Capítulo 2: Alguien

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En la mesa donde comemos hay cualquier cosa que quiera comer. Si pienso en una tarta de frutos rojos, aparece; si quiero un helado de chocolate, aparece. Este lugar es mágico.

Después de la cena estoy más llena que en toda mi vida. En casa no comía demasiado bien, más que nada porque estaba en un orfanato. Ayer estaba durmiendo en mi cama, y esta mañana me he despertado aquí. No tiene sentido, y aunque no crea en la magia, solo me queda pensar que tuvo algo que ver.
El muchacho de ojos verdes parece ser el jefe de los niños, como el padre de la familia. Se ve que les aprecia aunque no lo demuestra con palabras. Los niños lo respetan y le hacen caso. Esto es extraño, yo no debería estar aquí, pero por otro lado me gusta. La isla tiene algo especial que me invita a quedarme.
El chico quiere que me vaya, pero nuestra última conversación también demuestra lo contrario. Me ofrece dormir en una cabaña pequeña, que no tiene más que un colchón en el suelo y una mesa de madera. Me duermo pensando en lo que me deparará mañana.

La luz del nuevo día me despierta, y lo único que tengo que hacer es ir a comer algo, ya que tengo la ropa puesta.
Llego a la mesa donde comimos ayer, que está llena de nueva comida, pero esta vez de desayuno. Montañas de tortitas y fresas en su mayoría, huevos fritos con pan, frutas exóticas, todas diferentes para mí. No me lo pienso más veces, y me lanzo a por la primera que veo. Tiene un color rojo y amarillo y forma de pelota de rugby pequeña.

-¿Te gustan los mangos, niña? -me giro y veo al chico sonriendo. Enarca una ceja y pone las manos en su cintura.

-Nunca había probado uno.

-Son muy sabrosos y dulces. Te encantarán. La isla está repleta de cosas estupendas como esas. Pero no te vayas acostumbrando, puede que no te quedes mucho tiempo.

Ya ha vuelto a sacar el tema de mi venida. Cree que he venido aquí porque me ha parecido bien.

-¿Puedo saber tu nombre? –digo ladeando la cabeza.

-Christopher, pero puedes llamarme Chris -dice haciendo una torpe reverencia.- a su servicio.

Le imito y hago otra yo.

-Willow.

-¿Cómo el árbol? –contesta, haciendo una mueca divertida.

-Exacto. Lo eligió mi madre.

Al nombrarla, pone una mueca de asco y se va. Le sigo con el mango todavía en la mano, gritando su nombre hasta que se para, pero no se gira.

-¿Y a ti qué te pasa? –le digo.

Christopher se da la vuelta y me mira. Ahora parece un adulto con esa expresión fría en el rostro.

-No vuelvas a decir eso. Aquí no hay nadie que nos mande, todo lo contrario, somos libres. Espero que te quede claro. –se acerca a mí, solo está a un paso. –Esta tarde ve al árbol que está al lado de tu cabaña. No preguntes, solo hazlo.

Sigue teniendo ese gesto, pero intento que no se me note nerviosa.

-Quiero saber qué vas a hacer. Estoy en mi derecho.

-Aquí no hay normas que valgan. O haces lo que te digo o te vas.

Cojo su mano y le pongo el mango encima. Intento irme de allí todo lo indignada que se puede estar, y sin saber dónde está mi cabaña. Menos mal que al menos está hacia donde voy, porque habría sido un desastre tener que dar media vuelta y volver al lado de Christopher.

Me quedo en la cabaña todo el mediodía, ni siquiera salgo para comer. Si tengo que ver al muchacho, no será delante de los niños. Salgo y me dirijo al árbol que está a diez metros. Justo cuando apoyo la espalda en el tronco, Christopher aparece detrás de este. Intento que no se me note que me he asustado.

Warning SignsWhere stories live. Discover now