44. Las prácticas de Storni

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Storni tomó a la joven de la cintura y la acomodó en el centro de la amplia cama con mucho cuidado, siendo delicado, pues no quería maltratarla o hacerla sentir de algún modo que la lastimara.

Lexy se tocó las rodillas con nervios y miró al hombre con grandes ojos. No entendía muy bien sus ideas y referencias, pero esperó paciente hasta al menos recibir una explicación que pudiera justificar sus arranques de locura.

Irguió su espalda cuando Joseph se arrodilló frente a ella y le acarició con las manos bien abiertas los muslos por encima de la ropa, descendió por sus rodillas y tomo sus piernas entre sus manos, concentrando las intensas caricias en sus pantorrillas.

La joven movió las piernas conforme los movimientos del hombre y aunque se sentía segura bajo su dominante cuerpo, estaba tensa y con el corazón punzándole fuerte contra el pecho.

—Ah, Lexy, Lexy, Lexy —suspiró Joseph sin mirarla y concentró sus ojos en la ropa que llevaba.

Prendas simples y holgadas y que facilitarían su trabajo. Ya moría de ansías por tenerla desnuda y a su disposición.

Carraspeó nervioso cuando quiso continuar y aunque no estaba muy seguro de cómo se lo iba a tomar Lexy, se arriesgó a ir más lejos, y es que no era capaz de lidiar contra la intensidad de sus sentimientos.

Al fin y al cabo, no iba a hacerle nada malo. Muy por el contrario, la iba a colmar de felicidad y tal vez algo más.

Dejó de darle vueltas al asunto cuando comprendió que era ahora o nunca y se osó a quitarle la holgada capucha negra que la joven vestía. La desnudó con lentitud y sonrió gustoso cuando la chica participó y se quitó las calzas negras que amoldaban su mullido trasero.

Se tropezó con impericia con sus propios pies y si bien quiso que se la tragara a la tierra, Joseph tuvo que plantarle un apasionado beso en la boca, agradeciéndole por su torpeza, por ese modo preciso de romper la tensión, de robarle una sonrisa con cada una de sus ineptas acciones.

"Pero si es la torpe más linda que hemos visto nunca". —Jugó su conciencia y Joseph sintió que tenía toda la razón.

—Por favor, señorita. ¿Me haría el honor? —preguntó Joseph mirando la cama, invitando a Lexy a recostarse en el centro de esta.

La muchacha se rio cuando el hombre la trató con tanta cortesía que se sintió especial y se sentó en el centro de la cama, un tanto nerviosa por su completa desnudez, esa que se exponía bajo la luz brillante de una lámpara decorativa que iluminaba todo el dormitorio.

Entrelazó y dobló las piernas para cubrir y disimular sus partes más íntimas y esperó paciente a por Joseph, quien se entretuvo encendiendo algunas velas aromáticas a su alrededor y acondicionó el ambiente. De pronto, un romanticismo asombroso afloró para relajarla y solo las luces de las velas iluminaron su grácil cuerpo.

No hubo apuro en sus acciones y sus labios tararearon una canción que Lexy identificó cuando el hombre llegó al estribillo. La muchacha se unió a sus tarareos con gracia y movió las manos y pies al pegajoso ritmo que horas antes había escuchado en la radio.

Tararearon juntos "Un amor violento de Los Tres" y Joseph terminó cuando se plantó a los pies de la cama, mirándola a la cara con dulzura y le cantó entre susurros su parte favorita:

—Cuando por primera vez te vi supe que el cielo era para ti y para mí, y para ti y para mi... —Lexy se sonrojó y se rio, nerviosa—. Nunca más podré dormir, nunca más podré soñar con nadie que no seas tú...

Sonrió emocionada cuando caminó rodeando la cama y se sentó a su lado; apretó los labios con nervios cuando Joseph besó sus nudillos una y otra vez, conforme le enredó una suave tela en la muñeca. Lexy detalló sus movimientos con ojo crítico, pero se olvidó de lo que Joseph hacía con ella cuando su traviesa boca viajó por su antebrazo, rozándole la lengua cargada en saliva por esa zona sensible e inexplorada que encendía al minúsculo contacto.

Siempre míaWhere stories live. Discover now