CAPÍTULO IV

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—Agnese, despierta. Ya es hora de despertarse —como cada mañana Jolánka la despertó para iniciar la rutina—. Vamos Agnese, tengo una sorpresa para ti. 

Ante la insistencia, la chica se sentó en la cama. Tenía las mejillas marcadas por la sábana. Jolie le enseñó un sobre negro cerrado con una cinta roja. La pelinegra lo abrió y de su interior sacó una hoja blanca escrita en algo que se asemejaba a la tinta roja. La leyó en voz alta. 

"Lady Fithzerzandvich: 

Hace poco más de una semana que nos conocemos, pero permíteme decirte que estos diez días han sido los mejores de mi larga vida. Siempre despierto sintiendome sólo, porque no estás a mi lado. Si pudieras imaginar los deseos que tengo de cenar contigo a la luz de la luna llena, ver como tu sonrisa me llena el alma y como tus ojos opacan a las estrellas cada noche...

No sé cómo se llama ésto que siento, pero estoy seguro de que es algo hermoso y que me hace sentir vivo. Permítame recitarle un poema de Shakespeare, que es mi escritor favorito. Algo me dice que a usted también le gusta mucho. 

De los hermosos el retoño ansiamos
para que su rosal no muera nunca,
pues cuando el tiempo su esplendor marchite
guardará su memoria su heredero.

Pero tú, que tus propios ojos amas,
para nutrir la luz, tu esencia quemas
y hambre produces en donde hay hartura,
demasiado cruel y hostil contigo.

Tú que eres hoy del mundo fresco adorno,
pregón de la radiante primavera,
sepultas tu poder en el capullo,

dulce egoísta que malgasta ahorrando.
Del mundo ten piedad: que tú y la tumba,
ávidos, lo que es suyo no devoren.

Imagínate la gran felicidad que nació en mí desde el momento en que aceptaste bailar conmigo. Tus ojos me hipnotizaron, y cada vez que pienso en tu bello rostro me vuelvo loco, porque tu angelical belleza me traslada a otro mundo, uno del que soy prisionero y que no quiero salir, porque disfruto de mi eterno encierro en ellos.

Te doy un consejo de amigos: la otra noche fui a un bar y uno de los hombres más ancianos (cuyo nombre aún no recuerdo) dijo que él sabe lo que le pasó a la primer esposa. El hombre me contaba que Lord Stoker era abusivo, y que la mató porque sospechaba que el niño que llevaba en su vientre no era suyo. No sé si habrá sido verdad, estaba borracho. Espero que tu padre no te entregue a un sujeto como ese, un asesino... 

Esto es todo por ahora, me despido y hasta nuevas escrituras. Saludos eternos, Conde Dracullia"

Mira nada más que bellas palabras —le sonrió Jolánka—. Te gustó tanto que la sangre se subió a tus mejillas.

—¿Tú crees? —respondió con una gran sonrisa.

—Claro, deberías escribirle una respuesta. Deja que yo se la envíe.

—Se la enviaré yo, creo que sé dónde vive el Conde —contestó decidida. 

Llegó la hora de almorzar, y los progenitores notaron de inmediato la mirada perdida de la chica. Sabían perfectamente que estaba pensando en alguien. Había que estar ciego para no darse cuenta que ella estaba enamorada de ese hombre. ¿Y cómo no estarlo del hombre que te hace bailar con gracia y elegancia, te escribe poemas y te regala rosas negras? Y lo más importante: ¿cómo no estar enamorada de un hombre que dese tenerte pero acepta tu forma de ser, tan terca y obstinada? Para cualquier vivo los ojos de Dracullia eran irrestibles, y era imposible no estar hipnotizado al verlos fijamente. Solo faltaba que ella misma se diera cuenta. 

Después de la comida, se encerró en la biblioteca con una taza de té. Armada con una hoja y una pluma, escribió una respuesta.

"Conde Vladisvlaus Dracullia: 

La condesa (Reescribiendo)Where stories live. Discover now