56. Silenciosa venganza

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Tras pagar por su venganza, Joseph les habló a los delincuentes callejeros con naturalidad, incluso se le escaparon algunas palabas en su propia jerga callejera y les mostró algunas fotografías de Esteban, las cuales había rescatado de su Facebook personal mientras esperaba el avión en el aeropuerto internacional La Araucanía, mientras cavilaba el oscuro plan en su contra.

Joseph tuvo que regresar al hospital en un taxi, con la mente fría y evitando entrar en etapa de arrepintiendo y se tomó algunos minutos para ingresar a la sala de urgencias, donde pudo comer algo y procesar muy bien lo que había ocurrido y lo que había hecho.

Casi seis horas bastaron para que Lexy pudiera despertar otra vez y, si bien, los padres de la muchacha se habían retirado para descansar un poco en su hogar, Joseph se quedó junto a ella hasta que el amanecer llegó y Lexy se despertó producto del profundo apetito que sentía.

Cuando sus verdosos ojos se encontraron con Joseph, quien dormía junto a su camilla, tirado en el gélido suelo y con la cabeza colgando hacia adelante, no pudo contener las lágrimas y se ahogó con ellas, con un sentimiento que no logró comprender y es que nunca nadie había estado allí para ella tras un ataque y se sentía explosivo tenerlo así, exponiéndose al frío y al ruido.

El pecho se le llenó de un sentimiento que no sabía cómo comprender y un amargo nudo se formó en su garganta.

El hombre despertó cuando la oyó lloriquear y se levantó con un fuerte brinco desde el suelo para consolarla. La abrazó suavemente por las caderas y posicionó su frente en su nariz, recibiendo su cálida respiración como una dosis de esa droga que lo mantenía prudente y emocionado.

—Mi amor, ya estoy aquí —susurró con dulzura en su oreja y le acarició la mejilla un sinfín de veces—. El doctor ya autorizó un cambio de habitación, te llevaremos a un lugar más cómodo y silencioso; tendrás tu propio baño y televisión —emocionó el hombre y la joven se rio, uniéndose a él con los ojos brillantes.

—No debiste molestarte, Joseph —siseó ella e intentó moverse un poco y es que la posición que tenía desde las últimas diez horas ya comenzaba a incomodarle.

—Dime, por favor, ¿qué pasó? —rogó, sabiendo que tal vez la joven no quería enfrentarse a eso—. Sé que no quieres recordar esta mierda, pero necesito saber para hablar con los abogados —exigió y el rostro de Lexy se suavizó.

A diferencia de otras veces, no tuvo miedo ni reparos de hablar de lo ocurrido, muy por el contrario, quería gritarle al mundo lo que había vivido, el acoso y hostigamiento recibido y se liberó con el hombre que quería y en quien confiaba a ojos cerrados.

—Ahhh, Joseph, fue todo tan rápido —resopló Lexy y cerró los ojos para recordar, arrugando la frente—. Salí del trabajo y caminé al paradero, pero él estaba allí, esperándome, conocía mi camino, la sucursal a la que me transfirieron y también mi horario... ¡Lo sabía todo!

—¿Sabes lo que le dijo a la policía? —preguntó Joseph y ella negó con temor—. Que te buscó para devolverte el dinero que tus padres le habían prestado y que tú lo atacaste.

—Eso es mentira, Joseph, yo busqué evitarlo.

—Lo sé, Lexy, yo te creo. Yo siempre te voy a creer.

—Intentó atacarme dos veces, pero yo me defendí y cuando vio que me iba a arrancar, sacó una navaja que le regaló su papá cuando terminó el servicio militar. —La joven gruñó rabiosa y acotó—: fue mi culpa, debí llamar un Uber o conseguir un taxi en la puerta de la empresa y no arriesgarme.

—¡¿Qué?! —preguntó Joseph, horrorizado—, no, amor, no es tu culpa. Tú no puedes vivir escondiéndote, tienes una vida y mereces vivirla con normalidad —explicó y Lexy se quedó perpleja, pues, aunque ella intentaba culparse de todo lo ocurrido, el hombre tenía razón, nada de lo que estaba enfrentando era normal—. Él es un psicópata, merece estar en prisión. El miércoles contactaré con un abogado e interpondremos una denuncia, solicitaremos una orden de alejamiento y buscaremos un arma para ti.

—¿Un arma? —investigó la joven, con grandes ojos—. Joseph, yo no sé si puedo...

—Sí, sí puedes y no será un arma peligrosa. No vas a matar a ni una mosca con ella, solo es para defensa, mi amor; no voy a dejar que camines por la calle desprotegida —explicó y se acercó para besarla y es que la había extrañado tanto que necesitaba sentir sus labios suaves y tibios sobre los suyos, brindándole esa serenidad que tanto le enamoraba.

Cuando Lexy se sintió más tranquila y menos dolorida, el doctor a cargo pidió el traslado de la joven a una habitación individual y es que Joseph seguía insistiendo que la muchacha necesitaba descansar y serenidad, cosa que no iba a conseguir en una sala de urgencias atestada de personas y gritos.

Bouvier fue trasladada a su nuevo dormitorio por un par de enfermeras que se encargaron también de revisar e higienizar sus heridas, de administrarle los antibióticos correspondientes y de brindarle el desayuno. Fue acompañada por Emma Storni, quien cuidó de cada cosa que Joseph le había pedido antes, mientras él se acercaba a la zona de recaudación para pagar por los gastos hospitalarios de su joven novia.

Cuando Joseph decidió que era hora de regresar con Lexy, recibió un mensaje de texto que le robó una gran sonrisa y sin dudarlo, cambió de rumbo para satisfacer a Lexy, esa que empezaba a manifestar su buen humor a pesar de lo ocurrido.

"Amorcito, se me antoja un capuchino de vainilla

y un trozo de pie de limón.

Sería inmensamente feliz

sí pudieras satisfacer a mi exigente tripa".

Joseph avanzó por la zona externa del hospital y recorrió con grandes ojos todos los carritos con ventas de alimentos que encontró, buscando lo que a Lexy se le antojaba. Se distrajo con algunos emparedaros que llamaron su atención y tras comprar algunos alimentos que creyó le serían útiles para el resto de la mañana, se acercó a un anciano que vendía diferentes tipos de pasteles.

Se tomó algunos segundos para elegir el mejor pie de limón y mientras esperaba el cambio de su compra, se fijó a la distancia en una ambulancia que se acercaba al hospital a toda velocidad, con la sirena encendida y llamando la atención de todos los presentes.

Los paramédicos corrieron por el lugar y Joseph se acercó a paso lento para ingresar al hospital, curioseando de reojo toda la actividad, pero se quedó irresoluto cuando observó que el paciente y real afectado se trataba de Esteban.

Se veía irreconocible bajo el charco de sangre que llevaba entre la ropa y las mejillas; los brazos y las manos; lucía irreconocible tirado en la camilla, gritando y ahogándose cobardemente con sus propias lágrimas producto del dolor que todo su cuerpo manifestaba.

Parecía otra persona, con las piernas fracturadas, tal cual él lo había solicitado y para su sorpresa, los delincuentes con los que habían contactado le habían fracturado también los brazos y algunos dedos de las manos, dejándolo completamente inmovilizado y por un largo tiempo. Traía el cabello largo pegado a las mejillas y el rostro empapado en sudor, de seguro como respuesta al dolor que su cuerpo sentía.

Lo observó desde la distancia, disimulado entre el resto de los espectadores, esos que se habían reunido a cuchichear mientras las puertas del hospital y de la zona de urgencias se abrían para él, para brindarle atención tal cual había ocurrido con Lexy algunas horas antes. Apretó los dientes de los nervios y sintió como la adrenalina le subía por el cuerpo, dejándolo con un descontrolado ritmo cardiaco.

No pudo evitarlo, pero en sus labios se dibujó una sonrisa satisfecha y antes de que pudiera ser reconocido por alguien, se marchó y dejó ese pasado atrás, enterrado en las imágenes de Esteban sufriendo tirado sobre una camilla, recibiendo exactamente lo que merecía y lo que había sembrado por años. 

Siempre míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora