53. Flores y sorpresa

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Los primeros tres días, Lexy se los pasó con Emma, quien la ayudó a sentirse menos solitaria. Las llamadas telefónicas con sus padres resultaron entregarle bastante consuelo y también la constante comunicación que mantuvo con Joseph, ese que le escribía a primera hora de la mañana y que manifestaba su ausencia con mensajes dulces. Algunas veces le enviaba citas de poemas célebres que a Lexy le alegraban el día y en otras oportunidades la llamaba a la oficina para simular una charla de trabajo, cuando en verdad, se extrañaban por la línea y se amaban a la distancia.

La navidad pasó casi desapercibida para Lexy, quien compartió con Emma y su abuela en una improvisada cena que terminó con margaritas y tequila junto a la piscina.

Para el octavo día, Lexy llegó a su trabajo y se reunió con Anne, quien la invitó a participar de una reunión formal del departamento para el que trabajaba. Lexy estuvo en silencio y atenta a toda la conversación y le pareció dinámico el modo en que trabajaban. Se sintió cómoda y segura para dar su opinión, la cual fue bien recibida y fue tomada en consideración, como una idea original y económica.

Cuando intentaron graficar parte del trabajo, una asistente de la oficina los interrumpió y si bien Lexy siguió trabajando, tecleando en su computadora portátil, se quedó sin palabras cuando escuchó que la necesitaban en la recepción.

—¿A mí? —consultó confundida y las mejillas se le pintaron de rojo.

Todos los presentes se quedaron en silencio y la miraron con curiosidad y tuvo que levantarse de la silla en que trabajaba para seguir a la joven asistente que esperaba a por ella en el inicio del salón.

—¡Señorita Bouvier, le llegó algo fabuloso! —chilló la muchacha y la aludida se rio solo por cortesía.

En el alto mesón de la recepción descansaban múltiples arreglos florares que a Lexy la dejaron sin palabras y aunque la asistente seguía riéndose feliz por el romántico obsequio que la nueva practicante acababa de recibir, la muchacha no tuvo palabras cuando se acercó al repartidor para buscar una respuesta a tanta coloración y aroma que llegaba a su oficina.

—¿Lexy Antonieta Bouvier? —preguntó el repartidor y Lexy suspiró entrecortado acorde movía la cabeza en aprobación—. Firme aquí, por favor —solicitó, brindándole un documento de recepción.

La muchacha repasó cuidadosamente con la mirada todo el documento, codiciando ver el nombre del destinatario, pero por más que buscó, nada encontró y se tuvo que resignar a recibir el obsequio con perplejidad.

El hombre le entregó una copia del documento que acababa de firmar y desde el bolso de cuero que llevaba en el hombro, extrajo un sobre marrón alargado, el cual se lo entregó en silencio.

La jovencita lo recibió temblorosa y lo escondió rápidamente entre sus manos, cogió un par de arreglos con sus antebrazos y los cargó hasta su oficina, donde buscó un lugar para acomodarlos.

Tras ella apareció la asistente, quien había imitado sus acciones y traía cuatro arreglos más y que dejó caer cuidadosamente sobre su escritorio.

—Traeré el resto y usted los acomoda después —dijo la jovencita y dio media vuelta para repetir la misma acción.

Lexy espero a que la asistente terminara de traer los otros arreglos con coloridas flores y tras despedirse y agradecer por su amabilidad, se encerró en la privacidad de su oficina para revisar el documento marrón que seguía escondido en su mano.

Se descubrió temblorosa y con las manos sudadas y aunque estaba sola, un hilo de nervios le subió por las piernas, obligándola a sentarse en la silla que tenía a su lado.

Era la primera vez que vivía algo así y no estaba segura si tenía nervios o una ola de ansiedad, por lo que se tomó unos segundos para respirar y procesar lo ocurrido. Levantó la mirada y se encontró con un notorio cambio en su oficina, estaba más colorida y llena de energías positivas, donde descubrió que cada arreglo era diferente al otro.

Abrió rápidamente la cubierta marrón y de su interior retiró una tarjeta mediana de color brillante. Tenía grabados dibujos decorativos en las esquinas y una caligrafía que Lexy reconoció de inmediato.

Dejó la tarjeta en el centro del escritorio y la admiró con emoción. Lágrimas nublaron sus ojos y se cubrió la boca con las dos manos para contener el llanto.

Su emoción fue interrumpida por el sonido del teléfono que tenía a su lado y tuvo que recomponerse por obligación, pues no podía responder a un llamado con la voz tiritona.

—Buenas tardes —habló con voz segura, esperando alguna disposición o sugestión.

—¿Le ha gustado mi regalo, señorita Bouvier? —escuchó y se tuvo que reír de felicidad—. Eso me dice que sí —siguió Joseph y se relajó al otro lado de la línea, al otro lado del país.

—¡Me encanta! —chilló feliz y se sacudió en la silla con infantilismo.

—Su voz me dice que ya se siente mucho mejor —continuó él y la joven soltó otra carcajada por la línea. Esas carcajadas que a Joseph le hacían bien, que lo llenaban de energías y entusiasmo—. Le envíe un arreglo por cada día que me ha hecho falta y una flor por cada vez que he pensado en usted —musitó con dulzura y Lexy se desarmó en la silla en que descansaba.

—Es demasiado, Joseph —siseó ella, estaba sin palabras y no sabía cómo responder a ello.

—Nunca es demasiado —contestó él, feliz. Se sentía revitalizante escucharla cada día—. Créame cuando le digo que la extraño, es verdad, la extraño mucho, pienso todo el día en usted...

—Yo sí te creo, amor —interrumpió ella—. Yo también te extraño y pienso mucho en ti, pero no sé cómo responder a esto. Nadie me había regalado tantas flores...

—Estabas muy decaída ayer, preciosa, no me gusta escucharte así —contestó él con tranquilidad.

—¿Vas a enviarme flores cada vez que esté con el periodo? —consultó Lexy y es que estaba en esa etapa sensiblera del mes, cuando algunos dolores la invadían para enviarla temprano a la cama y cuando una fuerte ansiedad por comer chocolates la dominaba incluso por la madrugada.

—Puede ser —jugó él y agregó—: También existen los chocolates, las joyas, los perfumes franceses, un día de Spa...

—Joseph... —interrumpió ella—. Joseph, no necesitas llenarme de regalos, contigo me basta.

—No es que necesite llenarte de regalos, Lexy, quiero hacerlo y no porque quiero comprarte ni nada por el estilo, es porque me nace, me nace desde el fondo del pecho mimarte y también follarte —aseguró picante antes de que ella empezara a negarse a su modo cariñoso de expresarse.

—Yo también quiero eso —se rio feliz y coqueta y observó la tarjeta que tenía frente a ella con una radiante sonrisa. Leyó seis números que no le parecieron familiares una sigla que tampoco logró comprender.—. Joseph, ¿qué es este código que viene escrito en la tarjeta? —preguntó curiosa.

—Durante el día vas a recibir un correo electrónico y debes ingresar ese código para acceder a la verdad —respondió él con seguridad y antes de ser descubierto en la sala de limpieza de la sucursal en que se hallaba, agregó—: ya tengo que irme, mi amor, me escapé de una reunión, dije que iba al baño. —Se rieron los dos como adolescentes enamorados—. Cuando ingreses el código y entiendas de qué se trata esta sorpresa, me escribes. No podré contestar a tus llamados, estamos finiquitando algunos pendientes importantes antes de que llegue el fin de semana largo —recordó y a Lexy le cambiaron los ánimos—. Que tengas un lindo día, te quiero mucho —agregó él con sinceridad.

—Y yo a ti — contestó Lexy, fingiendo felicidad y la llamada finalizó.

Y sí que estaba feliz por la sorpresa y las palabras de Joseph, además, escuchar su voz se sentía tan reconfortante como un baño caliente de espuma y tan embriagante como una copa de vino de reserva, pero recordar que el fin de semana estaba a menos de diez horas y con él, la llegada de un nuevo año, a Lexy se le caía el mundo encima.

No quería estar sola en una noche tan importante, una noche en la que dejaría un mal año atrás para darle la bienvenida a uno que llegaba cargado de mejoras, no quería quedarse en la casa de los hermanos Storni sin Joseph y seguía guardando resentimiento y rabia por regresar a su casa, junto a sus padres y su abuela, quien, por suerte, la había visitado la noche de navidad.

Siempre míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora