26. Bien y mal

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Lexy no respondió a las confesiones de Joseph, tampoco a sus deseos y viajaron en silencio durante la primera media hora. Era difícil para los dos tolerar el encierro, el silencio y el calor que el interior del vehículo generaba con sus cuerpos y respiraciones, esas que se aceleraban por todo y por nada.

Sus cuerpos, separados por cada asiento estaban chispeantes y anhelantes por tocarse otra vez y, aunque ninguno sabía cómo romper esa tensión que los carcomía por entero, encontraron un modo para conectar como tanto les gustaba.

Joseph encendió el estéreo y acomodó la mano sobre la palanca de cambios, cosa que era innecesaria, pero que hizo de todos modos para rozar intencionalmente las piernas de la silenciosa muchacha. Se le escaparon unas cuantas miradas y se quedó anonadado bajo su natural belleza cuando la descubrió tarareando una antigua canción de Shakira.

—Ojos al frente, Joseph, no quiero morir en la carretera —demandó Lexy con seriedad, pero contuvo la risita malévola al notar las muecas tristes del hombre.

—Me distraes —justificó él con sensatez y clavó su vista al frente, en la carretera.

—Yo no estoy haciendo nada.

—¡Claro que sí! —alegó él con un tono de voz juguetón.

—¡Joseph, no estoy haciendo nada!

—Linda, el solo hecho de que estés a menos de un metro y sin ropa interior, me desconcentra —reconoció y se sonrojó. Agradeció la oscuridad que el vehículo le ofrecía—. Me desconcentra mucho.

Lexy sonrió y se relajó en el asiento. Tomó seguridad con una gran bocanada de aire y se atrevió a hacer lo que Joseph no podía. Cogió su masculina mano entre sus pequeños dedos y la acomodó sobre su muslo, ese que iba envuelto en un pantalón azul ajustado que le favorecía mucho.

El hombre aprovechó de la soledad de la carretera para bajar la velocidad y sorprendió a Lexy cuando orilló el automóvil en una zona de emergencias, donde una cabina destacaba con sus luces coloridas.

—Yo no puedo vivir así —jadeó y dejó caer la cabeza sobre el volante, aún con el coche encendido.

—¿Así cómo? —interrogó Lexy, muy confundida y asustada—. ¿Joseph? —insistió. El hombre seguía en silencio—. ¿Joseph te sientes bien? —preguntó.

Los hombros del Joseph subían y bajaban a un ritmo que lo evidenciaron alterado.

"Parece que se está muriendo, Lexy". —Molestó su conciencia con burla y la chiquilla se deshizo del cinturón de seguridad con presteza, exaltada al entender que el hombre estaba respirando con exageración.

Tomó su rostro entre sus manos y lo miró con temor. Tenía los ojos cerrados y las manos clavadas en el cuero del volante. La chiquilla le acarició las mejillas con los dedos y rozó su crecida barba con lentitud, buscando comprender qué estaba ocurriendo con él.

»Joseph me estas asustando —musitó cerca de él y le tocó la espalda por igual, donde lo descubrió sudado y frío.

—No sé qué hacer... me haces mal, Lexy —respondió y la joven regresó a su asiento en cuanto las palabras del hombre le calaron en lo más profundo del pecho—. Pero también me haces bien y no sé qué hacer.

La joven escondió la mirada y se tocó la punta de los dedos con nervios, mientras luchó por contener las lágrimas que subían por su garganta y se estancaban allí, llenándole la boca de una amargura que no había saboreado antes.

Le dolía y le quemaba, tanto que no sabía cómo responder.

—¿Es por tu madre? —musitó ella a duras penas.

Siempre míaWhere stories live. Discover now