Capítulo 12.

6.3K 1K 113
                                    

El dolor matinal hacía que levantarse fuera aún más duro que antes. Hacía que su estómago se revolviese y su cabeza empezara a doler como el infierno aunque, bueno, eso no era culpa de la asfixa. Simplemente había pasado tiempo fuera los últimos días y había pillado una gripe, nada grave aún. Por culpa de aquello, a mitad del día estaba que se caería al suelo y no se levantaría y lo más probable era que se hubiese quedado inconsciente si Dipper no se hubiese dado cuenta. Sin preguntar nada, colocó la palma de su mano en la frente del demonio, quien protestó ante el contacto físico repentino.

—Tienes fiebre —concluyó el castaño, un poco sorprendido. ¿Bill se podía resfriar?— Anda, ven.

Con un poco de esfuerzo, le ayudó a levantarse del taburete de detrás la caja y subieron por las escaleras con algún pequeño mareo de por medio. Dipper obligó a Bill a que se tumbara y después de convencerlo bajó un momento a por medicamentos y un vaso de agua. Cuando llegó, se encontró al demonio todo tapado con mantas.

—No te tapes mucho o será peor —advirtió el chico tendiéndole el vaso y la pastilla—. Toma, te ayudará.

Bill tomó dudoso lo que Dipper le tendía. No sabía que era exactamente lo que aquella pastilla llevaba y el chico tenía más de una razón para intentar librarse de él, aunque el castaño no tenía tantas como para matar a alguien. Al final, se metió la pastilla en la boca y tragó con la ayuda del agua. En aquellos instantes, hasta el agua le sabía mal. Volvió a recostarse y sintió como el estómago le daba un vuelco. Empezaba a tener arcadas.

—Voy a por algo de hielo para que baje la fiebre, ahora vuelvo —Bill no podía creerse lo que estaba a punto de hacer. Antes de que el muchacho diera un paso, le agarró fuertemente de la mano, provocando un sobresalto en el castaño.

—No te vayas —suplicó. Dipper intentó ocultar el leve sonrojo que se había echo presente en sus mejillas. Al ver que no contestaba, el demonio volvió a hablar—. Por favor.

La mente del castaño enseguida atribuyó aquel cambio repentino en el rubio a la fiebre. Tenía que que ser por la fiebre, debía ser por la fiebre. Le dio un suave apretón de manos.

—No voy a irme a ninguna parte, pero tenemos que hacer algo con esa molesta fiebre —le soltó de la mano y volvió a retirarse de la habitación en silencio, igual que toda la cabaña, por suerte para la cabeza de Bill. Ni siquiera sabía porque había echo aquello y mientras pensaba, Dipper volvió en un santiamén con una bolsa congelada de guisantes.

—No había hielo, pero estaba esto —dijo colocando la bolsa en la frente del rubio, quien se quejó por el cambio de temperatura—. Muy típico de películas.

Con cuidado y con un libro en la mano, se sentó en una silla cerca de la cama en la que reposaba Bill y empezó a leer. A pesar de recordar -muy- poco de la  semana en la que el demonio isósceles desató el caos, recordaba cuando quemó los tres diarios en su cara. Aquellos libros si eran entretenidos y por desgracia, no había tenido la oportunidad de revisar más a fondo los otros dos diarios. Con un suspiro pasó de hoja. En blanco. Pasó la siguiente. Igual que la anterior. No recordaba que aquel libro estuviese en blanco y en cuanto subió la vista, maldijo a Bill con todo su ser; las letras estaban allí, flotando en el aire de forma desordenada.

—Bill, deja las letras en sus sitio, imbécil —el mencionado solo abrió los ojos y se encontró el panorama que tanto había alterado a su compañero.

—No, no. Justo ahora no —susurró de manera imperceptible mientras se incorporaba un poco otra vez.

Y lo intentó se todas maneras posibles, pero nada funcionaba. Sus poderes se estaban manifestando sin control alguno y su uso le estaba agotando. No aguantaría mucho más sin desfallecer y, gracias a Dios, en un movimiento de muñeca las letras volvieron a su sitio. Dipper, ya sea porque no iba a leer más o porque temía que las letras volvieran a flotar, cerró el libro y lo dejó en la estantería.

Mientras, Bill trataba de no morirse allí mismo. Claro hablando siempre metafóricamente aunque tampoco se alejaba mucho de los brazos de la muerte. Volvía a estar pálido y con ojeras marcadas, como aquel día cuando Dipper lo despertó. Algo iba mal y el castaño lo notó. Preocupado, se acercó a él. Lo odiaba sí, pero si de algo se había dado cuenta en el poco tiempo en el que "eso" había pasada, era de que también lo quería.

—¿Estás bien? —posó su mano en el hombro del enfermo. Era obvio que no, pero cualquier excusa para hablarle era válida.

—¿No ves que no? ¿O acaso eres idiota a parte de...? —miró fijamente a los oscuros ojos de su compañero. No quería pelear en aquel estado—. Déjalo.

Se dispuso a levantarse, pero enseguida que dio un paso, cayó inconsciente al suelo. El cuerpo no había aguantado la falta de energía y el agotamiento junto. Alterado, el castaño lo recogió enseguida del suelo y lo metió en la cama, con la excepción de que ahora él estaba a su lado. Miraba fijamente al otro, quien al parecer volvía a delirar de fiebre, ya que susurraba algo en una lengua desconocida para el muchacho.

Una tímida sonrisa se escapó de los labios de Dipper. Aquello era una completa locura. Abrazó al rubio y se dispuso a dormir, sin saber que todo aquello del desmayo solo había sido una jugarreta del demonio, quien planeaba asustarle después de que lo dejara en la cama y reírse un poco de Piney, pero estar tan cerca del chico le izo cambiar de idea. Tenerlo cerca le revolvía aún más el estómago, pero a pesar de eso, ese sentimiento era extrañamente cálido y reconfortante por lo que decidió no abrir lo ojos.

Solo tenía que fingir un poco más.

Fall •BillDip•  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora