55. Buscando lo que quema

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El hombre se acomodó en el asiento del copiloto y esperó a que su hermana se despidiera de algunos conocidos y subiera al coche. Estaba impaciente y comenzaba a sentir que se le acababa el tiempo, no quería dejar a Lexy a la deriva y la poca eficiencia de la justicia de su país, por lo que había tomado una decisión poco juiciosa y lógica, una decisión que lo ponía a traspirar y a trepidar.

La joven estudiante se acomodó a su lado sin dejar de mirarlo y tras cerrar el cinturón de seguridad sobre su pecho, encender el motor del vehículo y el estéreo, esperó tranquila a sus órdenes.

El joven hombre estaba más serio y silencioso que nunca y aunque ella comprendía su posición y sentimientos, necesitaba saber qué estaba ocurriendo en su cabeza.

—Conduce —pidió de mala gana y miró por la ventana, ignorando a la joven que viajaba a su lado.

—Sabes que aún no tengo licencia —susurró Emma y aunque avanzó por el estacionamiento, lo hizo con aprensión.

—Soy tu tutor legal, Emma; tengo licencia, no tendremos problemas por eso.

—¿Y a dónde quieres que vaya? —preguntó la joven, mirando a Joseph de reojo—. Pensé que te ibas a quedar con Lexy, ella te necesita...

—Y quiero quedarme con ella, yo también la necesito, Emma, pero tengo otras cosas que hacer antes de que viajemos —interrumpió con un gruñido que su hermana interpretó como rabia contenida y desvió la conversación antes de que el joven hombre terminara con una crisis de ira.

—¿A dónde van a viajar? —preguntó Emma con perplejidad y se detuvo bruscamente en una esquina.

—Eso no te incumbe —contestó malhumorado y señaló un pequeño supermercado de veinticuatro horas que continuaba abierto—. Aparca allí, por favor —demandó y Emma obedeció sin chistar.

El hombre descendió del auto en cuanto la joven detuvo el motor de este y aunque no dijo palabra, Emma lo observó acercarse a un cajero automático dispensador de dinero y lo observó con ojo crítico mientras otras personas llegaron para usar el aparato.

Largos minutos transcurrieron y una larga fila de personas se formó detrás de Joseph, quien se entretuvo girando dinero por largos minutos, extrayendo sus ahorros como un robot, como si estuviera programado para eso.

—Bien —suspiró el hombre, acomodándose en el asiento y extrayendo desde la guantera del auto una pequeña bolsa de papel, donde escondió en el fondo de esta la suma de dinero que antes había logrado extraer desde sus cuentas de ahorro—. A unas dos manzanas hay una estación de servicio, conduce hasta allí —exigió sin mirar a Emma y la joven asintió conforme sus órdenes, aún hipnotizada por las acciones de Joseph, esas que la desestabilizaban por entero.

Pero no se pudo quedar callada, no estaba entre sus cualidades ser muy reservada y aunque sabía que su hermano se molestaría por sus odiosas preguntas y cuestionamientos, insistió:

—¿Para qué necesitas tanto dinero, Joseph?

—Emma...

—¡¿Qué vas a hacer con él, Joseph?! —interrumpió, no iba a dejarlo ganar en ese momento tenso en el que estaban atrapados—. ¡Dímelo, maldición! ¡No puedes hacer estas cosas sin decírmelo, somos hermanos y estamos juntos en todo! —requirió rabiosa, reclamándole, pues habían enfrenado muchas cosas en su pasado que los hacia confiar uno en el otro ciegamente—. Hermanito, sé que estás loco por Lexy, pero no dejes que esa locura te lleve a cometer más locuras, ¿sí?

—Voy a hablar con algunas personas que no aceptan cheques —susurró, frotándose los muslos con nervios; le dolía admitir la verdad, esa que estaba buscando con fuertes aires de venganza—. No preguntes más, por favor, no quiero involucrarte en estas cosas, ¿vale?

Siempre míaOnde histórias criam vida. Descubra agora