— Ademas te cuidaré muy bien — prometió, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. — Siempre y cuando te comportes y hagas lo que te digan.
Las palabras resonaron en la mente del Pelirrojo, provocando un escalofrío que recorrió su espina dorsal. La implicación detrás de la promesa era inquietante: si él no obedecía, si no hacía exactamente lo que Gong Yoo le decía, perdería esa protección. La idea de estar nuevamente solo lo aterrorizaba. Sabía que si fallaba, si cruzaba alguna línea invisible, el Alfa le quitaría su ayuda, dejándolo nuevamente expuesto.
La sombra de In-ho se cernía sobre él, recordándole lo vulnerable que había sido en el pasado. La mera posibilidad de regresar a ese estado de desamparo lo llenó de pánico. Era un juego peligroso, y cada movimiento debía ser calculado con precisión. El Omega sintió cómo la presión se intensificaba, y la necesidad de agradar al Alfa se volvía vital para su supervivencia.
Asintió, manteniendo los ojos fijos en el suelo, como si eso pudiera ayudarlo a evitar la intensidad de la situación. — Entiendo — dijo él, tratando de infundir confianza en su voz, que sonó firme a pesar del miedo que se apoderaba de su corazón. — Haré lo que sea necesario.
Gong Yoo sonrió, una expresión de satisfacción que iluminó su rostro, como si hubiera logrado un objetivo que consideraba crucial. Apartó la mano de la cara de Gi-hun, y el Omega sintió un alivio momentáneo, aunque la tensión en el aire seguía siendo notable. — Ahora, puedes ir a descansar a mi casa — continuó, su tono eficiente y autoritario. — Comienzas esta noche.
La declaración hizo que un nudo se formara en el estómago de Gi-hun. La idea de ir a casa del Alfa, de estar bajo su techo y su control, lo llenaba de inquietud. Sin embargo, sabía que no tenía otra opción. Con un último vistazo al rostro del Hombre, que reflejaba confianza y poder, Gi-hun se dio la vuelta, la incertidumbre y la determinación luchando en su interior mientras se dirigía hacia la salida.
Ambos salieron del burdel, el Alfa caminando con una seguridad innata hacia su auto de lujo de color negro. Con un gesto caballeroso, abrió la puerta del acompañante para el pelirrojo. Seong, sintiéndose un tanto abrumado, se sentó en el asiento del pasajero del lujoso vehículo del Alfa, con las manos apretadas con fuerza en su regazo, intentando contener la ansiedad que amenazaba con desbordarse.
Mientras Gong Yoo se acomodaba en el asiento del conductor y arrancaba el motor, el potente vehículo cobró vida con un suave rugido, un sonido que resonaba tanto en su pecho como en el aire. Observó cómo el Alfa manejaba con destreza, su expresión serena y confiada, lo que solo incrementaba la tensión en el interior del auto.
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A medida que avanzaban por las iluminadas calles de Seúl, Gi-hun no pudo evitar sentir una sensaión de inquietud que lo envolvía. Cada semáforo, cada giro, lo acercaba más a un destino incierto. Estaba depositando su confianza en un hombre que sabía que era peligroso, un hombre que lo había explotado en el pasado. La memoria de esos momentos oscuros lo perseguía, pero, a pesar de todo, no tenía otra opción. Necesitaba su ayuda, su protección, aunque eso significara arriesgarse a caer de nuevo en las garras de alguien que ya había demostrado ser una amenaza.