Tal vez una monja poseída.

Se hospedaban en un ala cerrada de un convento, los cuales a Annie no le gustaban. Nunca le habían gustado. Le daban miedo. Se imaginaba que eran una especie de manicomios antiguos, o prisiones para mujeres que sus familias consideraban vergüenzas, donde incontables crímenes se habían cometido y personas habían muerto.

Se calzó sus pantuflas de conejo y se mordió un labio, mirando sobre su hombro, buscando la cama de la profesora que las acompañaba; les habían advertido no salir de la cama luego de las diez de la noche y, aunque a Anneliese no le gustaba desobedecer, realmente quería tomar esa llamada.

Se dirigió al cuarto de baño en la habitación; todas las chicas de segundo grado dormían en la misma recámara alargada —cual orfanato—, pero tenían un gran cuarto de baño a su disposición —uno tenebroso, a opinión de Annie, como el de un manicomio gubernamental—.

Se encerró en el último sanitario y aceptó la llamada.

—Hola —le dijo.

—Hola, conejita. ¿Por qué no respondías?

—Acá es casi media noche, Angelo —susurró ella—. Te voy por dos horas.

—¿Te desperté?

—No. Estaba esperándote. ¿Por qué no me llamaste antes?

—Mi celular se descargó en el avión y recién llegamos a la casa donde nos quedaremos. Te estoy hablando conectado al cargador.

Annie sonrió por la confesión.

—¿Se están quedando en una casa ustedes solos?

—Sí. ¿Tú estás en el convento? —tanteó.

Los viajes decampo no sólo eran al mismo país, para cada grado, siempre —Grecia para segundo y Londres para tercero—: también, cada año, se hospedaban en los mismos lugares.

—Sí. Está helado.

—Ya sé. ¿Cómo te sientes?

Ahm. Con algo de miedo. El convento es feo.

—¿Por qué miedo? Sólo es una construcción vieja, no pasa nada.

—¿No me ataca ningún monstruo? —jugó ella.

—No —siguió él, cariñoso.

—¿Ningún loco muerto?

Él se rió:

—No. No lo creo.

Ella suspiró.

—... Me siento un poco ansiosa.

—¿Por qué?

—Pues... Es que realmente quiero conocer los templos, pero habrá tanta agua. Además..., las monjas —Annie realmente les tenía miedo; las consideraba crueles e indolentes.

Angelo guardó silencio por un rato.

—¿Quieres que hable con papá, para que alguien vaya a buscarte?

—No, no... Tal vez es sólo la primera noche. Puede que mañana me sienta mejor.

—Bueno, pero si quieres volver--

—Te lo diré —lo interrumpió.

—Por favor.

Hubo una pausa.

—¿Y, tú? ¿Cómo estás? —continuó ella—. ¿Ya me extrañas?

—No mucho —mintió él.

Ambrosía ©Where stories live. Discover now