según las historias, ese era el camino que las almas de los difuntos debían seguir para subir al cielo y reunirse con Ahieu y los Reyes del Pasado. El ritual de Rafiki las ayudaría a encontrar el camino. Bajé la mirada hasta la base de la hoguera. Esta había sido formada con ramas secas de diversos árboles de la sabana, cuya forma aún podía distinguirse entre los trozos de carbón. Me aparté un poco de esta para observar el lugar. Detrás de mi estaba el primer nicho, un agujero cavado entre las raíces principales del Árbol y, cuyas orillas, estaban decoradas con diversos patrones en tinta de colores vivos. Al centro, alguien había dibujado un león representando al propietario de la tumba. Esta estaba sellada definitivamente con una pesada roca grisácea que, gracias al tiempo, se había encarnado en el tronco y revestido con pequeños musgos.

Lian's StoryWhere stories live. Discover now