V

9.7K 884 130
                                    

No son los gritos ni los bofetones lo que me despiertan. Fue el cubo de agua fría, recorriendo todo mi cuerpo.

No me hace falta abrir los ojos pera saber que estoy metido en un lío. Estoy sentado en una silla. Tengo las manos y los pies atados. Y no hablemos de mi cabeza. Es como si tuviese la peor resaca del mundo.

Hacía mucho tiempo que no me veía envuelto en este tipo de situaciones. Casi desde que era adolescente y mis compañías no eran del todo, cómo decirlo, buenas.

-Es hora de despertarse, bello durmiente -dijo una voz que no tardé mucho en reconocer.

Cuando abrí los ojos confirmé mis sospechas. Se trataba del hombre de la cabeza rapada.

-¿Qué tal has dormido? -preguntó con diversión.

Le escupí la poca saliva que me quedaba en la boca. Cuando el escupitajo impactó contra su mejilla, su amplia sonrisa pasó a ser una mueca de asco. Sacó un pañuelo de su bolsillo y suspiró.

-Es una pena que tenga orden de no tocarte ni un pelo -murmuró mientras se limpiaba -, porque de ser por mí, eso te habría costado muy caro.

-¿Más caro que ser secuestrado? -exclamé.

-No te servirá de nada gritar. Aquí solo estamos tú y yo.

Tenía razón. Por lo que parecía, estábamos en una nave. Seguramente de algún polígono industrial. Y, exceptuando las dos sillas y nosotros, estaba completamente vacía.

-¿Qué quieres? -pregunté tras unos minutos de silencio.

-Tengo muchas respuestas para esa pregunta, chaval. Quiero poder, dinero, sexo del bueno con cualquiera que esté interesado, viajar, fumarme un cigarro tranquilo sin que mi jefe me llame para patearle el culo a alguien... -enumeró levantando un dedo cada vez que se le ocurría una cosa nueva.

-Ahórrate los detalles.

-Pero hoy no es sobre lo que yo quiero. Es sobre lo que mi jefe quiere.

De pronto, todas las piezas encajaron. Como si se tratara de un puzzle de mil piezas y acabase de poner la última.

-Eros -susurré -. ¿Esto es por no aceptar su caso?

-Veo que no solo eres una cara bonita -me guiñó un ojo a la vez que cruzaba las piernas.

-No estoy interesado en defenderle, al igual que no estoy interesado en tener sexo del bueno contigo -contesté, citando sus anteriores palabras.

-No eres mi tipo. Pero, en cualquier de los casos, tú te lo pierdes.

-Ahora que hemos dejado claro que ni yo soy tu tipo, ni Eros y tú sois el mío, ¿puedo irme?

El desconocido soltó una carcajada ronca, como si hubiese dicho algo muy gracioso.

-El objetivo de esta reunión es convencerte de que lo hagas. Y digamos que puedo llegar a ser muy convincente.

-Hace cuatro años hice un trato con Eros. Yo me alejaba de lo que era suyo y él dejaba a mi familia en paz -recuerdo con dolor.

-Y mientras tú cumplas tu parte del trato, él cumplirá la suya. Pero ahora tiene otro trato para ofrecerte.

-¿Con trato te refieres a amenaza? Porque eso es lo único que sabe hacer ese cabrón.

Sonrió de forma amarga e incluso llegué a detectar algo de comprensión en su mirada.

-Me da igual lo que me haga, no le defenderé.

-La cuestión es que -susurró -, si no lo haces, no irá a por ti. Irá a por la gente que quieres.

-El trato era que no tocaría a mi familia.

-¿Acaso quieres solo a tu familia?

Noté cómo el color desaparecía de mi cuerpo.

No podía estar pasando otra vez.

-Nunca dijo nada de tus amigos o las chicas de las que hablamos.

El desgraciado me engañó. Se guardó un as en la manga. Sabía que yo estudiaba derecho y no dejó la oportunidad escapar.

¿Cómo podía haber sido tan ingenuo?

-Piénsalo. Tu antiguo mejor amigo, Devon -a falta de puños, apreté la mandíbula -. Y ya no hablemos de tus tres chicas de oro.

Espera, ¿qué? Según él, mis tres chicas de oro eran Molly, Némesis y...

-Él no iría a por Dafne. Es su hija. Posiblemente sea a la única persona que quiere en este mundo.

-Es de Eros de quien estás hablando, chaval. Si tiene un problema, usará todo lo que tenga para arreglarlo. Que no se te olvide.

Le odiaba. No al hombre que tenía delante. A Eros. Por engañarme. Por usar todo lo que tenía en mi contra. Por usar todo lo que tengo o tuve en mi contra.

-Es un ser despreciable -murmuré.

-Durante un tiempo, tú también lo fuiste, Apollo. Y puede que tú no me recuerdes, pero yo sí te recuerdo a ti.

Fue como si le viese por primera vez. Era verdad que me resultaba familiar, pero no le recordaba.

-¿Cómo te llamas?

-Mi nombre es Stephen, aunque seguramente te suene más Hades -dijo sonriendo -. Ya era parte de Tártaro cuando echaste a Eros. Sé vuestra historia porque formé parte de ella.

Sus palabras tuvieron un efecto extraño en mí. Había intentado olvidar por todos los medios esa etapa de mi vida. A toda la gente relacionada. Pero nunca conseguía dejarla atrás.

-También sé que todo se fue a la mierda cuando tú te fuiste. Pero quiero que sepas que aunque Eros haya vuelto, la familia no te ha olvidado -confiesa.

-Ellos no son mi familia.

-Pero tú sí fuiste la suya.

Sacó una navaja del bolsillo de sus vaqueros y, por extraño que pareciera, me relajé. Se acercó a mí para cortar las cuerdas que juntaban mis muñecas y tobillos.

-La cuestión es que Eros se ha vuelto a hacer con el poder. Y te quiere de vuelta.

-Eso nunca. Da igual a quien amenace. No volveré a vender mi alma al diablo.

Mis muñecas estaban rojas. Y dolían. Pero ahora tenía cosas más importantes de las que ocuparme.

-Pues acepta el trato que te ofrece. Un último trabajo. Defiéndele, gana el caso y se acabó. No tocará a ninguno de tus seres queridos.

Sonreí tristemente.

-Ambos sabemos que nunca acabará -susurré lentamente a la vez que me levantaba.

-Tienes razón -contestó a mi espalda -. Nadie puede escapar del infierno, Luca Apollo. Ni siquiera un dios.

Noté cómo algo se clavaba en mi cuello.

Y, de nuevo, todo se volvió negro.

Otp | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora