CAPÍTULO 14. El bueno y el malo.

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El blanco marea. Es lo único a lo que he llagado tras tres días seguidos dentro de la misma sala de interrogatorios... Y con la misma ropa. Doy asco. Todo da asco en realidad. Incluso la incesable melodía de Claro de luna de Debussy. Ya la odio, y eso que era una de las pocas cosas que me gustaba. Tal vez sea una nueva forma de tortura.

En esos tres días no me han quitado las esposas y me traen la comida cuando me quedo dormida, con la cabeza apoyada incómodamente sobre la mesa. Mis músculos están atrofiados, al igual que mi mente. Sé que me observan, han buscado la manera de poner una cámara en el techo sin que yo me diese cuenta. Solo por eso me mantengo firme. No podrán conmigo.

Sigo sin entender como es que aún estoy cuerda. Cualquiera en mi lugar habría perdido la chaveta a la cuarta repetición de Claro de luna.

Pero yo no.

-Uno, dos, tres, cuatro, cinco...- Miro hacia la cámara durante largo rato,- seis, siete, ocho, nueve, diez.- Dirijo mi mirada al frente y la clavo en la blanca pared.- Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos... Uno.

Si tengo la capacidad de contar, a pesar de mi atrofio mental, también tengo la capacidad de pensar en la forma de salir de esa tortuosa habitación con un blanco que ya empezaba a tornarse infernal.

¡El sujetador!

Sonrío internamente al darme cuenta que el sujetador que llevo tiene aros de aluminio en las copas.

Apoyo la frente en la superficie de la mesa y, con las manos esposadas, hurgo dentro de mi camisa hasta llegar al sujetador y romper la tela para poder sacar el aro. Me cuesta, pero lo consigo. Si no ha entrado nadie aún es que no sospechan o, que no están mirando. Me agarro a la segunda opción con fe que me he obligado a autoinfundarme. Saco el aro y me incorporo, manteniendo justo debajo de la mesa las manos. Toco el aro con los dedos, los extremos están redondeados para no causar dolor en caso de que la tela del sujetador se rompa. Doblo, una y otra vez, el aro hasta partirlo por la mitad y que me sirva de arma.

Tiro una de las mitades al suelo y uso la otra para raspar mis muñecas al punto de hacerme sangre. La sangre hará que las esposas resbalen y que, con suerte, consiga liberar mis muñecas.

Aguanto el dolor que me estoy causando para no levantar sospechas. Me trago las lágrimas y los quejidos. Noto la espesa sangre empapar mi muñeca, entonces, sostengo el aro, lleno de sangre, entre mis piernas y me dispongo a sacar la muñeca derecha de las esposas para luego seguir con la izquierda.

-Vamos, soy fuerte... Yo puedo.-Una gruesa lágrima resbala por mi mejilla hasta llegar a mi cuello.

Minutos después consigo librarme de las esposas. Sonrío satisfecha.

Un hombre, vestido de blanco, abre la puerta y le cede el paso a Arthur M. Green, el nuevo presidente de los Estados Unidos, el hombre de blanco cierra la puerta y nos deja a ambos allí, solos.

-Entiendo que estés llorando, Leah.-Dice en tono tranquilizador.- Supongo que confesarás el paradero de los Espectros.

-¿Por qué lo supone?-Me mantengo dura, sin un atisbo de debilidad que él pueda usar en mi contra.

Muestra una media sonrisa que podría dejar sin respiración a cualquier mujer.

-Nadie ha aguantado tanto como tú. Los que han ocultado Espectros han confesado a las dos horas de entrar aquí. Tú llevas tres días... Tu voluntad es admirable, pero tu cabezonería temeraria. Tú y tus amigos corréis con la ventaja de ser menores de edad, si entregas a los Espectros quedaréis libres de culpa.

-Lo siento, no.

No veo su expresión porque tengo los ojos clavados en la sangre que mancha mis pantalones pero, siento el retumbar de la mesa cuando la golpea con fiereza. Aún no se ha dado cuenta de que me he quitado las esposas y de que tengo un aro afilado que puedo usar como arma y, que no dudo en hacerlo. Saco de debajo de la mesa mis manos ensangrentadas y, sin esperarlo, le clavo el aro en su mano. Suelta un alarido de dolor, con la mano sana intenta atraparme pero, me levanto tirando la silla al suelo y, le regalo una buena bofetada que lo deja con la boca abierta debido a la impresión.

Corro hacia la puerta y la abro, el hombre de blanco se sorprende al verme y aprovecho su sorpresa para actuar. Lo empujo con fuerza y se golpea con el pomo de la puerta de enfrente en la cabeza. No me detengo a ver como está, echo a correr como alma que lleva el diablo por los estrechos pasillos blancos. Dos guardias, también vestidos de blanco, corren tras de mí.

Giro hacia la derecha por un pasillo algo más amplio y me encuentro con un extintor colgado en la pared. Lo cojo y espero a que los guardia crucen el pasillo donde me encuentro. Saco la anilla y me preparo para dispararles la espuma.

Los escucho acercarse y en cuanto los veo presiono el manillar. Ambos guardias caen hacia atrás, bien por la presión o por que resbalan. A uno de ellos se le escurre la pistola de la mano izquierda y la cojo antes de salir corriendo de nuevo, lanzándole el extintor a un tercer guardia que llega dispuesto a cogerme.

Seguro saben por donde estoy gracias a las cámaras, pero no me importa. Me detengo justo al lado de una puerta con una ventana en forma de ojo de buey y sellada con un cristal irrompible. Me entra la curiosidad y miro. Un niño da la espalda a la puerta, juega con varios muñecos y coches, entonces, me mira. Thieraux.

-¡Ahí está! ¡Cogedla!- Los tres guardias de blanco, tras un agente de la C.R.E con uniforme negro, corren hacia mí.

Voy hacia la derecha y bajo unas escaleras por las que suben otros tres agentes de la C.R.E, entre ellos, el agente que golpeó a mi amigo y estaba en el psiquiátrico. Miro hacia arriba y me encuentro al presidente, con la mano ensangrentada, mirándome con decepción. Alzo el arma hacia el presidente y corro hacia arriba para ponerme a su espalda y seguir bajando usándolo como escudo.

-Si intentáis algo lo mato.-Digo con seguridad.

-Leah. No tienes que hacer esto. No somos los malos, los Espectros a los que brindes ayuda te están usando.

-Claro que sí. ¿Thieraux también es malo?

-No sé quien es.-Dice con voz temblorosa.

-El niño que tenéis encerrado.

Bajo las escaleras casi sin ver por culpa de su elevada altura. Al llegar a la planta baja, alguien me coge por detrás y me aparta del presidente.

-¿Está bien, señor?- La voz de Christian, justo en mi oído izquierdo, me produce cosquilleos. Me quita el arma y la tira al suelo.

Todos los guardias y agentes que me seguían llegan a donde estamos, cansados de correr y mojados por la espuma.

-No seas falso-Digo.- sé que es tu hermano. Ya sabía yo que no eres tan listo para estar donde estás. Para eso tienes a tu hermanito.

-Vaya Arthur- ríe,- creía que era un secreto.-Aprieta con mucha más fuerza mis brazos, clavando sus dedos en mi carne.

-Sí, Chris. Lo sigue siendo. Debido a que no nos dirá nada y que posee un alto nivel de peligrosidad... No podemos arriesgarnos.

-¿A qué?- Pregunto.

-A dejarte con vida, Leah.-Contesta Christian en una carcajada.- Tú misma te los has buscado.

Lo último que ven mis ojos de Arthur M. Green antes de que Christian me arrastre por un oscuro pasillo es su diabólica sonrisa.

Spectrum ©Where stories live. Discover now