CAPÍTULO IX

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Era una bella tarde de otoño en la que Vladisvlaus había ido a visitar a Agnese. Le había llegado un bello y gran ramo de rosas negras, y cada vez se sentía más seguro de su amor hacia ella. Pero había algo que impedía su declaración, y era la naturaleza de ambos. Desde que Oysten era el líder, los matrimonios con humanos estaban permitidos. Aunque aún existía una minoría que los repudiaba, y eran los más antiguos y aquellos que aún deseaban que Vaklash sigiuera gobernandolos. De entre éstos, estaba Merkel Sargot.

Jolánka llegó con una tetera de té rojo. Ella también sabía de los sentimientos de su hermana hacia aquel vampiro. Estaba en un dilema porque no sabía qué iba a pasar si se enteraba de la verdad. Vladisvlaus la hacía realmente feliz, pero ella pensaba que eran de la misma naturaleza. Sin embargo, las mentiras no pueden ocultarse siempre. 

Aquel dulce y delicioso olor carmesí de la sangre de la sangre de Agnese desesperaba al enamorado inmortal. Lentamente su amor hacia aquella humana lo acababa, y sus ganas de pasar sus labios, sus dientes y su lengua por su cuello lo destruían. Era totalmente consciente de lo prohibido que era ese amor, de la reacción que ella tendría al saber la verdad. Era algo que quería evitar. Es por eso que cuando se despidió de la chica con un beso discreto en la mejilla, y a medianoche la visitó. 

En su forma humanoide negra besó su mejilla de nuevo, ésta vez cerca de los labios y le dejó una rosa negra junto a una nota. Con los ojos llenos de lágrimas inició su vuelo lejos. Iría a Alemania, donde su amigo Oysten. Era un buen lugar, además de que ahí vivía su ex amante, Merkel Sargot. Nunca era tarde para regresar a los viejos colchones. 

♥♥♥

Cuando la chica despertó esa mañana, una gran sonrisa se dibujó en su rostro al ver lo que había sobre su mesa de noche. Pero la mueca cambió drásticamente al leer el contenido de aquella carta. 

"Mi rosa negra: 

Me disculpo por mi repentina partida, pero me fue necesaria. Tengo muchas cosas que solucionar en mi vida, y por eso decidí tomar distancia. Volveré en cuanto haya arreglado todo... Y te diré qué pasó. No sé cuánto tiempo será. Cuídate mucho mi rosa negra, no permitas que nadie te arranque del jardín. 

Eternas lunas, Vladisvlaus Dracullia"

Las lágrimas empezaron a salir y correr la tinta roja. Jolánka la leyó y abrazó a su hermana, brindándole consuelo. Ella, sin embargo, se imaginaba que tarde o temprano él huiría. Agnese sintió como una bala se atoraba en su corazón, y lo mataba lentamente. Su mundo se venía abajo.  Pidió estar a solas en su bañera. 

En la soledad del baño, cubierta de agua y pétalos de rosa hasta los hombros, las lágrimas saladas formaron parte de la mezcla con la que se aseaba. No podía creer todavía las palabras que le dedicó aquel vampiro. En silencio, susurró: 

—Vladisvlaus, ¿por qué te fuiste así? Yo... yo te amo...

Fueron las palabras más difíciles que salieron de sus labios.

¿Qué iba a pasar de ahora en más? La crema de la alta sociedad húngara esperaba que ellos se casaran... Aunque otra parte, una minoría, esperaba que la boda sea con otra persona... Y por el momento ellos ganaron. Por su mente se reprodujeron como una película cada momento juntos, desde que se conocieron hasta la última vez que vio aquellos ojos hipnotizantes.  

Su madre entró al baño con una taza de leche tibia, y le acarició los cabellos a modo de consuelo. 

—No te molestes con Jolánka porque ella no encontró la nota abierta en tu habitación, fui yo. Sé cuán enamorada estás de ese muchacho, pero no sufras por él. Reprime tus emociones, recuerda que debes siempre sonreír. A los otros muchachos les gustan las mujeres sonrientes y tranquilas. Si Vladisvlaus se fue, es por alguna razón. No lo esperes, sigue tu vida. ¿Te imaginas si el hombre era casado? ¡No quiero ni pensarlo! ¡Hubiéramos sido la peor vergüenza de nuestra clase! Una horrible mancha en nuestro apellido que no se abría podido borrar.

—Sólo eso es lo que les importa: que yo me case y deje herederos para no ser la vergüenza de la ciudad. No les importa mi felicidad, ni lo que yo pueda sentir. Él era la única persona con la que podía hablar de cualquier tema sin sentirme presionada a callarlo o medir mis palabras. Vladisvlaus volverá en algún momento y me buscará, estoy segura —respondió, por primera vez, molesta. 

Cuando salió de su baño, Jola la arregló y salieron de la mansión. La chica necesitaba despejarse, dejar de pensar en todo un momento. Fueron a desayunar a un café. Todo marchaba bien en la reunión hasta que Ethzard Diferzen llegó y se invitó a hacerle compañía. Traía unos chocolates bajo el brazo. 

♥♥♥

Esa noche, Agnese comió sin decir una palabra. Estaba molesta con sus padres por la actitud que habían tenido. No le dieron apoyo, sólo la presionaron para que buscara alguien más para casarse. ¿Qué clase de progenitores haría eso? Únicamente se despidió de Jolánka y subió a dormir. 

♥♥♥

Lord Fithzerzandvich despertó a las tres de la madrugada, sudando. Se sentó en la cama y frotó sus ojos. Una sombra humanoide color gris le sonreía desde la puerta entreabierta. Lo había estado espiando. Volvió a frotarse los ojos y ésta vez la sombra estaba tres pasos dentro de la habitación. Se levantó con una vela encendida y el ser empezó a llamarlo por su nombre. 

—Jesenzar Fithzerzandvich...—susrraba con una dulce y aterradora voz. 

El hombre la siguió, por toda la mansión. Sentía que estaba volviéndose loco o que era una pesadilla. Quizás ambas cosas. Sabía que no podría ser Agnese Zarker, puesto que había dejado de existir. ¿Entonces quién era? ¿Su hermana? En caso de ser así, ¿que querría y cómo lo había encontrado? Podía escuchar sus fuertes y acelerados latidos en toda la propiedad, y parecía bañarse en sudor. Temía que le hiciera algo a su familia. 

El recorrido finalizó en el sótano, justo en el espacio secreto donde estaban guardadas las pertenencias de Agnese Zarker. La figura recobró su forma natural. Era Jolánka, usando uno de los vestidos de su madre y un peinado como el de ella. El hombre palideció al verla, y estuvo a punto de sufrir una isquemia. Cada vello de su cuerpo se erizó, y sudor se intensificó. Jolánka sonrió y dejó a la vista sus colmillos. Abrió sus ojos, y sus iris estaban rojas. 

—Me sorprende que no te hayas olvidado de ella... Y que jamás te hubieras dado cuenta —le dijo, por fin, a su padre. 

—Yo no soy culpable de lo que le sucedió, créeme que quería casarme con ella pero...

—...Pero Vaklash lo impidió y no tuviste el coraje para huir con ella lejos de aquí...—lo interrumpió—. Conozco la historia, qué trágico y triste final... Una mujer embarazada encadenada como si hubiera cometido un delito, asesinada después del parto y una niña huérfana...

—Jamás me dijeron dónde la tenían. De haberlo sabido la hubiera ido a buscar.

—¿Alguna vez pensaste en la hija que tuviste? La primera de ellas...

—Durante años pensé en qué habría sido de ti... Si eras niño o niña, si estabas viva o no, si alguien que seguía a Vaklash o no te habría adoptado. Nunca supe dónde estaba tu madre, tampoco dónde estabas tú. ¿Cómo nos encontraste? 

—Después de años en un orfanato donde me obligaban a comer sopa e ir a la iglesia cada domingo, un día se despertó mi lado no humano. Me persiguieron por kilómetros hasta que logré desaparecer en forma de niebla y el viento me trajo aquí. Buscaba un lugar donde quedarme y entonces me enteré que buscabas sirvienta para Agnese. Yo lo supe desde un principio y me encargué de que las demás candidatas no fueran. Agnese es mi hermana, y mi único interés en ella es protegerla de todo mal. Eso incluyen los candidatos a futuros maridos que tienes pensados para ella.

Y sin decir más, desapareció. 

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—Tiempo sin verte, viejo amigo —sonrió Merkel Sargot cuando vio a su ex amante en la reunión. 

—Tiempo sin verte a ti tampoco —respondió él. 


La condesa (Reescribiendo)Where stories live. Discover now