—Tú no te vas a Miami. —Abrí los ojos al escucharla, bajando la mano con el brazalete. ¿Me iba a decir ella lo que tenía o no qué hacer? —Tú te vienes conmigo a Miami.

Entonces todo me encajó. Por eso exigían que yo fuese la capitana, por eso estaban insistiendo tanto en mí, porque ella iba a ser la entrenadora.

—Así que haz las maletas y coge el brazalete morado, porque vas a seguir apretando los dientes en Miami.

* * *

Aunque todo parecía ir bien, era demasiado lío para nosotras. Primero, por el trabajo de Camila. ¿Qué iba a pasar ahora? ¿Lo iba a dejar? Estaba claro que aquello la hacía feliz, estar en activo, traer un sueldo a casa era lo que siempre había querido haciendo lo que fuese. Así que, con este conflicto entre manos, se lo comunicamos a Normani. Ella no reaccionó a la primera, porque a todos nos había pillado por sorpresa, y cuando tomó constancia de aquello, se dio cuenta de que todos nos íbamos. Era nueva en Portland, procedente de Nueva Orleans, así que tomó una decisión que a todos nos sorprendió; se venía con nosotros a Miami. Había pedido un traslado en su empresa, y con ella, también se iba su ayudante, que era Camila. Así, de golpe, nos habíamos mudado tres familias casi a un mismo vecindario.

Nuestra casa, la había elegido de forma que no fuese muy diferente a la anterior. Cristaleras y espacios abiertos, para que entrase la claridad, la luz, el sol, que corriese el aire y refrescase aquél calor y aquella humedad. La habitación de Maia era igual que la de Portland, pero más luminosa, pintada de azul claro para refrescar un poco la estancia, suelo de madera negra y muebles blancos. Además, el sofá era marrón chocolate, con una mesa transparente de vidrio en medio, y un gran televisor en la pared.

A decir verdad, todo había cambiado, y a la vez, nada.

* * *

En el patio del nuevo colegio de Maia, los niños corrían con el balón en los pies jugando al fútbol, tomaban su desayuno, y reían, saltaban a la comba los más mayores, y la pequeña los miraba a todos con los ojos bien abiertos.

En aquél colegio, también llevaba uniforme, solo que aquí en vez de leotardos para soportar el frío, llevaba simplemente calcetines, y no llevaba jersey, porque con el polo blanco de manga corta era suficiente.

Maia se acercó hasta el grupo de niños que tenían el balón, casi todos chicos, y mientras el juego se realizaba en la otra portería, cruzó el campo con una sonrisa, acercándose hasta el niño más mayor.

—Hola. —Dijo ella, y el niño la miró. —¿Puedo jugar con vosotros? —El niño negó, y en el rostro de Maia se formó un pequeño puchero, que al crío no le afectó. —¿Por qué no? —Al ver que el niño hablaba con Maia, los demás se acercaron a él, uno de ellos con el balón en las manos.

—Porque tú no puedes jugar, eres una niña. —Contestó el niño dándole un suave empujón a la pequeña para que se apartarse, y esta frunció aún más el puchero a punto de llorar.

—Mi mamá es una niña y juega al fútbol . —Replicó la pequeña, cruzándose de brazos con las lágrimas acechando con salir de sus ojos.

—Eso es mentira, tu madre no juega al fútbol. —Exclamó el niño del balón en las manos, soltándolo en el suelo para acercarse a la pequeña.

Estaba aterrada, desprotegida sin sus madres, y queriendo decirles que sí, queriendo gritarles que su madre jugaba al fútbol, pero para una niña tan pequeña no era posible expresar la verdad.

—¡Sí que juega! ¡Mi madre juega en Miami! ¡Mi mamá es Lauren! —Gritaba la pequeña, comenzando a llorar.

—¡Tú madre no es Lauren! ¡Eres una mentirosa! —Uno de los niños la empujó por la espalda de forma bastante bruta. La pequeña cayó al suelo de rodillas, y todos se empezaron a reír de ella. Maia, al escuchar aquellas crueles risas, no pudo evitar llorar aún más, porque le dolían las rodillas en las que se había hecho dos heridas, y sus manos, que habían quedado raspadas por el suelo. Era demasiado para una niña de cinco años, que además acababa de ser humillada.

a coat in the winter; camrenWhere stories live. Discover now