Prólogo

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Tengo una casa cutre, un trabajo cutre y ropa cutre. Mi vida es aburrida, tremendamente anodina. Irritante y odiosa. Insufrible y tediosa. Un asco.

Bueno, vale, puede que no sea para tanto. Tal vez es solo que estoy cabreado y quiero desahogarme. Pero es lo que tiene ser un mestizo, un metish. El destino tuvo la mala hostia de colocarme en medio de dos mundos, rodeado de más mundos y más gente que me odia y piensa que yo tengo la culpa de estar en el punto intermedio donde converge la existencia de todo tipo de seres, vivos o muertos, de esta u otra dimensión. Y eso, queridos lectores, es una mierda. Una auténtica mierda.

Os podría contar mi nacimiento, la muerte de mi madre, cuando me encontró mi verdadero padre o mi educación a manos de varios hermanastros, cada uno de ellos más exigente y más cabrón que el anterior. La paciencia no es un rasgo común entre los nuestros. También podría narraros mi emancipación, el día en que saboreé el primer corazón humano o aquella vez que luché por orgullo a las puertas del más allá. Que por cierto están más cerca de lo que los mortales pensáis.

Gilipolleces. Eso es lo que son. Tonterías que no vienen a cuento. Lo que aquí os quiero contar fue algo que me afectó con más fuerza y que a mis tiernos 45 años me afectó más de lo que pretendía. Tal vez porque me impliqué demasiado, tal vez por poner en peligro mi existencia y salvaguardar el de otra persona, tal vez porque me enamoré...

No, es coña. Solo quería contarla porque salgo bastante genial.

Y es verdad que necesito desahogarme.

Todo empezó, como suele ocurrir en estos casos, con una llamada telefónica de madrugada.

—Sasha, te necesito.

Tan simple, tan absurdo. Suspiré sentado en la cama. Eran las tres de la mañana y con escuchar la voz de Diona supe que mi pesadilla acababa de empezar.

Sasha - Mestizo de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora