60. Esa cosa que llamamos amor

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Joseph abrazó a la dócil joven por la cintura y la mantuvo sobre su cuerpo hasta que sus respiraciones encontraron calma y también sus cuerpos.

Ella no dijo palabra y se mantuvo tan quieta que el hombre empezó a preocuparse. Fue entonces cuando su conciencia llegó del más allá para molestarlo otra vez y jugarle un par de bromas que le hicieron ver la realidad:

"De seguro la espantaste con tus sentimientos de nena mamona". —Molestó y Joseph apretó los dientes con fuerza—. "No sé por qué estamos tan apurados, la gente va a pensar que estamos muy babosos". —Siguió y Joseph se movió bajo el cuerpo de Lexy, invitándola a levantarse.

Ella lo miró con timidez y le besó la punta de la nariz del mismo modo. El hombre se sorprendió por el notario cambio y entendió que había arruinado las cosas. Tal vez su conciencia tenía razón, ¿por qué estaba tan apurado? Razonó, levantándose desde la silla para limpiarse y vestirse, en silencio, sumido entre sus pensamientos, esos que empezaban a tornarse negativos frente a la extraña actitud de Lexy, quien ni siquiera le dirigió la mirada cuando se vieron ordenados y más apaciguados.

—¿Estás bien? —preguntó Joseph, tocándole la mejilla para enfrentarla y mirarla a la cara.

—¿Yo? —insistió ella, nerviosa—. Sí, sí, claro que sí —musitó temblorosa—. Tengo una reunión ahora y luego podremos ir a casa...

—Te voy a esperar en el café que está en el primer piso, no he comido desde la cena de ayer y si no pruebo algo voy a desmayarme —confesó Joseph y aunque pensó que la joven estaba molesta por alguna extraña razón que desconocía, entendió que no era así cuando ella se mostró intranquila.

—¡Josep, deberías comer algo, por favor! —regañó y caminó hasta la puerta, ordenándose el cabello con rapidez—. Mi asistente iría por algunas cosas, podemos comer juntos mientras el equipo prepara la reunión —continuó y el hombre, que no dejaba de observarla expectante, alivió de ver su mirada, esa que estaba brillante y más verde que nunca.

Ella le sonrió y lo invitó a tomar asiento a su lado en su amplio escritorio. Comieron algunos bocadillos que a Joseph le cayeron bien después de tanto ajetreo y se relajó cuando se quedó a solas, cuando Lexy tuvo que asistir a la última reunión de ese viernes.

Tuvo entonces un momento para pensar y por más que quiso entender el comportamiento reacio de la joven, no tuvo oportunidad y es que, desde allí, su día se vio colmado de sorpresas.

Encontró su propiedad repleta de desconocidos y a Emma convertida en toda una planificadora de eventos.

La joven cantante se mostró sorprendida de ver a su hermano seis horas antes de lo pactado, pero se relajó al entender que el hombre estaba dispuesto a celebrar su cumpleaños número treinta justo como las jovencitas lo habían planeado.

La cosa se puso tensa cuando la pareja de enamorados por fin tuvo tiempo a solas y Joseph pudo enfrentarla antes de que la cosa se saliera de control y la desconfianza empezara a carcomerlos por entero.

—¿Vas a decirme qué te pasa? —preguntó él, persiguiendo a Lexy por el cuarto de baño—. Sé que arruiné la sorpresa, pero no es mi culpa, Bustamante nos cambió el vuelo y nos mandó a casa antes...

—No me pasa nada, amor, solo estoy muy cansada —dijo ella, quitándose el vestido con ligereza—. No me molesta que llegaras antes y que arruinaras la sorpresa, estoy feliz de tenerte en casa, ya te extrañaba mucho —reconoció con las mejillas sonrosadas.

El hombre se sorprendió de los cambios de la joven, horas antes había resultado osada y le había hecho el amor en la mitad de su oficina y ahora se sonrojaba al reconocer que lo había extrañado.

Siempre míaWhere stories live. Discover now