Capítulo 24

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PSICHE
(Psique)

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—¿Qué? —preguntó Anneliese, cuando su hermano detuvo la lectura. Había cumplido ocho años un par de meses atrás.

Angelo leía para su hermana mitología griega; Eros sería el cuento para dormir, de Anneliese, ésa noche.

El niño sacudió la cabeza, con la vista clavada en el libro.

—Ya había leído esta palabra antes —le explicó.

—¿Cuál? —se interesó ella.

—Psique —dijo él, y lo pensó por un par de segundos más, antes de fruncir el ceño—. Mente —dijo al fin.

—¿Qué? —preguntó ella, ladeando ligeramente su cabeza hacia un lado; sus rizos rubios cayeron por su hombro izquierdo.

—En mi libro, la palabra «Psique» hacía referencia a la mente y, aquí, en el mito, representa al alma.

Anneliese hizo un sonidito con la nariz, intentado comprenderlo.

—¿La mente y el alma son lo mismo? —le preguntó al fin.

—No —él sacudió la cabeza—. La mente es racional y, el alma... —no supo cómo clasificarla.

La niña esperó un momento, interesada en la explicación —ellos tenían un léxico amplio gracias a todos los libros que él leía para ella—, pero la explicación jamás llegó así que Annie se aventuró:

—¿Sentimental?

El niño frunció el ceño; ella continuó:

—Si la mente piensa, entonces el alma siente.

Angelo pareció meditar sus palabras; sus ojos grises recorrían el rostro de su hermana y pensaba en que, a él, quien lo hacía sentirse emocionado, o feliz..., o angustiado, era ella. Sólo ella. Entonces, si el alma hacía sentir...

—Tú eres mi alma —determinó él.

*

El teléfono celular de Anneliese vibró bajo su almohada y ella abrió los ojos de inmediato, pues no estaba dormida; a pesar de que en Grecia pasaban de las 11:30 p. m., ella esperaba su llamada.

Sabía que no pasaría la noche sin que la llamara; pocas horas atrás había llegado a Atenas, junto a su grupo escolar. Cada año, la última semana de julio —para cerrar el ciclo escolar—, el Istituto Cattolico Montecorvino hacía un viaje de campo, por siete días, a algún país europeo.

Y aunque Anneliese Petrelli estaba concluyendo su segundo año, era el primer viaje al que asistía; era el primer viaje que su padre le permitía hacer, pues ella le había suplicado: a pesar de temerle a las numerosas playas del mediterráneo, Anneliese quería conocer Grecia desde que era niña; había crecido leyendo mitos griegos cual cuentos de hadas, o escuchándolos de su hermano, como relatos para dormir. Los mitos y leyendas, en general, eran de sus lecturas favoritas y, aquel primer día, desde que llegó, estuvo dando un repaso a los mitos de los templos que visitarían, al día siguiente —verificando qué tan cerca de las playas estaban—, hasta que una de las profesoras le ordenó ir a la cama, y aunque al día siguiente le esperaba una larga caminata, ella no se durmió: sabía que él la llamaría.

La muchacha cogió su teléfono y, cuando se puso de pie, chirreó la litera metálica que le fue asignada. Por fortuna, Annie había conseguido la parte baja de una litera vacía; estaba convencida de que las altas cederían bajo su peso —eran tan frágiles y antiguas que seguramente no aguantarían ni sus cuarenta y cinco kilos—. Además..., temía despertar y encontrarse, pegado al techo, cual araña, alguna especie de engendro.

Ambrosía ©Where stories live. Discover now