Confianza y herida

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No pude volver a dormir

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No pude volver a dormir. El amanecer acababa de empezar, así que abrí las cortinas para admirarlo. Adoraba los colores celestes entrando en la oscuridad adictiva. Como se abrían las nubes ennegrecidas y dejaban entrar la luz.

Me quedé tumbada en la cama, mirándome la punta de los pies envueltos en calcetines blancos, pensando en lo bien que se había sentido estar de pie.

No podía recordar la última vez que había caminado sin miedo a caer, sin miedo a que mi debilidad fuera más grande.

Había dejado de creer en mí, de confiar en lo que podía ser capaz.

Moví los dedos otra vez, intentando convencerme de que era real y no lo había alucinado y me eché a reír emocionada al ver que había recuperado la movilidad.

No quería echar por tierra toda la ayuda de los médicos de Prothese o de la familia Torres, pero tenía que darle puntos a "la muerte".

El muy condenado con su juego agresivo había despertado algo dentro de mí, algo desconocido con lo que apenas me empezaba a relacionar.

No podía cerrar los ojos sin pensar en él. Sin recordar lo que había sentido al estar frente a él. Su altura imponente, sus brazos firmes en mi espalda.

Mis uñas clavadas en su piel. Su nariz en mi cabello.

Me reí emocionada cuando los cosquilleos se hicieron presente.

La madre de Lucero apareció por la puerta y se quedó perpleja mirándome.

Pronto reaccionó de forma calmosa.

Seguramente era común para ella ver a sus hijas reírse solas y como locas.

—Es bueno verte de buen humor —me dijo y se acercó para besarme en la frente.

Bajo sus pies crujió algo; se agachó para ver qué había destrozado. Era uno de sus crucifijos. Me tensé al recordar lo que había ocurrido durante la madrugada.

Lo cogió entre sus manos y admiró el muro alto en el que colgaba. De seguro no se explicaba cómo se había caído.

—Que extraño... —Pensó en voz alta y sus ojos me miraron con curiosidad.

No sé qué cara le puse, pero me liberó de toda culpa. Se lo guardó en el bolsillo de su mandil y continuó como si nada.

—¿Quieres un baño? —me preguntó y cogió mi brazo para revisar la rigidez matutina—. Déjame estirar un poco más —musitó suave y revisó mis dedos—. Solo aguanta... un poco más... —Me miró dolida.

Gemí conteniendo el dolor y cerré los ojos para soportar esos masajes necesarios antes de partir el día.

Sonreí aliviada cuando terminó y me desarmé en la cama, empapada en sudor y temblores.

Corazón italianoWhere stories live. Discover now