—Ya te dije, mi amor, todo lo que tú quieras —respondió él, dócil y enamorado.
Organizaron el dormitorio en cuestión de minutos, entre carcajadas y bromas divertidas, donde se descubrieron tan completos que sintieron que cada uno era la pieza faltante de su propio rompecabezas.
La habitación dejó de parecer de soltero atractivo y pasó a ser el dormitorio de una pareja común. Era fácil divisar las pertenencias de Lexy destacando con poderío, como sus zapatillas deportivas y su portátil blanca llena de pegatinas de flores y corazones. Era imposible negarse a ello y para la buena suerte de Joseph, sus cosas combinaban a la perfección entre sus muebles y muros desabridos, esos que ahora brillaban coloridos y todo gracias a Lexy Antonieta.
Emma preparó la cena y los invito al comedor, comportándose madura y educadamente, cosa que a Joseph le pareció admirable.
—¡¿No se despidió?! —preguntó Emma con exageración cuando Lexy le dijo que su madre no se había despedido de ella y ni le había deseado buena suerte en su nuevo camino.
—No, no lo hizo. —Cogió la lechuga para sazonarla y se mimetizó a la perfección con la cocina—. Ni siquiera estaba cerca cuando salimos de la casa.
—Bueno, ella se lo pierde —alegró Emma y la apretujó en un abrazo sorpresa.
Lexy se quedó helada y perpleja ante el gesto cálido de la hermana de Joseph y se tocó los dedos con nervios.
—Perdón —siseó Emma con timidez—. A veces se me van las manos —continuó y le dedicó un cariñoso gesto que a Lexy la obligó a sonreír.
Había pasado mucho tiempo desde que se había sentido querida.
—Me hubiera encantado tener una hermana —contestó Lexy y siguió con la lechuga—. Pero soy hija única y mis padres viven en su mundo...
—Bueno, ya sabes —jugó la rubia—. Debes tener muchos hijos con Joseph, así ninguno se sentirá solo —continuó y las dos se echaron a reír con gracia.
—No hablen de hijos, por favor, Lexy no pasa ni los veinticinco y ya la quieres hacer madre —importunó Joseph, entrando a la cocina con un rostro que a Lexy la enamoró otra vez.
Cuando sus padres hablaban de hijos y del futuro que la esperaba junto a Esteban, al mismo se le deformaba la cara, parecía que se enfermaba cada vez que mencionaban pañales, biberones de leche y llantos nocturnos, no así Joseph, quien se había iluminado y relumbrado desde su posición con mirada picante.
—¿Supongo que ya conoces la mayor debilidad de Joseph? —preguntó Emma, mirando a Lexy, conforme le entregó la ensalada rusa a su hermano para que la llevara al salón.
—No, Emma, no hables de esas cosas... —importunó Joseph, nervioso e incómodo.
—No, no conozco su debilidad —siguió Lexy y cargó las servilletas y la pimienta.
—Los bebés —contestó Emma sin importarle lo que Joseph fuera a decirle y se sonrojó cuando Lexy lo miró con grandes ojos—. Ve un bebé y no puede contener esa actitud de Hitler que tiene —dijo con gracia y Lexy se echó a reír con asombro.
"De la puta madre, nos fuimos a hacer bebés como si esto fuera una fábrica" —. Molestó su conciencia y aunque a Lexy le pareció divertida la idea y muy buena, por primera vez y con seriedad, pensó en su futuro, ese que la esperaba para sacar lo mejor de ella.
"Sí, amiga, perdón, es que las hormonas se me revolucionan. ¿Te imaginas a este macho alfa pecho peludo con un bebé en los brazos?" —. Siguió su conciencia, jugándole una mala pasada.
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Siempre mía
ChickLitPobre Joseph, alguien debió advertirle que se estaba equivocando al contratar a Lexy como su nueva secretaria, pero se "emocionó" demasiado y la mesa le ayudó a ocultarlo. La inexperta muchacha tiene un don que ni ella misma conoce: puede emocionar...
50. La debilidad de Joseph
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