CAPÍTULO VIII

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Cuando Lord Fithzerzandvich despertó, se miró al espejo y se vio hace diecinueve años atrás, en aquellos tiempos donde su cabello no tenía ni una cana y su mentón era suave, por las contantes afeitadas. A su lado, descansaba Agnese Zarker. Acarició sus cabellos lentamente hasta que despertó, y con una sonrisa le enseñó los brillantes colmillos. Pasó la yema de sus dedos por los mismos y luego la besó, apasionadamente. Ella se apartó.

—Quiero decirte que... estoy embarazada...

Lord F. se sorprendió, acto seguido la abrazó. se sentía feliz por aquella noticia. Ya nada iba a impedir que estuvieran juntos. Nada.

Pero los secretos no pueden mantenerse ocultos por mucho tiempo. Días después, ambas familias se enteraron. Los separaron. Él desesperado rogó a sus padres que la dejaran casarse con ella, porque era todo lo que quería. Los Zarker se negaron rotundamente, y ni si quiera aceptaron que él cuidara al bebé una vez que éste naciera. 

Bebió una copa de vino y se transportó a una celda oscura. Agnese Zarker estaba encadenada a la pared con una barriga enorme. Dijo su nombre, pero no la escuchó. Llegó un joven vestido de negro y con cabello castaño. El chico sacó un gato gris que no dejaba de maullar y la ayudó a que bebiera su sangre. Ésto no lo sorprendió, ya que Lord F muchas veces la había visto hacerlo. En cuanto el felino estuvo muerto, Agnese Zarker empezó a gritar de dolor.

—Oysten, creo que mi bebé viene en camino...—le dijo ella, asustada. 

Oysten levantó su vestido y vio líquidos provenientes de la vagina de aquella vampiresa. Efectivamente estaba teniendo a la bebé.  La impotencia lo invadía. No podía hacer nada por ayudar a su amada que estaba teniendo a su hija. Quería liberarla y huir con ellas. 

Despertó sudando. Había sido un sueño, pero parecía muy real. 

♥♥♥

Bartholomeo dormía en su celda. A su al rededor corrían las ratas y otras alimañas. Ni con los mejores abogados había logrado salir de ahí. Había cometido tres crímenes graves, por lo que su merecido era estar ahí. 

Se sentó al borde del colchón y se empezó a rascar el hombro. Las chinches eran insoportables. Sin embargo, la herida que sintió no parecía ser hecha por uno de éstos bichos.  Se sacó la camisa de preso y vio la marca de unos dientes. De los huecos de ésta herida salía sangre fresca. Miró a la esquina y vio una sombra humanoide con ojos muy rojos y unos colmillos muy brillantes y afilados. Aquel ser parecía traído de las entrañas del infierno. El ser acarició sus labios con un dedo. Bartholomeo sintió esas manos frías que lo acariciaban, pero no podía reaccionar. Estaba paralizado. La sombra se despidió con un saludo, y esa sonrisa infernal. 

La condesa (Reescribiendo)Where stories live. Discover now