—No necesitas llamar, ya lo hice por ti —interrumpió Anne y le guiñó un ojo—. Me han dicho cosas positivas de ti, Lexy. Las matrículas están abiertas y los horarios libres y flexibles también, así que solo tienes que ir y matricularte.

—Iré esta misma tarde —aseguró Lexy, deseosa por llamar a Joseph y darle las buenas nuevas.

—Vale, ahora vamos a una reunión con el resto del departamento y luego comenzaremos a organizar tus deberes.

Las mujeres se enfocaron en el trabajo durante el resto de la mañana, olvidándose incluso de la comida. Bebieron café en un par de ocasiones y comieron algunas rosquillas fritas que ayudaron a calmar el apetito que sentían.

Joseph regresó a por Lexy casi a las cuatro de la tarde y evadió a los trabajadores escondiéndose en el estacionamiento privado que el lugar disponía.

Él y su novia se reencontraron a escondidas, lejos de los ojos curiosos del resto de colaboradores y lejos de las cámaras de seguridad que el edifico poseía.

Viajaron hasta el centro comercial más cercano y eligieron un restaurante al azar, almorzaron juntos charlando sobre sus primeros días y se marcharon apurados, preparados para viajar hasta la Universidad Católica, institución donde Lexy pretendía terminar su carrera universitaria.

Lexy se quedó perpleja cuando Joseph pagó los dos años de carrera que le restaban sin titubear y le ayudó a elegir un horario flexible que pudiera ser compatible con su tiempo libre.

Mientras esperaron por la aprobación del ingreso de la joven, además de la fecha en que comenzaría, caminaron tranquilos por los pasillos del lugar, cogidos de las manos y hablando con naturalidad sobre la agitada vida que Lexy había elegido.

Fue entonces cuando Lexy abordó el tema del dinero y a Joseph se le revolvió la barriga cuando la escuchó:

—Podría pagarte en cuotas...

—Ni lo pienses —refutó Joseph y la miró de reojo, mientras caminaban por los amplios pasillos de la universidad. Lexy refunfuñó poco femenil y en respuesta a su pataleta, Joseph la empotró contra un muro, listo para cantarle unas cuantas verdades—: Mira, Lexy, sí insistes otra vez por el dinero, me vas a sacar de quicio y ya sabes lo que pasa cuando me sacas de quicio.

—No, no sé —contestó ella, con los ojos brillantes.

¡Sí que sabía!

Y también estaba al corriente de lo mucho que le gustaba ese juego. Nunca nadie la había amenazado con tanta seducción y sí bien odiaba las amenazas, desde la boca de Joseph se oían excitantes y peligrosas; porque a diferencia de las amenazas de Esteban —su violento exnovio— Lexy sabía que Joseph Storni era incapaz de lastimarla.

—¿Estás segura? —preguntó Joseph, mirándola con los ojos entrecerrados.

Estaba que perdía la cabeza y lo obstinada que Lexy le resultaba, le encantaba.

No existía otra ecuación para eso, para el modo atrevido en que lo miraba y lo desafiaba.

—Dije que podías pagarme la universidad, pero nunca llegamos a un acuerdo sobre la devolución del dinero —pataleó ella, con las mejillas rojas producto de la vergüenza que aquello le producía.

Pero más que vergüenza era el calor de la lujuria recorriéndola completa, subiéndole por las pantorrillas como enredaderas de recuerdos excitantes: las amarras en sus muñecas, las descontroladas sensaciones que el hombre había activado en ella con cosas tan simples, la suave tortura y más.

—¿Estás provocándome sólo para que te castigue? —preguntó Joseph, sintiéndola lasciva, ansiosa y excitada.

La muchacha asintió con la cabeza, con los labios entreabiertos y casi sin respiración; y aunque se moría de pánico al aceptar lo que quería, a la vez se sentía poderosa por tomar esa decisión.

—Ahhh —gruñó Joseph, exasperado.

Hundió su rostro y su nariz en su cuello para aspirar con desesperación todo su rico aroma. Le devoró la piel del cuello con suma apetencia y le chupó la zona de la clavícula hasta dejarle una rojiza marca que se perdió bajo la blusa negra que la jovencita llevaba.

—Sí que te voy a castigar y cuando menos te lo esperes —siseó sobre su boca una vez que pudo controlarse—. Te voy a castigar por tres cosas, Lexy Antonieta Bouvier —continuó y la joven gimió sonoramente. Adoraba cuando pronunciaba su nombre completo, era apasionante—. Primero, por porfiada. Segundo, por atrevida. Y tercero, vamos a discutir a fondo sobre el dinero de tu carrera y créeme, yo lo voy a pagar —aseguró y Lexy palideció bajó su negra mirada.

Se observaron algunos segundos a los ojos, desafiándose con la mirada mientras sus respiraciones trabajosas se mezclaron hasta que sus labios se tocaron y se perdieron en un ardoroso y ruidoso beso.

—Eh... —escucharon, pero ignoraron todo ruido exterior para centrarse en ellos, en lo que sentían—. Señorita Bouvier —se oyó y de fondo un carraspeo que los obligó a separarse—. Su informe está listo —silbó la secretaria del lugar y escondió la mirada cuando se acercó a ella para entregarle su informe, ese que detallaba horarios, secciones, profesores, etc.—. Nos vemos en marzo, señorita Bouvier —continuó después, cuando la aludida recibió la carpeta que la mujer le ofrecía y le dedicó una rápida sonrisa para marcharse a paso acelerado.

La pareja se miró a la cara para continuar por contener una carcajada y es que habían sido descubiertos en una comprometedora posición, si le sumaban el apasionado beso en el que se hallaban fundidos y la efusión que juntos sublimaban, de seguro la secretaria divagaría con ellos por largas noches.

En el interior del automóvil de Joseph, la pareja revisó la jornada escolar que la universidad había adecuado para ella y repasaron los horarios de trabajo, las reuniones claves y los tiempos libres que tendría para estudiar y practicar. Para Lexy todo son muy armonioso y estuvo segura de que iba a lograrlo cuando vio que Joseph estaba de su lado, apoyándola en todo el proceso.

Siempre míaWhere stories live. Discover now