♞; uno

20.2K 1.3K 163
                                    

Es cierto que no tengo la mejor casa del Distrito, pero me siento muy orgullosa del cómo mis padres lograron hacerse con ella y sobre todo el amor que ha quedado impreso en las débiles paredes que la conforman. Mi padre trabaja toda la semana en las minas, mientras que mi madre se encarga de ayudar a todo aquél que precise de su ayuda.

Hoy, al igual que todos los años, es el famoso y terrorífico día de la cosecha. Un día en el que mi impotencia hacia Snow y sus retorcidas ideas está más presente que nunca, aunque sé que de nada sirve quejarme ya que de todas formas este sistema no cambiará por nada del mundo.

—Hora de levantarse, cariño. —avisa papá con su voz teñida de nerviosismo y sobre todo de miedo por lo que pueda suceder a lo largo de este fatídico día.

Me levanto con el rastro de una media sonrisa en mis labios, lo hago más bien para aliviar aunque sea un poco los nervios de papá. De todas formas la urna estará a rebosar de papeletas, con los cientos de nombres de aquellos que piden teselas, cabe la pequeña posibilidad de que, solo quizás, no salga como tributo.

—Te dejo a solas para que te arregles, pequeña. —masculla acercándose para depositar un casto beso sobre mi frente. Asiento apretando en una fina línea mis labios heridos producto de las tantas veces que me los mordí.

—Enseguida voy. —susurro antes de verlo salir del cuarto. Un pesado suspiro escapa por mis labios al verme sola, cepillo con mis dedos mis revueltas hebras doradas de cabello. —¿qué ropa debo usar para la cosecha? —me pregunto a mi misma, deseando que el tiempo pase más rápido y que luego del día me encuentre comiendo junto a mis padres reunidos en torno a la mesa.

Luego de unos segundos divagando los suaves toques en la entrada del cuarto me despistan, giro la cabeza para poder enfocar la vista sobre mi madre.

—Hija... —llama titubeante, es notable el estado de nerviosismo que porta, sus manos tiemblan al igual que su voz y los grandes rastros violaceos bajo sus ojos dan a entender que no ha podido conciliar bien el sueño desde hace días.

—Mamá. —saludo evitando que me note más temerosa de lo que ya estoy. Efectos secundarios de un día como este. Mamá se acerca hacia mí de forma rápida, apretando con celo una prenda entre sus pequeñas y dañadas manos.

—Ten, nena. Quisiera que te colocaras este vestido. —pide con la voz estrangulada, carraspea para seguramente quitar el nudo que apretaba en su garganta y vuelve la vista hacia mí, aquellos suaves y cansados ojos de un tono azul blanquecino. Recibo la prenda, estirándola frente a mí para poder verla con claridad; es un sencillo, pero lindo vestido.

—Claro que lo llevaré si eso te hace feliz, mamá, pero... ¿de dónde lo has sacado? —me atrevo a preguntar, con el corazón hinchado de dulzura bajo la suavidad de la tela de su regalo.

—Era de tu tía. —por un momento logro captar el destello de lágrimas acumulándose en el borde de sus ojos, sé cuán importante ha de ser este vestido para ella. Uno de los últimos recuerdos de su hermana.

Jamás la conocí y mamá no gusta de tocar el tema, pero entre los rumores que circulan por el distrito he escuchado que mi tía fue víctima de una enfermedad común llamada depresión luego de ver morir a alguien importante en las pantallas del Capitolio, específicamente en los Juegos del Hambre.

—Lo usaré. —asiento decidida, apretando con suavidad el vestido contra mí. Estar en la cosecha usando algo proveniente de alguien tan especial como mi tía, sin duda me dará el valor suficiente para pasar aquél mal sabor de boca anual.

Lo siguiente que hacemos es prepararme para lucir presentable frente a las cámaras que nos mostrarán a los demás distritos y al Capitolio. Aprovecho cada segundo la compañía de mamá, teniendo presente que estos podrían ser los últimos momentos con ella.

UNA HISTORIA DIFERENTE.➹Peeta Mellark.Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora