Irene fingió no darse cuenta para no incomodar esa noche a ninguno. Ya por la mañana volvería a meterla en un vestido y ponerle zapatos.

—Buenas noches —les deseó, antes de cerrar la puerta, pero regresó para pedirles que se durmieran.

Y confiando poco en ellos, se quedó un momento del otro lado, escuchando a su hija pedirle a Annie dormir juntas.

Naturalmente, no vio a su sobrina saltar de la cama, dispuesta a jugar, pero perder la sonrisa al instante, al comprender las intenciones de su prima: ¿quería ella dormir en la misma cama? Annie quería dormir con Angelo y, si dormían juntos los tres... la realidad es que ella no quería que otra niña durmiera con su hermano. Por su parte, Angelo no se lo había dicho, pero desde que habían llegado a esa casa —desde que Irene obligaba a Annie a dormir con Jessica— él no podía dormir bien. No, si ella estaba lejos.

—Está bien, Annie —concedió Angelo a su hermana, al notarla contrariada. Estaba bien si ella dormía esa noche con Jessica, de cualquier manera, estaban en la misma recámara.

Y las niñas se metieron a la cama abandonada de Matt, pero sólo Jessica se durmió, mientras hablaban. Entonces Annie se levantó con cuidado y regresó a la cama de su hermano.

—Creí que nunca iba a dormirse —se quejó él.

El mes anterior, él había alcanzado los seis años y, en menos de cuatro meses, Annie los tendría también.

La rubia se rió:

—¿Me haces cosquillas? —pidió a su hermano.

—No. Tengo sueño.

—Anda —gimió ella, formando un puchero con sus labios.

—No.

—Ay —Annie, quién estaba arrodillada, se dejó caer de cara sobre su almohada, dejando el trasero levantado.

Angelo se rió y le dio una nalgada suave. Ella bajó rápidamente el trasero y se rió, acostada boca abajo aún, volviendo el rostro hacia él.

—De acuerdo —accedió finalmente el niño.

Habían pocas cosas que negaba a su hermana.

Se sentó y le apartó los cabellos rubios de la espalda, descubriéndole los hombros y, mientras recorría su piel dorada con las yemas de sus dedos, comenzó a repartirle besitos desde la nuca hasta la base de la espalda. A Annie se le erizó la piel, se estremeció y él paró. Se dejó caer a su lado y Annie se quejó:

—Un poquito más —le suplicó, volviéndose hacia él.

—No.

—Por favooor.

—Estoy cansado, Annie.

—Te voy a morder.

—Hazlo.

Ella suspiró y se giró, boca arriba, con los brazos extendidos; el derecho quedó sobre su hermano. Él se rió y se incorporó, utilizando su codo izquierdo como soporte.

—Sólo un poco —accedió... de nuevo.

Annie le lanzó un beso y él se inclinó para que se lo diera en la boca.

Esta vez, la recorrió únicamente con sus yemas. Deslizó sus dedos, de manera muy suave, desde la cara, pasando por el cuello, recorriendo en zigzag todo en pecho, el vientre que se tensó al tacto, y siguió bajando; acarició con sus yemas, y a través de las bragas blancas, la entrepierna femenina, la acarició de arriba abajo y ella abrió las piernas, entonces él bajó al interior de los muslos y los acarició ambos, antes de volver a subir hasta el rostro.

Ambrosía ©Where stories live. Discover now