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La atmósfera en la habitación era tensa, cargada de expectativas y temores no expresados. Gi-hun se encontraba sentado frente a Gong Yoo, sintiendo el peso de su mirada. Había un aire de autoridad en el hombre que le hacía cuestionar su decisión de estar allí. El recuerdo de su pasado lo perseguía, pero sabía que debía enfrentarlo si quería avanzar. Con una mezcla de ansiedad y determinación, aguardó lo que vendría a continuación.
Gong Yoo se reclinó en su silla, moviendo los dedos mientras miraba al Pelirrojo. — Trabajarás las noches, como lo hacías antes — dijo, con voz tranquila y formal. — Entretendrás a los clientes, harás lo que te pidan. Y a cambio, buena paga.
Hizo una pausa, dejando que el silencio se instalara en la habitación mientras dio una calada a su cigarrillo, el humo serpenteando en el aire. Sus ojos se mantuvieron fijos en Gi-hun, como si estuviera evaluando cada una de sus reacciones. — Espero que no haya ningún inconveniente en eso — declaró con una calma que contrastaba con la tensión palpable entre ellos.
El Omega tragó saliva, sintiendo cómo su boca se secaba en un instante. La realidad de la situación lo golpeó con fuerza, y sabía a lo que estaba accediendo: volvía a vender su alma al diablo, una decisión que lo llevaba a revivir fantasmas del pasado que había intentado enterrar. Pero, ¿qué opción tenía realmente? La necesidad de sobrevivir lo empujaba a tomar decisiones que jamás hubiera imaginado, y en ese momento, se sintió atrapado, como si cada salida estuviera bloqueada por sombras del pasado que lo acechaban.
— Está bien — susurró Gi-hun, su voz apenas audible, como si cada palabra le costara un gran esfuerzo. La decisión lo llenaba de una mezcla de miedo y resignación. Sabía que estaba cruzando una línea que no podría deshacer, pero la urgencia de su situación lo empujaba a aceptar lo inevitable.
Gong Yoo asintió, una sonrisa de satisfacción extendiéndose por su rostro, iluminando su expresión de una manera inquietante. — Bien — dijo, levantándose de su escritorio con una confianza que reflejaba su autoridad en la sala. Su postura relajada contrastaba con la tensión que aún envolvía a Gi-hun. — Me alegro de que nos entendamos. — Las palabras parecían un pacto sellado, y aunque la sonrisa de Gong Yoo era tranquilizadora para otros, para Gi-hun era un recordatorio de que su destino estaba ahora entrelazado con el del hombre que tenía delante.
Caminó alrededor del mostrador, sus pasos firmes resonando en el suelo, hasta que se detuvo frente a Gi-hun. La cercanía del Alfa le hizo sentir un escalofrío recorrer su espalda. Gong Yoo extendió la mano, acariciando la mejilla de Gi-hun con una suavidad inquietante. — Eres un chico inteligente, Gi-hunnie — murmuró, su voz suave pero cargada de significado. — Sé que no lo haces por cuenta propia.
El pulgar de Gong Yoo rozó su labio inferior, un gesto que, a primera vista, podría parecer casi tierno, como el de alguien que busca consolar. Sin embargo, Gi-hun no pudo evitar sentir la tensión que emanaba de esa caricia. Había una amenaza subyacente en su toque, un recordatorio palpable de la ayuda que le estaba proporcionando, y de las esperanzas y temores que ahora lo mantenían atado a este nuevo camino. La dualidad de la situación lo abrumaba: por un lado, la promesa de un futuro mejor; por el otro, el peligro constante que acechaba en cada esquina.