La jaula

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Cautiverio

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Cautiverio.

Mi jaula.

Quiero morir rápido.

Necesito morir rápido.

Ya no lo soporto más. Este infierno me está matando, me está volviendo loca.

No sé qué día es.

¿La hora? Menos.

¿Dia o noche? Ya ni puedo distinguirlos.

¿Invierno o verano? Menos.

¿Acaso vale la pena? Por supuesto que no.

Día ciento veinticinco... o doscientos veinticinco. Ya ni sé si puedo contar. Ya ni recuerdo cómo hacerlo. Cómo escribir, cómo leer, cómo hablar... Solo recuerdo cómo llorar.

La oscuridad del remolque es demoledora. El aroma es nauseabundo y el calor insoportable. Mi madre llegó durante la madrugada. No estaba sola y, como siempre, ofreció sexo a cambio de un poco de drogas.

Ojos cerrados. Oscuridad.

Ojos abiertos. Oscuridad.

Intento adivinar la diferencia. Un juego en el que me envuelvo para olvidar las ganas que tengo de comer. Un platillo caliente. Una cama limpia. Sacudo la cabeza para quitarme esos pensamientos lujosos. Mientras más pienso en comida, más me quema el agujero que tengo en el estómago.

Ojos cerrados. Oscuridad.

Ojos abiertos. Oscuridad.

¿Cuántos platillos tendré que comer para poder mantenerme en pie? ¿Bastará con uno? Con uno sería feliz.

—Solo uno —me reí sola.

Aun sabía cómo reír. Me reí más fuerte entonces. Para oír mi propia voz.

Mis risas hacen eco por todo el remolque viejo. Repican en las paredes hongosas. Me rio más fuerte, pero me quedo sin aire. Estoy tan cansada...

Abro los ojos otra vez. El crujir del techo me altera más.

—Mamá... —susurré cuando un desgarrador silencio invadió todo el remolque. El canto de las aves me hace creer que está amaneciendo—. ¿Mamá...?

En respuesta recibo vacío.

Soledad. Silencio. Oscuridad.

Y, otra vez vuelvo al mismo circulo. Cierro los ojos... los abro... los cierro...

Cuando los abro otra vez, el monstruo al que llamo "madre" me lanza un vestido en la cara y una mirada me basta para entender que debo ponérmelo.

Llevaba dos días sin poder despegar los dedos. Era invierno, o eso había calculado en mi mente; los calambres habían empeorado con las bajas temperaturas, pero, como ya era costumbre, a ella nada parecía importarle.

Corazón italianoWhere stories live. Discover now