46. El camino correcto

558 51 4
                                    

La joven mujer sucumbió en un placentero sueño del que no despertó hasta el domingo en la mañana, cuando se vio preparando una torre de emparedados que acompañarían su viaje de regreso a casa y su ciudad natal.

Joseph estaba regando el jardín antes del gran adiós y ella organizando el resto de los pendientes para comenzar un nuevo recorrido por la colorida carretera.

Se rio solita de los recuerdos que la inundaron con prontitud y se sonrojó al recordar la buena mano de Joseph para tratarla y cuidarla. Sin dudas, Lexy había tenido el mejor fin de semana de la historia de toda su vida. Había conocido el huerto de Emma, el cual debía destacar como uno de los sitios más románticos en los que había hecho el amor, rodeada de floras coloridas y un resplandeciente sol que reflectaba contra todos los vidrios del invernadero, creando un efecto celestial en sus paredes de cristal.

Suspiró cuando recordó la caminata que juntos hicieron por el bosque en la mitad de la noche, cuando la luna iluminaba su camino y terminó hipando de felicidad cuando su mente viajó para recordarle la hermosa cena que Joseph había preparado para ella en el mirador de la propiedad, donde había mostrado en un platillo todo sentimiento que guardaba hacia ella.

—¡Hip! —exclamó involuntariamente y se quedó en silencio algunos segundos, conteniendo la respiración.

El corazón le bombeó con tanta fuerza que le reventó en los oídos y aunque no lo esperaba, un segundo sonido inspiratorio involuntario llegó para hacerla sobresaltarse en su posición.

—¡Hip! —rabió y dejó todo lo que estaba haciendo para buscar un vaso con agua—. ¡Hip! Por la mierda —molestó rabiosa y se metió el agua a la boca con desesperación—. ¡Hip! ¡Odio el hipo! —chilló, desesperada por buscar hielo en la nevera, pero sus ojos se encontraron con Joseph, quien se quedó admirándola desde el umbral de la puerta con ojo curioso—. ¡Hip!

Fue todo lo que la muchacha pudo decir y el hombre se largó a reír con mucha gracia. Era realmente adorable verla así: alborotada y frenética y todo por un hipo.

—No es chisttt... ¡Hip! —terminó y se sacudió en su posición, dedicándole una infantil rabieta al hombre equivocado, ese que adoraba sus rabietas de niña inmadura.

—Yo conozco un remedio perfecto para el hipo —siseó Joseph, quitándose los guantes de jardinería con lentitud, para luego lanzarlos contra el mesón de la cocina.

—¿Sí? —preguntó ella con inocencia—. ¿Y qué...? ¡Hip! —quiso averiguar, pero el hipo no la dejaba continuar—. ¿Y qué sería? —habló rapidito para que el sonido involuntario no la interrumpiera.

Joseph no respondió nada y solo le dedicó una indecorosa sonrisa a Lexy.

La joven arrugó el entrecejo y se alarmó cuando el hombre caminó hacia ella para empotrarla contra el mesón a su lado y para comerle el cuello con hambre.

Si bien habían hecho el amor en la madrugada, el hombre ya tenía apetito, pero no de alimentos, sino de ella, de ese deseo incontrolable que nacía desde lo más profundo de su ser.

—¡Hip! —interrumpió la joven y se sintió avergonzada por el incómodo momento.

—Tu hipo me la pone dura —confesó Joseph y guio la mano de la joven hasta el filo de su pantalón deportivo, ese que se ajustada a sus caderas y a su erecto miembro con descaro—. Me gusta el sonidito inocente que te sale de la boca —ronroneó sobre sus labios y tuvo que gemir excitado cuando la joven le acarició toda la longitud de su pene con la punta de los dedos.

—¡Hip! —gimió a duras penas y Joseph respondió a su sonido involuntario con un ronco gruñido, conforme su boca se deslizó por su mejilla y mentón—. ¡Hip! —continuó Lexy y tuvo que reírse a carcajadas cuando el hombre la obligó a voltear con un bruto movimiento, dejándola boca abajo en el mesón de la cocina.

Siempre míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora