—Pues me cambiaré, porque no quiero eso. —Dice riendo.

De repente el celular de Hanna empieza a sonar y vibrar a mi lado. Varios mensajes están entrando. Antes de que esta lo tome me apresuro a hacerlo yo. Son mensajes de él.

—Dice que está abajo. —Le informo. Puedo ver cómo su rostro cambia por completo por lo que sonrió extendiéndole el teléfono. —Suerte. —Le digo en el momento que esta acomoda todo en su bolsa.

–Te amo. ¡Adiós! —Exclama para luego salir corriendo de la habitación y posteriormente de la casa. Hacía mucho que no la veía ilusionada con alguien en serio.

Tras unos minutos me pongo de pie para entonces empezar a recoger las palomitas que había caído en el suelo. No había terminado de recogerlas cuando de repente empiezan a tocar la puerta. Por la insistencia con la cual lo hace, tocando el timbre de manera consecutiva sin detenerse estresándome al instante asumo que es Hanna. Probablemente se le ha quedado algo. Al ponerme de pie veo sus llaves en encima de la mesita de noche del lado izquierdo, por lo que sin pensarlo las tomo y salgo de la habitación, hasta el momento Hanna no dejaba de tocar el tiempo.

— ¡Ya voy! ¡Ya voy! —Grito mientras avanzo hacia la puesta. — ¡No toques la puerta así maldición, que es molesto además dañarás el timbre! —Gruño entregándole las llaves. —Toma y la próxima vez... —Me callo de golpe en el momento que me doy cuenta de que no es Hanna quien se encuentra frente a mí, sino un hombre alto, vestido de traje azul marino, rostro de que da denotar el paso de los años, ha de tener cincuenta o sesenta, su cabello ya con canas parece que ha empezado a caérsele por los finos de sus hebras y sus entradas más pronunciadas. El señor me observa confundido o más bien sorprendido, pero su expresión no ha de superar la mía. Al reaccionar, rápidamente le quito las llaves que le había entregado para luego retroceder unos pasos, se las di sin siquiera mirar. —Lo siento, pensé que era mi amiga. —Me disculpo avergonzada. Mis palabras parecen regresarlo en sí del asombro que cargaba, ya que se aclara la voz al mismo tiempo que se endereza un más de ser posible. — ¿Cómo puedo ayudarle? —Indago mirándolo.

— ¿Tú eres Madison Willson? —Indaga devuelta.

—Así es. —Asiento.

Este frunce el ceño dudoso, como si no me creyera, para luego buscar algo en el bolsillo interno de su chaqueta. De esta saca lo que parece que es una fotografía. En la parte de atrás observo que tiene escrito mi nombre "Madison Willson" por lo que no puedo evitar sentirme extrañada. El señor acerca la fotografía a mi rostro para luego examinarnos. Por la altura en la cual la sostiene no soy capaz de ver la imagen, sin embargo, esto cambia cuando le da la vuelta para leer el nombre. Es una foto mía, bastante reciente, y lo sé porque en esta llevo puesto el atuendo que cargaba ayer.

Tras escrutar la fotografía y convencerse de que efectivamente yo soy la persona que busca. Guarda la imagen de donde la saco, para luego sin previo aviso adentrarse en el apartamento haciéndome a un lado, su acción me toma desprevenida, pero no tardo en reaccionar, por lo que lo sigo de cerca.

— ¿Qué cree que hace? —Indago en tono serio, pero él no hace más que ignorarme, ya que se encuentra demasiado ocupado recorriendo mi casa con la mirada. Por la manera en la cual la observa no parece ser de su agrado. Sus expresiones lo delatan. — ¿Quién es usted?

—Mi nombre es Andrés Evans. —Se presenta aún con su vista fija en su entorno.

—Su nombre no me dice nada. —Murmuro, no obstante, lo que pienso para mí, término diciéndolo en voz alta por lo que este voltea a verme, mientras me muestra una sonrisa burlona.

—Considérame el padre de Aidan Evans. —Inicia. —Supongo que su nombre te suena y dice algo ¿cierto? —Me cuestiona.

— ¿Usted es el padre de Aidan? —Indago dudosa.

ALÉJATE DE MÍDonde viven las historias. Descúbrelo ahora