CAPÍTULO VII

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Esa tarde, Agnese recibió una sorpresa después de su clase de ballet. Vladisvlaus estaba en su casa, con una gran caja morada en sus manos. La chica, después de cambiarse, fue a recibirlo con una gran sonrisa. Le entregó el regalo, y le pidió adivinar su contenido. El contenido de la caja se movía y ronroneaba. De inmediato supo que era un felino. Y efectivamente, le había regalado un gato negro. Jolánka los miró con una sonrisa desde atrás de las cortinas. Para los vampiros, regalar un gato negro era símbolo de amor... Pero la sonrisa se desvaneció al recordar que su hermana no lo sabía. 

Se sentaron a tomar el té, entre risas cómplices de aquellos sentimientos que luchaban por revelarse. Era imposible no darse cuenta de lo que pasaba ahí. Sus corazones les gritaban el amor que se tenían, pero sus consciencias los callaban. 

Desde la sala, Lady Fithzerzandvich los miraba, y luego de meditarlo bien, decidió decírselo a su esposo. Subió hasta la oficina del hombre y golpeó la puerta. Espero a que su marido la dejara pasar, y se sentó frente a él y lo miró seria. 

—No me digas que no lo notas...—se quejó. 

—¿Que no noto qué? —preguntó el hombre mientras encendía un habano.

—Nuestra hija está hechizada por Vladisvlaus... Hay que ser ciego para no darse cuenta de lo feliz que es a su lado y de lo enamorada que está. 

—Ese hombre es un desconocido para mí. No se la daré a cualquiera.

—Te digo lo que sé. Piénsalo si te interesa la felicidad de tu hija. 

La mujer salió contoneándose. Ella tenía razón. Agnese estaba totalmente enamorada del recién llegado, y él la había salvado de una muerte que hubiera sido horrible y dolorosa. ¿Y cómo no darse cuenta, si sonreía ampliamente cuando lo nombraran y sus mejillas estaban coloradas y la razón no eran sus polvos?  Era obvio el sentimiento de por medio... Pero el miedo que tenían también. 

Hacia siglos, Dracullia era un humano. Estaba casado con una bella joven de diecinueve años perteneciente a la nobleza rumana, Demethria Hazenbach. Una trágica noche sin luna, los enamorados se acurrucaban en la orilla del lago. La joven tenía una corona hecha de flores y un bello collar con la letra D grabada en el dije. Pero la felicidad se extinguió de un segundo a otro, cuando Demethria recibió un disparo justo en el corazón y cayó muerta al césped. Vladisvlaus recibió uno en el abdomen y, con una mano sobre la herida, corrió a buscar ayuda.  Encontró a un joven cabello castaño claro y brillante dentadura. El joven miró como Vladisvlaus agonizaba, y le hizo una propuesta.

—¿Quieres vivir? —ofreció serio mientras enseñaba sus largos y afilados colmillos. 

Vladisvlaus sabía lo que era, los ancianos no dejaban de hablar sobre éstas criaturas. Era un vampiro. Sabía que ellos vivían por siempre... Y aceptó, con la esperanza de poder hacer lo mismo con Demethria... Pero fue una horrible sorpresa cuando ellos llegaron y la chica no respiraba nunca más. Ya no podían hacer nada. 

Y ahora estaba enamorado de Agnese, de una humana. No podía saberlo, y él no quería que lo supiera. Prefería una muerte interna lenta y dolorosa, porque así de masoquista era. A pesar de que su gran amigo y aquel que lo convirtió, Oysten, era el nuevo líder, temía que algún seguidor de Vaklash la matara.

♥♥♥ 

Ethzard lo sabía desde un principio. Sabía que desde el momento en que Vladisvlaus apareciera en la vida de Agnese, la enamoraría. Y cómo no hacerlo, si sus ojos claros hipnotizaban a cualquiera, y su caminata elegante hacía que las miradas de todas las jóvenes voltearan a verlo. Él simplemente era perfecto. Era su rival, su competencia. Y tenía más que asegurado que iba a perder... si se quedaba... A Ethzard no le gustaba perder. 

Con la esperanza de conseguir información que lo calumniara, caminó en su descanso hasta el archivo de la ciudad. Ahí buscó el expediente de Vladisvlaus y... no encontró nada. Su exppediente lo único que tenía era su hoja de arresto y posterior liberación. Nada más que eso. Le pareció que guardaba un secreto muy oscuro, y que buscaba alejarse de él. No podía estar más en lo cierto. 

Agnese sería suya, tarde o temprano. De eso podía estar seguro. Lo único que hacía falta, era alejar a aquel... aquel hombre de su vida. 

♥♥♥

Esa noche, en la cena, los progenitores se sentaron a la mesa, dispuestos a hablar con su hija. Ya no podían esperar a hacerlo. La presión de aquella crema de alta sociedad era mucha. La chica llegó, con una gran sonrisa y se apartó un poco los cabellos largos. Se sentó en su lugar, siempre en medio de su padre y su madre, y esperó a que ellos se acomodaran.

—Hija, queremos hablar contigo sobre algo importante —comentó su madre.

—Los escucho, ¿qué es lo que sucede? —contestó. 

—Es hora de que elijas a alguien con quien casarte... Hace poco que cumpliste diecisiete, pero cuando menos te des cuenta ya serán dieciocho y nadie querrá casarse... es ahora o nunca. Sabemos cuánto te gusta la vida que te doy, pero no voy a estar por siempre. Si quieres conservar todo ésto tendrás que casarte... Ethzard es un buen muchacho y tiene buena genética, deberías decirle que sí cuanto antes...

—Quiero pensar bien en esa decisión... Vladisvlaus me parece una buena opción...—contestó ella, resoplando.

—Escúchala, deja que tome su decisión. Que se guíe por su corazón, no por la presión —contestó su madre. 

—Pero no será joven por siempre...—le reprochó Lord Fithzerzandvich.

—Lo siento, no tengo hambre...—se quejó la joven y se levantó.

Se encerró en su habitación, y las lágrimas no dejaban de salir. Solo podía pensar en él, en Vladisvlaus. Levantó la mirada y vio de nuevo al murciélago, ahí en el balcón, junto a sus rojas rojas. Abrió el balcón dispuesta a agarrarlo, pero el animal voló. Rendida, se acostó a dormir y pensar en toda la situación. No quería admitirlo, pero sí, estaba enamorada. 




La condesa (Reescribiendo)Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang