Libro y trampas

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Mierda, me estaba volviendo loco

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Mierda, me estaba volviendo loco.

Tres días habían pasado y no me había atrevido a acercarme.

Lo había intentado. Por supuesto que sí. ¿Acaso dudarían de mi maldita locura?

El problema era que, el hombre que Matteo había puesto a vigilar mis pasos estaba muerto y no por mi culpa, sino por Cinnia, pero, como era de esperarse, la culpa había recaído sobre mi.

Matteo me culpaba e insistía en que les estaba ocultando algo.

Tal vez sí.

Salvatore pasaba todo el tiempo vigilándome. En la comida era un maldito dolor de cabeza y, aunque me importaban una mierda sus negocios y su mujer de piel morena, él no confiaba en mí.

No puedo negar que, su desconfianza me martillaba el corazón.

Me dolía, pero no más que el agujero que la ausencia de mi conejita me causaba.

Para disimular mi nueva obsesión, salí con Cinnia un par de veces a recorrer la ciudad. El problema era que, si me quedaba en casa, me volvería loco y no quería llegar a ese extremo otra vez.

La nonna me llevó al centro comercial con el pretexto de comprar nuevas joyas, pero cuando me llevó a comer, descubrí sus verdaderas intenciones.

Me estaba buscando una pretendiente. Un coño para follar.

Podríamos haber ido a una casa de putas y haber solucionado mi problema más rápido. No tenía ánimos de coquetear con una maldita mocosa superficial adicta a las compras.

Y solo había un coño que me interesaba...

Cuando terminamos de comer, pidió café y en italiano me habló de todas las jovencitas bonitas que caminaban por el lugar.

—Todas son muy lindas. ¿No te parece? —me preguntó. Negue. Ella se rio—. No tienes que mentirme, Teo... sé que eres un hombre, que tienes necesidades. —Se sonrojó y me miró con ilusión—. Estoy segura de que Tore está interesado en esa chica... Torres —dijo con su italiano elegante. «No me digas... no me había dado cuenta»—. Está rehaciendo su vida, tu deberías hacer lo mismo.

Le rodé los ojos y me levanté.

Para no verme como un maldito cabrón, pagué la cuenta.

Ella se rio y rápido me persiguió para decirme que, pese a mis carentes habilidades de comunicación, era un caballero por pagar la cuenta.

Le rodé los ojos de nuevo y, aunque quería ir a casa, a mi oscuridad y a contemplar ese único recuerdo que tenía de mi bonita conejita, me detuve frente a una librería cuando vi el mismo libro que Bonnie leía.

Lo recordaba de la clínica.

Una edición especial. Tapa dorada y gruesa, con lazos negros elegantes.

Corazón italianoWhere stories live. Discover now