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Los días transcurrieron que el Omega ya había perdido la noción del tiempo, lo que pensaba que sería un momento feliz en vivir en la mansión fue todo lo contrario, pronto se convirtió en una prisión dorada para Gi-hun. In-ho controlaba cada aspecto de su vida. Gi-hun no salía de la habitación, ni siquiera para bajar a comer, lo único que hacían era llevarle la comida que había digeria a su estómago.
Las paredes de la habitación, se sentían opresivas. Gi-hun pasaba sus días acunando su vientre hinchado ya más notorio por el sexto mes, sintiendo la vida que crecía dentro de él, pero al mismo tiempo, preguntándose para qué vivía realmente. Los pensamientos oscuros lo asaltaban, pero el amor por su bebé era lo único que lo mantenía firme.
Sin embargo, en las últimas semanas, In-ho había mostrado un cambio inesperado. La frialdad y la manipulación comenzaron a ceder, dando paso a gestos de amor y ternura. Cada caricia, cada palabra suave y cada sonrisa hicieron que Gi-hun se preguntara si estaba viendo un atisbo del verdadero In-ho, el hombre que alguna vez le prometió el mundo, pero al final siempre resultaba un jueguito más para su propio beneficio.
El sol se filtraba por todas las ventanas de la mansión, In-ho salía de la ducha de su propia habitación, en los último tres días su ropa desaparecía de la nada, así que llamaría a la sirvienta para saber que pasaba con su ropa o si estaba en la lavandería.
Salio de la habitación, con una toalla colgada alrededor de sus caderas, gotas de agua aferradas a su pecho esculpido y abdominales. Se pasó una mano por el pelo húmedo mientras caminaba por los pasillos, Pero sus pensamientos fueron ocupados por el Omega, anoche ni siquiera tuvo el descaro de bajar a cenar, regreso unos pasos atrás y se detuvo en la habitación del Omega.
Al entrar, se quedo de pie en el umbral de la puerta, con los ojos muy abiertos mientras contemplaba lo que tenía ante sí. El Omega estaba acurrucado en la esquina de la cama, rodeado por un nido de almohadas, mantas y su propia ropa. Llevaba una de sus camisas colgadas que cubría todo su cuerpo, la tela se extendía tensa sobre su vientre redondeado. Se veía adorable, su cabello rojo estaba revoltoso alrededor de su cabeza y su rostro se relajaba en el sueño.
Se acercó a la cama, su corazón se hinchaba con una pizca mínima de vulnerabilidad. Se había olvidado por completo del nido, de la necesidad instintiva que tenían los omegas de crear un espacio seguro y reconfortante para ellos y sus crías no nacidas.
Se acostó a su lado, rodeándolo con los brazos y tirando de el contra su pecho. Se movió ligeramente, murmurando suavemente en sueños, pero no se despertó.
In-ho enterró su rostro en su cabello, inhalando su dulce aroma. — Te vez tan hermoso...—susurró, con voz baja lleno de lascivia.
Sus manos recorrieron su cuerpo, una se posó en su vientre redondeado mientras la otra se deslizaba por el cabello del omega. Acercó su rostro al cuello, inhalando profundamente su aroma. Abrió la boca dejando, Mordió suavemente la piel sensible dónde ya estaba la marca, chupo lo suficientemente fuerte como dejarlo hecho un moretón al rato.