1. Mía

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            Golpeé la mesa del bar con la palma de la mano y el vaso con whisky fue directo hacia mí. No tenía la menor idea de lo que la chica que se hallaba sentada en mis piernas decía, ya que el alcohol había accedido a puntos en mi cerebro que no lograban hacer que reaccione de inmediato.

Bebí el vaso de un solo sorbo y continué pasando las manos por sus largas piernas.

Exacto, me veía patético. Un pobre borracho desconsolado que anduvo llorando de bar en bar y teniendo relaciones con la primera que se interpusiera en su camino.

O se ofreciera. Daba igual.

Mi teléfono vibró en mi bolsillo trasero, pero lo ignoré de inmediato. Mis hermanos estuvieron llamándome como locos las últimas horas. Estaba seguro de que sabían por donde estuve pero preferían darme mi espacio.

¿Por qué? Todo era culpa de Nataly. Me había encariñado tanto con ella pero nunca lo quise admitir en voz alta, y en ese momento ya nada valía la pena. Fui un cobarde por nunca arreglar totalmente las cosas. Mis hermanas pudieron conllevar todo lo que implicaba ser un agente de la CIA y tener una pareja al mismo tiempo, ¿qué era lo que me impidió seguir sus pasos? O al menos, tomar en parte el valor que ellas sí tuvieron.

De nuevo, era consciente de lo patético que me seguía viendo en ese momento. Totalmente ebrio pero consciente de mí alrededor.

La rubia en mis piernas comenzó a dejar lentos besos en mi cuello e imágenes de Nataly asaltaron mi mente. Su sonrisa socarrona era presente en mis pensamientos cada minuto desde que se fue, ni siquiera la chica con la que intentaba reemplazarla era comparación.

Mi móvil volvió a vibrar y continué ignorándolo, como había hecho siempre.

-¿Te gusta ignorar a tu hermana favorita? –Preguntó una conocida voz cerca de mí.

Levanté el rostro confundido y me encontré con los penetrantes ojos de Mía. Fruncí el ceño, no muy seguro de si era el alcohol jugándome una mala pasada.

-Al parecer aparte de borracho, estás mudo. O sordo. –Contraatacó de nuevo.

Fijó su mirada a la rubia y la miró de pies a cabeza, como sólo ella sabía hacer. Los ojos cargados de desprecio y repugnancia, entendiendo totalmente el panorama frente a ella.

-¡Puaj! ¿Y esto, hermanito? Pensé que podías lograr algo mucho mejor. –Frunció la nariz con asco. –A ver, rubita, creo que James tuvo suficiente de basura como tú por una noche.

-¿Perdón? –La rubia habló con su voz chillona, poniéndose de pie. Al menos tenía carácter. -¿Quién eres tú?

Mía hizo una mueca y movió la mano con desprecio.

-Eso no te importa. Ahora, mueve ese trasero de silicona hacia la pista de baile, o la salida, antes de que meta mis botas en algún agujero negro.

No puede evitar soltar una risa triste pero contagiosa, sintiendo de repente lo mucho que necesitaba hacerlo.

La rubia me miró como esperando algo de apoyo, pero decidí encogerme de hombros.

Mía se acercó cuando la chica se fue y me miró mal. Aunque tenía ese aspecto despreocupado de siempre, podía ver el temor en sus ojos. Tenía puesta una camiseta blanca de tirantes, un pantalón ajustado y unas botas al estilo militar. Había pasado mucho tiempo, pero seguía siendo la misma. Al menos ella sí.

James LassenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora