II. EL ABANDONADO

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-Pero de aquí a entonces, hay que vivir alerta -dijo Harbert.


-Muy alerta, amigos míos -añadió Ciro-, y por lo mismo les ruego que limiten sus


excursiones de caza a las inmediaciones del Palacio de granito.


Terminó la comida con menos animación de lo que Pencroff había esperado.


Así, pues, los colonos no habían sido los primeros ni los únicos habitantes de la isla.


Desde el incidente del grano de plomo, éste era un hecho incontestable, y semejante


revelación no podía menos de suscitar viva inquietud en el ánimo de los colonos.


Ciro Smith y Gedeón Spilett, antes de dormirse, hablaron mucho de estas cosas. Se


preguntaron si por acaso este incidente tendría conexión con las circunstancias


inexplicables de la salvación del ingeniero y otras particularidades extrañas que ya


muchas veces les había chocado. Sin embargo, Ciro Smith, después de haber discutido


el pro y el contra de la cuestión, dijo:


-Bueno, ¿quiere usted saber mi opinión, querido Spilett?


-Sí, Ciro.


-Pues bien, yo creo que por mucho que busquemos y por minuciosamente que


exploremos la isla no encontraremos nada.


A la mañana siguiente, Pencroff puso manos a la obra. No se trataba de hacer una


canoa con cuadernas y tablones de forro, sino sólo un aparato flotante de fondo plano,


que sería excelente para navegar por el río de la Merced, sobre todo cerca de sus


fuentes, donde el agua era poco profunda. Trozos de corteza de árbol, unidos uno a otro,


debían bastar para formar la ligera embarcación y, en caso de que por dificultades


naturales fuera necesario transportarla a brazo, no ofrecería grandes dificultades.


Pencroff contaba formar la sutura de las tiras de corteza con clavos remachados,


asegurando así con la perfecta adherencia de unas a otras la completa impermeabilidad


del aparato.


Había que elegir árboles cuya corteza flexible y consistente al mismo tiempo fuese a


propósito para el objeto. Precisamente el último huracán había abatido bastantes


douglasias que convenían perfectamente a este género de construcción. Varios de estos


abetos yacían en el suelo y sólo había que descortezarlos, si bien esto fue lo más difícil


dada la imperfección de las herramientas que poseían los colonos, pero al fin se logró lo


deseado.


Mientras el marino, secundado por el ingeniero, se ocupaba sin perder tiempo en esta


tarea, Gedeón Spilett y Harbert no estuvieron ociosos. Se habían hecho proveedores de


la colonia. El periodista no se cansaba de admirar al joven, que había adquirido una


destreza notable en el manejo del arco y del venablo. Harbert mostraba también audacia,

La isla misteriosa-Julio VerneWhere stories live. Discover now