Parado en el marco de la puerta, en completo silencio, se encontraba Matteo, quien ya tenía doce años.

Él los miraba a ambos frunciendo sus cejas oscuras —tan parecidas a las de él mismo—.

Mika se preguntó si su sobrino había entendido todo lo que habían dicho Hanna y él; sabía que, aunque Matt hablaba alemán, se le dificultaba comprenderlo todo cuando hablaban rápido. Además, eran pláticas bastante adultas.

Intentó convencerse de que él no había entendido nada y salió rápidamente, antes de que Hanna se diera cuenta de que había dicho, frente a uno de sus hijos, cosas que no debía.

*

Raffaele Petrelli no recordaba lo que había sucedido la noche anterior, eso era seguro, de lo contrario, no se habría sentado a la misma mesa que su familia, de manera tan cómoda.

Parecía dolerle la cabeza en exceso, y también parecía sospechar que algo no andaba muy bien con su mujer, ya que se esforzó por comenzar la charla.

Se encontraban en la cocina, desayunando.

Aquella mañana Angelo se había despertado temprano —al sentir a su hermana apretujarse contra él, en el sofá del sótano— y, al recordar su incómodo regreso a casa, decidió que quería poner una sonrisa en los labios de Annie, así que se levantó —a pesar de que él quería dormir todo lo que no pudo hacer durante esa semana, lejos de ella— y preparó crepas.

El aroma había atraído a Matteo y, un rato luego, Hanna se había reunido con ellos; y parecía tan avergonzada aún.

Ninguno mencionó nada de la noche anterior.

Desayunaron en silencio, hasta que Raffaele bajó a buscar suero. Vio entonces a sus hijos menores; besó a Annie y le acarició la cabeza a Angelo, dándoles la bienvenida a casa. No les preguntó sobre su viaje —no parecía tener las fuerzas—, pero se sentó para acompañarlos. Fue entonces, debido al silencio, que el hombre supuso que había cometido algún error la noche anterior; le acarició una mejilla a su mujer y ella se esforzó por regalarle una sonrisa.

—Aún les quedan todo agosto de vacaciones —comentó Raffaele, mirando a Angelo—. ¿Ya pensaron a dónde quieren ir? —preguntó, dirigiéndose a su mujer.

Hanna, envuelta en su bata de seda color beige, y sin una gota de maquillaje, sacudió la cabeza:

—Aún no —le dijo—. ¿No tienes trabajo?

Esta vez fue él quien negó; lucía demacrado, pero no lo suficiente desconectado como para no percibir el hastío de Matteo. Le dio un trago a su botella de suero y suspiró.

—¿Aún quieres ir a Bélgica, Matt? —siguió con él.

Todos en la mesa lo miraron. Más obvio no pudo ser que él estaba intentado ganarse su perdón por... por lo que fuera que hubiese hecho, la noche anterior.

Matt no levantó sus ojos grises de su plato ni siquiera para responderle; meneo la cabeza, en una negativa rotunda, y le dijo:

—La tía Irene irá a visitar a su familia, en Egipto; me iré con ellos.

Annie contempló a su hermano mayor en silencio. A Matt no le gustaba Egipto —él había acompañado en sus vacaciones a la familia del tío Uriele más que ninguno de sus hermanos, y siempre volvía quejándose—; peor aún, era que estaba intercambiando un viaje a Bélgica por, precisamente, un lugar que no le gustaba. Era obvio que él quería alejarse de sus padres —o, mejor dicho, de su padre—.

Raffaele asintió, aceptando el rechazo. Alargó la mano y acarició la nuca de Angelo.

—¿Y tú? —le preguntó con suavidad—. ¿A dónde quieres ir?

Angelo lo pensó por un momento; viajar nunca había sido algo que lo emocionara, precisamente —no el planearlo; aceptaba acompañar a su familia, sí, pero... lo aceptaba, únicamente—. Miró a Annie...

—Buenos Aires —decidió.

A Angelo le gustaba su casa; había nacido en Alemania, pero se había criado en Italia desde los tres meses y no había un lugar que le gustara más que su casa —Italia—, y Buenos Aires —gracias a la migración de italianos a Argentina— podría ofrecerle cercanía a su hogar, además de un montón de distracciones para sus padres... cada noche, por lo que, con Matteo en Egipto, podría quedarse con su hermana, a solas, cada noche.

—Vamos a Buenos Aires —repitió, completamente convencido.

Raffaele sonrió.

—¿Quieres ir a Argentina? —le preguntó a su mujer.

Y ella asintió con una sonrisa, aunque su desgano no podía ser más evidente.

—Bueno —aceptó él, luego se retiró.

En la mesa nuevamente reinó el silencio, hasta que él estuvo muy lejos, donde no podía escucharlos más, y entonces Hanna murmuró, suave:

—Gracias —no miraba a nadie en particular, no dijo por qué.

Todos comprendieron a lo que se refería: la discreción. El silencio.

*

Y aquellas fueron las mejores vacaciones familiares que tuvieron Angelo y Anneliese, y también las últimas.

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¿Notaron el cambio de lugar que visitaron? 7w7

A las conejitas bebés (así les llamo a las nuevas xd), les cuento: antes de editarlo, Angelo había elegido otro destino (uno al que sus padres estarían encantados de ir y entonces lo dejarían solo con la hermana xd... Conejitas, ¿recuerdan qué lugar era ése? 7w7), pero a petición de las amantes de Lucas (de Cuando las estrellas hablan) decidí reunirlos.

¡Y sí! La escena estará pronto disponible en CENSURATO (que sí, volverá 7w7).


Ambrosía ©Where stories live. Discover now