CAPÍTULO III

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Estaban a punto de empezar la cena, cuando el mayordomo de Lord Fithzerzandvich les anunció que tenían visitas. Era el Conde Vladisvlaus Dracullia. Agnese hizo esa mirada que hacía desde pequeña, con la cual su padre accedía al instante. Ordenó al mayordomo que lo hiciera pasar y a Jolánka que le pusiera platos y cubiertos, y que bajase a la bodega a sacar un vino. 

En cuanto Vladisvlaus cruzó la gran puerta marrón, los mismos olores ingresaron en sus pulmones, los cuales eran inútiles ya que no respiraba nunca. El mayordomo era humano, los Fithzerzandvich también, Agnese olía a rosa y el cuello de su vestido ocultaba una importante arteria que podía verse debajo de su piel, y Jolánka... Solo la mitad de su olor era humano, y la otra mitad era como el suyo. Y además los latidos de Jola eran más débiles que los de Agnese. Esto confirmaba su teoría. 

Se sentó frente a la chica y le sonrió ampliamente, provocando un sonrojo en la blanca carne de sus mejillas. El camarero sirvió vino tinto en la copa del invitado, y Lord Fithzerzandvich preguntó serio.

—¿Qué lo trae por aquí a éstas horas de la noche? 

Los presentes miraron al dueño de casa, sorprendidos por la brusquedad con la que formuló la pregunta al invitado. Sin embargo, Vladisvalus respondió con cortesía.

—Quiero conocerlos. Según escuché, ustedes son una de las familias más poderosas del pueblo.

—Haya sido el que le dijo eso, está en lo cierto. ¿Usted es poderoso? ¿O lo era en Rumania? —preguntó la madre de Agnese como si hubiera adivinado las intenciones del hombre. 

—Soy Conde en Rumania, aún manejo mi puesto desde aquí —contestó él y acto seguido se llevó un trozo de carne jugosa y roja a la boca. 

—¿Y su esposa? 

—Mi esposa murió hace ya tiempo. No me volví a casar porque quiero conocer a alguien que de verdad me haga feliz. Por esa razón vine aquí, es momento de conocer a alguien nuevo —explicó. Luego bebió un sorbo de vino. 

—No crea que le daré a mi hija así y sin más. Debo confiar en usted, y verificar si puede mantenerla —se quejó Lord Fithzerzandvich mientras limpiaba sus labios con una servilleta. 

—Nadie dijo que vine aquí a pedir su permiso para casarme con su hija. Sé que usted es terrateniente y quería hablar sobre negocios. 

El ambiente se puso tenso. Dracullia podía sentir el palpitar del otro hombre. Sabía que desconfiaba de él y tenía mucha razón. Agnese estaba sorprendida de que su padre pensara que cada hombre que la hablara era para proponerle matrimonio. Por su parte, el invitado no despegaba su mirada de la chica, y con cada segundo se hacía más evidente. 

No había pasado la mitad de la comida cuanto Lord Fithzerzandvich le pidió amablemente que se retirara. Jolánka lo llevó hasta la puerta, y por fin pudo identificar de quién provenía ese olor híbrido. Ella era un híbrido, su sangre era híbrida y sus poderes eran la mitad de fuertes que los del resto. Aún así, era una de los suyos, sin importar su lado humano. 

—¿Tu madre era Agnese Zarker? —le preguntó en la entrada, mientras la pelirroja lo ayudaba a ponerse el saco.

—Sí, era ella...¿Cómo? —fue interrumpida a la mitad de la oración, y las pupilas de su acompañante pasaron de ser redondeadas a parecer las de un reptil. 

—Una gran amiga, Agnese Zarker... Lástima que desapareció, la hubieran pasado bien anoche...—contestó Vladisvlaus y se fue en su coche negro. 

♥♥♥

Jolánka subió a su cuarto y puso una mano en el espejo, que apenas podía reflejarla. Miró a la ventana y vio la luna, que esa noche estaba llena y su luz era la más blanca que había visto en sus diecinueve años. Su estómago rugió. Hace diez días que no se alimentaba y moría de hambre. Y como si fuera poco, cuando la luna estaba llena aumentaba su poder y sus deseos de alimentarse. 

Empezó a llover a cántaros. En su desesperación, sus uñas aumentaron de tamaño. Sin poder evitarlo rompió la madera y extrajo una larva. El insecto empezó a retorcerse en su boca y agonizar con cada mordisco. Su sabor era amargo y asqueroso, pero la mantendría tranquila unas cuantas horas, al menos hasta que sus amos se fueran a dormir. Se tiró en la cama, sus manos sudorosas ocultaban sus ojos, los cuales ya habían tomado la misma forma que Dracullia antes de irse. 

♥♥♥

Agnese esperaba impaciente en su cuarto hasta que Jolie bajara para acostarla. En la espera, pensó que aquel hombre era realmente atractivo y la había cautivado con cada una de sus palabras. Pero tenía  apenas diecisiete años y no sabía si estaba enamorada de él. Le atraía el misterio que lo envolviía, y sus ojos tan verdes que hipnotizaban a cualquiera que se quede mirándolo por largo tiempo (¡Y vaya que era cierto!). La mucama entró, y ella notó lo pálida que estaba.

—Jola, estás pálida ¿sucede algo? —preguntó. 

—Nada de lo que debas preocuparte, solo no estuve comiendo bien en éstos días. Pero si hablamos de coloraciones, tú estás rosada, ¿acaso es por la visita de Vladisvlaus? 

—No estoy segura. Hay algo en él que me atrae, que me llama a conocerlo más a fondo... ¿Nunca sentiste que hay algo que te dice qué es lo que pasará? 

—No, jamás lo sentí —mintió—. Tal vez te estás enamorando de él. Pero ya duérmete, que es tarde.

Agnese apoyó su cabeza en la almohada y al instante quedó dormida. 

♥♥♥

Un pequeño murciélago sobrevolaba los alrededores de la mansión, y se detuvo en la ventana de Jolánka a espiarla. El animal  vio cómo la desesperada híbrida cazaba un ratón gris con sus propias manos, y clavaba sus largos y afilados colmillos para succionar cada gota de su sangre. Aquel roedor quedó seco, y los ojos de la chica pasaron de ser rojos a verdes otra vez. Su piel recobró su color natural, pero aún no estaba satisfecha. Necesitaba sangre... humana. 

♥♥♥

Agnese despertó en la madrugada, con la sensación de sentirse observada. Se sentó en la cama y sus ojos pasearon por cada centímetro de la habitación en penumbras. Le pareció ver que una figura negra desaparecía por el borde de su ventana. Se levantó y corrió las cortinas. Lo único que vio fue un murciélago parado en el borde de su balcón. Las barbas del animal tenían unas pequeñas gotitas rojas. Asustada revisó sus brazos y piernas, pero no tenía nada. Sintió algo húmedo en su cuello y llevó sus dedos ahí. No tenía nada, salvo un poco de saliva espesa. Se limpió con una toalla y volvió a acostarse. En su mesa de noche encontró una rosa negra y una carta. prendió una vela y la leyó.

"A la rosa negra del jardín: 

Quiero disculparme con usted por la forma en que le hablé a su padre en la cena. Sucede que pierdo el control al estar frente a una bella dama, sobre todo si tiene un cabello tan negro como el carbón, una piel tan blanca y suave como los pétalos de una orquídea, y labios tan rojos como la sangre. Permítame decirle que es una mujer por la que cualquier hombre mataría. 

¡Afortunado aquel que se atreva a pedir su mano! 

Me vi envuelto en la duda de qué flor regalarle, así que decidí una rosa negra, porque usted, mi Lady, es una rosa negra. Porque es hermosa y extraña, tan difícil de encontrar. Porque usted no es como las demás rosas, que al ser tan hermosas permiten que sean despojadas de sus raíces, espinas y hojas, sólo para no lastimar a aquel que las tome en sus manos. Afortunado debe ser aquel que se atreva a pincharse con sus espinas, y un tonto aquel que quiera despojarla de ellas. En mi opinión, la flor más bella es aquella que permite ser tomada, pero con sus espinas, y usted es para mí la flor más bella. No habrá mujer en la eternidad que se parezca a usted. 

Eternos saludos, Vladisvlaus Dracullia. "

Sonrió mientras leía la carta y decidió poner esa rosa en un jarrón con agua. Con el candelabro en su mano derecha, se bajó de la cama y empezó a caminar con cuidado hasta la cocina. En su caminata, volvió a sentir que alguien la espiaba y se dio la vuelta. No vio nada más que la oscuridad total. Siguió su camino sin sentir miedo. Sin embargo, una figura negra no dejaba de seguirla. 

En la cocina agarró un viejo florero de porcelana y lo llenó de agua. Miró hacia arriba y la figura humanoide desapareció en las penumbras, sin dejar rastro. Sin embargo, no sentía miedo. Volvió a subir y dejó su rosa en el florero. Corrió las cortinas y el mamífero ya no estaba ahí. Nuevamente se quedó dormida, con la carta sobre su pecho.  

La condesa (Reescribiendo)Where stories live. Discover now