42. Mentirse a uno mismo

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—Hablaré con Bustamante para excusar mi falta y justificaré la tuya. Diré que has cogido un resfriado y que prefieres descansar algunos días.

—No sé si sea lo correcto —se impacientó ella y se levantó desde sus piernas para mirarlo a la cara con temor—. Anne ya nos vio y tal vez esto sería exponernos demasiado.

Refutó ella con un juicio bastante sensato y universal, pero Joseph negó a sus ideas con una seriedad y decisión que a Lexy le parecieron sorprendentes.

—¿Te puedo hacer una pregunta? —investigó, decidido a ir directo al grano. Lexy no alcanzó a responder cuando Joseph unió—: No importa cuál sea la respuesta, Lexy, sólo dime la verdad.

La jovencita se quedó boquiabierta y aunque quiso disimular naturalidad en su actuar, el corazón se le detuvo unos instantes y se puso pálida producto del miedo que las palabras del hombre producían en su indefenso y maltratado cuerpo.

No tuvo más opción que asentir con la cabeza y ocultó la mirada, avergonzada sin una razón. Se lamió los labios un par de veces, nerviosa, tiritona y esperó a las preguntas de Joseph.

—¿Por qué abandonaste tu carrera de Relaciones Públicas? —disparó y Lexy levantó la mirada. Arrugó el entrecejo mientras su cerebro trabajó con prisa, reuniendo la respuesta—. Sé que dijiste que no era lo tuyo, pero algo me dice que no fue así...

Lexy se echó a reír con nervios antes de que el hombre pudiera continuar y si bien Joseph guardó silencio, esperando por su verdad, la joven se hizo esperar.

Se movió hasta la orilla de la cama y dejó que las piernas le colgaran hacia la alfombra, donde buscó alejarse de la insistente y aguda mirada de Storni.

Con las manos abiertas frotó sus palmas en círculos y titubeó de cómo comenzar. No era una historia larga, ni mucho menos complicada, pero se avergonzaba de decirlo en voz alta, de reconocerlo.

—Sin criticarme, ¿vale? —defendió sin mirarlo.

—Jamás —respondió Joseph, excitable.

—El primer año fue muy difícil, Joseph, me costó trabajo coger el ritmo de los profesores y de los demás alumnos, pero lo logré y me enamoré de la carrera, así que me matriculé para un segundo año —confesó y Joseph se iluminó al entender que era verdad, Lexy sí tenía entusiasmo por las Relaciones Públicas—. Mi padre tenía un mejor sueldo en ese entonces y me pagó un departamento más cerca de la sede universitaria y allí conocí a Esteban... —siseó y su voz se apagó con cada palabra. Joseph contuvo la respiración producto de la cólera que sentía al empezar a hilar la relación de Esteban con el abandono de la carrera que apasionaba a la muchacha—. Había un chico en una de mis clases... —Cerró los ojos para recordar—: Se llamaba Juan Carlos... —Se rio contenta y Joseph se sintió celoso sin saber un porqué—. Éramos amigos, pero a Esteban no le gustaba que me acercara a él. Se sentía receloso e inseguro de mi amistad con él e insistió muchas veces que debía alejarme Juanca' —susurró sin mirarlo—, fueron tantos sus ataques de celos y dramas callejeros; sus amenazas y advertencias, que terminé abandonando la carrera solo para darle en el gusto y para terminar con ese drama de adolescente tonta que no me dejaba dormir por las noches —lloriqueó y aunque la vergüenza ya se había acabado, no podía evitar sentirse cada vez más estúpida—. Le mentí a mis padres, al director de mi carrera, a mi abuela —sollozó con furia y tuvo una pequeña crisis de rabia muy característica de ella.

Joseph asimilaba sus crisis a arranques de frustración y rabia. De seguro la muchacha llevaba acumulando muchos desconsuelos dentro del alma y esas pequeñas crisis eran el reflejo de lo mucho que deseaba liberarse, ser feliz y continuar con su camino, ese que había dejado de lado para satisfacer a otros.

Siempre míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora