Capítulo 31.

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TOCÓ A LA HEMBRA EQUIVOCADA

Santiago

Enfurecido, bajo de la camioneta porque esa cena habría estado perfecta si ningún Morgado hubiese estado presente. La forma en que los aborrezco no es normal y solo empeora mi estado de ánimo.

Encima, haber visto a Vicenta vomitar durante casi toda la cena no me dio buena espina. ¿Y si aquel bastardo tiene razón y ella en verdad está preñada? Su expediente militar dice que no, pero ¿qué tal si sí lo está? No toleraría saber que carga a una rata en su útero, de solo imaginarlo siento que la sangre me hierve.

—Buenas noches, coronel —habla un soldado que reconozco. Es el tal Gallegos.

—¿Qué sucede?

—Estuve buscándolo porque el general de división me encargó que le mostrara la cárcel Hierro.

No entiendo para qué, pero acepto ir. Si no me distraigo voy a enloquecer con mis pensamientos. Así que sigo al soldado quien me dice que es un cabo mayor, rango que me asombra escuchar porque no sabía que existía tal cosa en México. Supongo que es algo nuevo.

La caminata a la cárcel es rápida, apenas la miro siento que la furia regresa en mí ya que fue en este puñetero lugar donde me enteré de la jodida verdad que Morgado estuvo ocultándome durante años.

Ingresamos a las instalaciones tras mostrar las identificaciones y un oficial nos hace un recorrido por cada pasillo y piso. Para ser una cárcel ubicada en México, está bien equipada, incluso mejor que una del primer mundo. De hecho, hasta tienen un gimnasio para que los soldados apresados entrenen y no pierdan condición. Están por mostrarme la zona donde hacen las ejecuciones a los criminales de alto peligro cuando la rata albina aparece tras nosotros.

—Pero mira nada más que desagradable sorpresa nos trajo la vida. ¿Vienes a tomar tu lugar en una de las cámaras de ejecuciones?

—Vengo a joderte la existencia, cuñadito —espeta sin gracia alguna y la sangre me hierve ante como me ha llamado.

El cabo mayor da un paso atrás cuando me giro para enfrentar a este bastardo.

—¿Por qué vergas nunca me dijiste que te casaste con ella?

—Deseaba que fuera una sorpresa —responde con cinismo, mirándome con burla mientras una sonrisa de completa maldad aparece en su asquerosa jeta que ansío reventar a puñetazos—. Y vaya que lo hice. Merezco un premio, ¿no crees?

—Lo único que te has ganado es que piense en las mil y una formas de torturarte, jodido bastardo. ¡Te dije cuídala, no amárrala con un acta de matrimonio!

—Sí, bueno... —se enoje de hombros y bosteza—, tampoco creas que ha sido tan fácil domesticarla.

—Vicenta no es un maldito animal el cual puedes domesticar —bramo, empujándolo a la pared donde se golpea. Le clavo el antebrazo en la garganta. Unos guardias buscan separarnos, pero de un grito los detengo—. No se me olvida como la trataste en el puto restaurante. ¿Quién vergas te crees ah? ¡¿Su dueño?! Porque déjame decirte que no lo eres ni lo serás jamás.

—Solo es una mujer, relájate.

—¡No es solo una mujer! —El primer puñetazo aterriza en su abdomen. El mentiroso traidor se dobla por la mitad y remato con un rodillazo para luego meterle un codazo en la cara. Sangre salpica el piso—. ¡Te vas a divorciar de ella si quieres llevar la fiesta en paz!

—Prefiero morir antes que dejarla.

—¡Pues ve pagando tu lugar en el cementerio porque ahí terminarás, hijo de la verga! —Pierdo el jodido control y lo golpeo a morir. Mis manos sueltan puñetazos con destreza y agilidad; el que siga herido de la putiza que le metí me facilita la tarea. Le desgarro la sutura que le hicieron ante la herida brutal que le hice en el brazo. Eso provoca que el marica grite en completo dolor por lo que aprovecho para darle cinco mortales rodillazos justo donde está el hígado. Esteban cae al suelo y le meto patadas en la columna, sin embargo, una bola de cinco hombres me detiene antes de que lo deje paralítico.

—¡Cálmese, coronel! —dicen ellos, pero no razono.

—¡Suéltenme a la verga! —vocifero, buscando alejarlos, pero están sosteniéndome muy fuerte que me desespero y eso es peligroso. De un cabezazo alejo al que me agarra por la cintura, eso desequilibra a los demás por lo que recupero la movilidad de mis brazos. Les meto un buen empujón que los manda al piso—. ¡En sus puñeteras vidas me vuelen a tocar, hijos de perra! ¡Están despedidos!

—Pero coronel...

—¡Lárguense ya!

Cada uno de los que tuvieron la osadía de tocarme salen de mi puñetera vista. Esteban ya no está en el suelo lo cual me embravece, pero me obligo a controlarme.

—Siempre te has creído más que los demás, Cárdenas —ríe con dificultad y limpia la sangre de su boca de forma temblorosa. Seguro está que desea gritar del dolor—, y has venido a México con ínfulas de superior cuando no eres nadie.

—Soy más que tú, eso puedo comprobártelo.

—Quién busca comprobar lo que es, significa a leguas que es un vil mediocre perdedor. Además... —sonríe con burla. La respiración se me torna violenta, pesada, errática. Siento mucha rabia bullir en mi interior que al final termino golpeando la pared hasta abrirme los nudillos. Eso lo divierte más—. Estás corriendo a mis empleados lo cual es gracioso porque no tienes ni voz ni voto en esta cárcel.

—Creo que se te olvida el puesto que tengo. Claro que puedo...

—¡Este lugar lo construí yo! —brama sin aliento, dirigiéndose a la salida mientras su brazo gotea sangre—. Así que vete a ordenar a otro lado que en mi cárcel no vendrás a mandar. Y si no me crees, busca en la papelería de la FESM para que mires quien es el puto dueño y el por qué se me fue otorgado el permiso para construirla.

Esteban se va dejándome con la palabra en la boca y solo sé que ese puñetero bastardo pagará por haberme visto la cara de imbécil durante tantos años.

Tocó a la hembra equivocada y eso le costará lágrimas de sangre.

Tocó a la hembra equivocada y eso le costará lágrimas de sangre

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Tempestad 1 (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora