Había sido Raimondo quien lo diseñó y armó, realmente —era a él a quien le gustaba la tecnología—. Angelo sólo había agregado el reconocimiento de voz y Lorenzo él té.

Ellos ganaron el primer lugar regional con él, y se ganaron el primer lugar nacional cuando el robot no tomó la orden de uno de los jueces —negándole un té— hasta que Lorenzo hizo uso de la modificación de Raimondo y le dijo «Por favor»; los modales eran importantes hasta para un robot. Participaron después en la liga Europea, de la cual los descalificaron: antes de la competencia, ellos habían hecho una modificación más: la crema ya no salía por el mismo conducto que el café —una tetera en su mano izquierda—, sino por un pequeño tubo en la pelvis del robot que, previamente, él estimulaba con su robótica mano derecha, simulando una eyaculación.

Un juez los había llamado «obscenos» y los otros, aunque se rieron, estuvieron de acuerdo en anular su participación.

Entonces, a mitad de la charla, Raimondo perdió la expresión y se quedó mirando en dirección a la ventana de la salita:

—¿Rai? —lo llamó Marcello.

Él no respondió. Marcello comprobó el qué parecía haber impresionado tanto a su amigo y pudo ver a Angelo y Rita besándose. No pudo evitar torcer un nuevo gesto.

—Llegué a pensar que era marica —confesó él—. Una de closet, frustrada y malhumorada.

Gino, el mejor amigo de Fabio, se rió: la verdad era que sentía mucho rencor por Angelo —aunque reconocía que Fabio se había pasado al lanzarle un cappuccino a Annie, no consideraba que mereciera la golpiza que Angelo le había dado—, así que se rió; siempre se reía con ganas, cuando alguien hablaba mal de él.

Hey —Marcello llamó de nuevo a su amigo, dándole un golpe suave, en el hombro—. ¿Te sientes bien? —se preocupó.

—Jess —Marcello cogió por la muñeca a la chica, quien pasaba cerca de ellos—. Raimondo es... —había comenzado a decir, cuando éste volteó a verlo.

—¿Qué? —preguntó, y miró a la prima de su novia—: ¿Qué te pasó? —ella tenía todo su vestido, color crema, húmedo del pecho—. ¿Estás bien?

—Sí, un idiota me tiró su vaso de soda encima —liberó su mano de Marcello (no le gustaba que él la tocara), y le preguntó—: ¿qué pasó?

Marcello sacudió su cabeza, negando necesitar algo ya. Jess se encogió de hombros y buscó a su prima con la mirada; no la encontró.

—¿No viste a Annie? —preguntó a Raimondo.

—Estaba con Carlo, ¿no?

Sí, justo ahí la había dejado Jess, pero Annie ya no seguía ahí. Fue con el capitán del equipo de soccer para saber a dónde había ido ella.

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Angelo vio a Jessica mirar también hacia las escaleras y su sospecha se confirmó: Anneliese se había marchado.

Nunca pensó en que ella haría eso. No la creía capaz de salir sola y andar en un barrio tan... Para ver a Valentino, ella sí salía sola a la calle.

Frunció el ceño, recordando que, de camino a casa del entrenador, entre las calles que se volvían cada vez más angostas, contó siete pandillas de vagos. Se relamió los labios, intentando acordarse de qué tan corto era el vestido de su hermana y qué tan llamativas eran las alhajas que llevaba. Le dio un trago a su vaso de soda; tenía que dejar de pensar de ese modo. Annie estaría bien. Seguramente volvería a casa, aunque... ¿ella sabía cómo hacerlo? ¿Alguna vez había estado ella en esa parte de la ciudad? ¿Qué tal si se perdía?

Ambrosía ©Where stories live. Discover now