Cuando Maia se terminó de enjuagar el pelo, la saqué del agua en brazos y la enrollé en una toalla con la ayuda de Camila, quedándome con ella en brazos mirándonos en el espejo como si fuese un bebé.

—Mira, Mai, eres nuestro bebé. —Dije dándole un besito en la frente, y Camila pasó un brazo por mi cintura, dándole otro beso en el pelo acariciándolo con los dedos.

—¿Te gustan los brazos de mamá? ¿Sí? —Le preguntaba Camila a la vez que la pequeña asentía. Me gustaba cuando Camila decía aquellas cosas, cuando simplemente le hablaba de mí como su madre. —Pues ahora tienes que vestirte porque vamos a cenar, ¿vale? —Pero la pequeña negó refugiándose entre mis brazos. —¿Quieres quedarte con mamá? —Asintió mirando a su madre con aquellos ojos suplicantes, como un pequeño cachorrito, a los que su madre nunca podía decir que no. —Huh, está bien, iré a hacer la cena. —Antes de que se fuera, cogí su mano para atraerla hacia mí y darle un beso, y otro y otro, hasta que me separé y la vi riéndose.

—Ya te puedes ir. —Camila sacó la lengua arrugando la nariz, siendo la viva imagen de su hija, desapareciendo por la puerta. —Bueno, nos quedamos tú y yo solas. —Comenté poniéndola de pie encima de la taza del baño, quitándole la toalla para secarle el pelo con esta, frotándolo con las manos.

—Mami. —Retiré la toalla al escucharla, y cogí la ropa interior de encima del lavabo.

—Dime. —Dije poniéndola, sintiendo su manita en mi hombro para apoyarse al levantar una de las piernas.

—Mamá ya no llora. ¿Eso es que no me quiere? —Me quedé con su pantalón del pijama entre las manos, sin saber muy bien qué decirle. Aquellas cosas, aquella situación por la que Camila había pasado me revolvía el estómago sólo de pensarla.

—¿Has visto a mamá sonreír? —La pequeña asintió jugando con sus pequeñas manitas. —Pues cuando sonríe te quiere más aún.

—¿De verdad? —Le puse el pantalón y cogí la camiseta asintiendo con el ceño fruncido.

—Claro que es verdad, ¿cómo le iba a mentir yo a mi hija? ¿Eh? —Maia se reía entre dientes, alzando los bracitos para colocarle la camiseta del pijama, era gris con unos elefantes rosas que cubrían toda la superficie.

Le sequé el pelo y le puse sus zapatillas, bajando con ella al salón. No sabía cómo se las ingeniaba Camila para hacer una cena en media hora. Porque sí, yo sabía cocinar, pero tardaba mucho más que ella.

—¿Sabes algo de Miami? —Preguntó mientras yo tenía la boca llena de verdura, intentando tragar para poder responderle.

—Mmh... Sí. Algo sé. —Respondí con el ceño fruncido mientras cortaba el pollo. Me quedé en silencio.

—¿Me lo vas a contar o no? —Asentí con el vaso de agua en la mano, mirando a Maia que comía entretenida cortando las patitas de los 'pulpos' y las engullía con puré de patatas.

—No sé si debería fichar por Miami. No sé... —Suspiré frotándome las manos, y Camila me miró apoyando la barbilla en una de sus manos, sonriendo un poco. No sabía cómo interpretar aquello, pero sonreí también. Tomó mi mano por encima de la mesa y apretó un poco, lo suficiente.

Camila insistió en que ella recogería la cocina, y yo mientras debería acostar a Maia. La pequeña no podía más, la tuve que llevar en brazos —después de que casi se quedase dormida en el sofá con Dash— hasta su cama.

—Si te levantas y tienes sed, aquí tienes un vasito de agua. —Señalé la mesita de noche al lado, que tenía también una pequeña luz rosa que alumbraba la habitación en la oscuridad.

a coat in the winter; camrenWhere stories live. Discover now