14 - Ya iba siendo hora

21 2 0
                                    

Puaj, carne muerta. Lanzo hacia los arbustos el miembro amputado de la vampira, una delicada mano con la muñeca echa papilla. Ni yo hago semejante destrozo. Al menos no habitualmente. Me encantaría ver si de repente los dedos empiezan a moverse y van correteando detrás de su dueña. Sería la caña, pero lo más probable es que el cacho de carne termine pudriéndose entre ramas caídas y nieve embarrada. ¿Cuánto tardará en crecerle uno nuevo? Me pregunto si...

—La muy perra no puede irse de rositas —me increpa Diona, sacándome del ensimismamiento—. ¡Mira lo que ha hecho!

—¿De rositas? —exclamo mientras restriego la palma de la mano contra un árbol, dejando trocitos de sangre coagulada y cartílago en el tronco—. Perdona, guapa, pero ha perdido un útil apéndice y mucha sangre. Morirá desangrada antes de llegar a las lindes del bosque. Estará seca. Fin. Caput.

Sí, lo sé, estoy mintiendo. ¿Qué queréis? Soy medio demonio, eso de la traición, el esfuerzo mínimo y el engaño lo llevo en las venas. A menos que haya un contrato de por medio, en ese caso sorteamos la legalidad de una forma más sibilina y elegante.

Además, es lo mejor, sobre todo si queremos salir del bosque de una pieza.

—Espero que tengas razón... —Ahoga una risa amarga y baja la mirada hacia el joven vampiro—. Ha matado a Alexandr. No, lo he matado yo, ha sido por mi culpa.

A veces se me olvida que mi bruja también es mortal. Al parecer a ella le ocurre lo mismo.

—No digas chorradas —Me pongo a su lado y apoyo la mano en su hombro. Creo que a esto se le suele llamar 'consolar a alguien'—. Sabes que a los cadáveres andantes les encanta involucrar a inocentes en sus retorcidos planes. No te culpes, Di. —Mis dedos caen sutilmente, acariciándole el antebrazo—. ¿A estas alturas vas a ponerte a llorar por un muerto? ¿En serio? Es una pérdida de tiempo y no merece la pena hacerte daño así.

Rozo su muñeca, medio oculta en el bolsillo.

—Aunque me encanta cuando te pones sensiblera, con esos tiernos remordimientos humanos. Digas lo que digas, la muerte no es lo tuyo.

Un efímero rubor ilumina su pálido rostro. Es adorable. Me dan ganas de... Consigo contenerme a tiempo. En silencio, se deshace de mi mano y comienza a caminar en línea recta, yo la sigo. Ella chasquea los dedos y susurra una palabra. No tengo que mirar atrás para saber que los restos de Alexandr empiezan a arder rápidamente, como una pira funeraria empapada en gasolina.

Al menos ha dejado de insistir con lo de Suka.

La aventura del día ha terminado. O eso creo. De camino al taxi, al quinto paso la rodilla de Diona falla e, instintivamente, la cojo en volandas. Tanta magia de las narices pero no deja de ser carne blanda, deliciosamente frágil y vulnerable, a pesar de sus innumerables esfuerzos por aparentar lo contario. No puedo evitar sonreír.

—Te advertí que seguías débil, bruja cabezota.

—Suéltame —protesta contra mi pecho. Su orgullo está herido y, para ella, eso es peor que una mano amputada.

—No.

—¡Que me sueltes!

Puede que sea por su tono de voz, por el aroma del inminente amanecer o por la tenue incandescencia en su iris violeta, tan cercano y desconocido a la vez. El caso es que es entonces cuando decido que es hora de mi recompensa.

Inclino la cabeza y la beso.

No lo ve venir, me lo dice su mirada y su expresión rígida. Al principio se resiste, aprieta los dientes y frunce los labios, es un hueso duro de roer. Pero de improviso su boca se abre y me permite deslizarme en un jardín de sabores. Acaricio su lengua con la mía y me deleito en su aliento, que desprende un ligero olor eléctrico. Es la magia pura circulando por el pequeño cuerpo de mi bruja. Siento cómo roza mis dientes, afilados como agujas, y los evita con sorprendente naturalidad. Sería tan fácil cerrar la mandíbula, devorar cada uno de sus minúsculos y jugosos trozos de carne, sangre y energía vital. El ansia, siempre próxima, asoma su lujuriosa cabeza, aunque consigo bloquearla a tiempo para continuar adentrándome en esa boca con la que llevo soñando demasiados años.

Me gustaría decir que oigo campanas, que siento el crepitar de las llamas de la pasión o una chispa azul prende tras nuestra unión. No os hagáis ilusiones, ya os he dicho que las cursilerías del amor no tienen cabida en esta historia. Eso sí, el beso fue la hostia.

Nos separamos tras un instante congelado. Os aseguro que hacía mucho que no sonreía como lo hice en ese momento.

—Deuda saldada —le susurro con un sensual ronroneo a milímetros de su rostro. Por su mirada está claro que todavía tarda en bajar a la tierra. Bien, bien, embobar a una mujer siempre sube la autoestima de un medio-demonio—. ¿Acaso pensabas que te librarías de pagar? Recuerda lo que soy, y las tradiciones son las tradiciones. ¿O es que creías que un servicio de taxi completo, un secuestro, un asesinato, los amplios desperfectos a mi coche y la gasolina saldrían gratis? ¿De verdad?

Poco a poco lo va pillando. En realidad no somos nada complicados, nos gustan los tratos, que se cumpla la palabra, el quid pro quo y todo ese rollo. No se lo digáis, pero a Di se lo habría hecho gratis.

—Tendrías que habérmelo consultado. —Ella arruga la frente en lo que cree un gesto de disgusto, que en realidad es un mohín de chiquilla enfurruñada—. Lo que pasa es que eres un maldito envidioso...

Vale, ahí tiene más razón de la que quiero admitir, pero eso tampoco se lo digáis.

—Puede ser, pero si no me has chamuscado el pelo es porque no ha estado tan mal, ¿no?

La he cazado.

—No pienso decirte nada.

—¿Ni siquiera me hablarás de Nóvgorod? —Si cree que me he olvidado de lo ocurrido en el bosque, lo tiene claro. Se supone que somos amigos, que no tenemos secretos, o al menos nos contamos los más graves. Y la bomba que ha soltado antes es de un calado enorme—. ¿O de los upyri?

Ella gira la cabeza. La tengo atrapada entre mis brazos y no puede huir.

—¿Ni de Yaco?

Se sonroja y las piezas encajan. Noto una cálida llama cocinando mis vísceras desde dentro. Qué malos son los celos. Estoy pensando en cómo seguir presionándola para sonsacarle información cuando se me eriza el vello de la nuca. Es una advertencia de magia oscura en el ambiente. Nada más entrar al claro, ahí está, apoyado en la puerta del conductor de mi taxi, jugando con su navaja automática.

—Mieeeeeeeeeeerda.

El tocapelotas de Mordekai nos espera. Seguro que era él el motorista que nos ha seguido. No me gusta nada encontrármelo aquí, no me gusta nada que esté junto a mi coche y, sobre todo, no me gusta nada de nada la larga mirada de arriba abajo que le lanza a Diona y cómo se pasa la lengua por los labios de forma lasciva.

Mierda, mierda, mierda.


Sasha - Mestizo de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora