Capítulo XVI: 11 de Febrero

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_Bueno –dijo aclarándose la garganta mientras jugueteaba con mis dedos que cobijaban los suyos con la mirada perdida- La verdadera historia de Anabelle y yo no fue tan romántica como todos piensan que fue: nos conocimos en un bar de Cotsworlds, ella era la mejor amiga de la novia del momento de Dalí. Recuerdo que llovía cuando nos conocimos; un aguacero campal había comenzado justo cuando yo había entrado en el  bar, había llegado de ultimo y venia de una reunión  con el ánimo turbado. Hicimos empatía a penas nos presentaron y comenzamos una relación formal 2 meses después que al cabo de 1 año terminó en matrimonio y 6 meses después en ese pedacito de cielo que estas cuidado tú.

Paro en seco su discurso  y poso nuevamente sus ojos en los míos, mi inconsciente se deshizo como castillo de arena atacado por una ola, sonreí.

_Las cosas se pusieron duras luego –Continuó aun jugando con mis dedos pero mirándome ahora fijamente- el puerperio y la desregulación hormonal sufrida tras el nacimiento de Grazia desataron en ella un cuadro agudo de psicosis, que según tengo entendido estaba presente en las mujeres de la familia de generación en generación. Asistimos a todos los psiquiatras  ninguno dio otra solución que empezara terapia farmacológica, pero ella era terca como una mula –emitió una risa melancólica y bajo la mirada volviendo a jugar con mis dedos-  nunca quiso tomarlas, a veces tocaba triturárselas en la comida, disolverlas con el jugo o ese tipo de cosas, pero ella era muy lista y más de una vez me tomo con las manos en la masa.

Volvió a reír con tristeza y no soporté más, lo abracé, el recuerdo lo estaba matando y con él a mí de paso. Reposada su cabeza en mi pecho siguió con la historia mientras acariciaba aún la mano que acobijaba la suya.

_Pero una noche todo se salió de control, era 11 de febrero, creo que jamás olvidaré esa fecha –suspiro pesadamente y deshizo nuestro abrazo quedando frente a mí con las esmeraldas empañadas-  ella llevaba una semana sin tomar medicamentos y discutíamos al respecto, gritaba y decía cosas sin sentido, Grazia no paraba de llorar en el cuarto y me sentía desesperado.  Nunca jamás me había disgustado tanto con ella, estaba llevando al límite todo y parecía no importarle en lo absoluto la vida de su hija. Había decidido irme esa noche y dejarla sola hasta que se le pasara la histeria. Pero cuando bajaba las escaleras dispuesto a pasar la noche en el hotel del pueblo corrió tras de mí en ese estado de locura en que estaba, dio una pisada en falso y calló por las escaleras rodando y chocando con fuerza con los ventanales de vidrio, rompiéndolos y cayendo estrepitosamente hacia la puerta principal donde finalmente murió por la contusión tan grande. Era todo un mar rojo de sangre yo gritaba y no paraba de llorar pues si nunca me hubiese querido ir ella nucna hubiera muerto. Soy yo el causante de su muerte. Soy un asesino.

_Claro que no lo eres- dije resoluta abrazándolo con más fuerza, como queriendo consolarle- La culpa no es tuya, ni siquiera de ella, a veces es solo el fortuito destino que cada quien labra. Tú fuiste un esposo amoroso y preocupado tanto así que preferiste marcharte antes de hacerle daño con palabras hirientes.   

Alessandro se separó de mis brazos con los ojos empapados de lágrimas y me dedico una sonrisa compuesta que mezclaba el agradecimiento con la sorpresa. Me acarició la mejilla y me beso la nariz. Duramos en silencio un par de minutos mientras el hombre se recomponía, había servido otro poco de Clicquot y en silencio tomábamos sorbos pequeños.

_ ¿Crees que todos se comieron el cuento de nuestro matrimonio? –pregunte por fin tratando de cambiar el tema.

_Yo sí creo –dijo alzando los hombros y sirviendo un poco más de champán en nuestras copas- No tienes de qué preocuparte Nía. La que de verdad me preocupa es Grazia, se ha tomado muy bien eso de nuestro “matrimonio” y no quiero que mal interprete las cosas.

Un Cuarto para las 12.Where stories live. Discover now