Capítulo Dieciséis

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Me quedé congelada por unos segundos en la puerta, mirando fijamente a quien tenía en frente ¿Podría ser el padre de Max? Tenían un cierto parecido que me llamaba la atención. El hombre me miró mucho más serio de lo que ya lo estaba, como esperando a que yo dijera algo, pero no era capaz de hacerlo, así que él dio un paso al lado y con su diestra me hizo un gesto hacia la casa para que entrara.

Mis rodillas temblaron en cuanto logré moverlas, odiándome por ello, no podía verme débil o miedosa, tenía que parecer que nada de esto me afectaba, aunque fuera una fachada. Ellos tenían que darse cuenta que estaban frente a alguien que pelearía por su vida. Estaban completamente locos si pensaban que vendría a entregarme tan fácilmente. Tengo una vida, tengo sueños por cumplir, un brillante futuro por delante, una familia que se preocupa por mí y... a Max. Tengo a Max.

Una vez ya en el salón me di cuenta de que había más personas de las que creía. En el sofá se encontraban sentados dos hombres y una mujer, frente a estos, en las butacas, estaban dos mujeres más y de pie, el hombre que me recibió y otro que estaba apoyado contra un costado de la chimenea. Todos vestían de negro, a diferencia de las mujeres que usaban un pañuelo rojo en sus cuellos ¿Qué era esto? ¿Habíamos pasado de filmar Romeo y Julieta a Matrix?

- Por favor, siéntate.

Me indicó uno de los hombres que ya estaba sentado. A simple vista era el mayor de todos. Su rostro estaba bastante arrugado y sus ojos algo caídos, su cabello también se veía afectado por su edad, era una combinación entre negro y blanco. Yo negué con mi cabeza y me quedé de pie, prácticamente al lado del umbral que daba hacia la puerta principal. Ante cualquier índole de peligro que sintiera, mi plan era uno solo, correr.

- ¿Piensas que alguno de nosotros le haría daño a una chiquilla como tú?

Preguntó ahora el tipo que estaba parado al lado de la chimenea. Lo dijo en un tono burlesco, como si se estuviera riendo de mí. Él tenía la voz muy parecida a la de Eric.

- No.

Dije intentando sonar segura.

- Porque no lo haremos. Has venido por tu cuenta, y eso te beneficia a que si hubieras venido con Max, por cierto ¿Dónde está?

Sí, definitivamente el tipo que me abrió la puerta y el que ahora me hablaba, era la misma persona que había estado discutiendo horas atrás con Max. Su padre.

- No lo sé.

Me hice la desentendida.

- Sabemos que estás mintiendo. No deberías haberme permitido contacto visual. Leo tu mente, Amanda.

¡Maldición! Se me había olvidado ese pequeñísimo pero importante detalle. Ahora el padre de Max podía saber lo que pensaba, ahora podía descubrir todo lo que yo había estado planeando. Mi plan se había ido directamente por la borda.

- Si lo sabes, entonces no creo que sea necesario que me preguntes.

Contesté sonando más segura de lo que mi cuerpo y rostro demostraban. Mierda. Mis manos ya comenzaban a sudar, aquí hacia demasiado calor para ser pleno invierno.

- Perfecto.

Dijo alzando su voz y se volteó mirando a los demás.

- Solamente –continuó- nos faltarían dos humanos y podríamos comenzar con lo de siempre.

- ¿Qué hay de mis padres? Necesito despedirme de ellos, no puedo desaparecer así como si nada.

- Oh no te preocupes –habló ahora el mismo tipo que estaba recargado contra la chimenea- usaremos el mismo plan de siempre. Les dejas una carta y les dices que te vas porque estás aburrida de tu vida, a las pocas semanas después encontraran tu cuerpo en algún río cerca del pueblo –dijo con indiferencia, como si fuera la cosa más fácil y obvia del mundo-

Los Warner #1: ¿Podrás ser salvada?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora