Capítulo 7.

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MANSO NO SOY NI SERÉ

Santiago

Oymyakon, Rusia

—Ya está todo listo para su partida, coronel.

La voz de Maximiliano llega a mis orejas como el tronar de una bala. Termino de cerrar la maleta y lo enfrento sintiendo un déjà vu que me sabe amargo porque haber aceptado ayudarlo me jodió como no pensé que fuese a joderme. Solo sé que no he sido el mismo en meses, todo por la puñetera culpa de esa soldado descarada cuyo nombre clave ni quiero recordar.

Un aroma dulzón me hace enfocarme en la niña que Maximiliano carga. Dafne está un poco inquieta y le estira los cabellos negros mientras dice algunas cosas en ruso que no entiendo ya que suenan como susurros. Ella trae una muñeca muy despeinada en su manito izquierda. Mis ojos pasan de su extremidad a la del general supremo pues noto que sostiene la carpeta con los documentos que necesito para el intercambio que solicité a la FESM mexicana ya que, si bien no deseo toparme con esa cobarde infiel, tengo asuntos pendientes con la única mujer de ojos tempestad que me importa: Vicenta.

—Sabía que no me defraudarías —le digo, palmeando su hombro con mi mano ya que fue él quien se encargó de hacer los trámites pertinentes inventando la mentira de que estoy interesado en las hampas que manejan en ese país.

—Mi palabra es ley en todo el mundo, hijo —se mofa, guiñándome su ojo azul, haciéndome rodar los míos—. Ahora largo, tienes un plan que ejecutar.

—A que la verga. ¿Tan pronto te aburriste de verme la jeta? —suelto con sorna, provocando que ría pues la verdad la pasamos bien estos meses junto a mis hijos y su esposa. Tomo la maleta de mi cama y le arrebato la carpeta. Agito el cabello de la pequeña quien está ya tallándose el rostro por lo que deja en claro su cansancio—. Nos vemos luego, general Romanov. Cuide del comando y evite contactarme que a partir de hoy soy un recuerdo más hasta nuevo aviso.

Maximiliano asiente, hace un saludo militar el cual le correspondo antes de echar los hombros hacia atrás e iniciar a caminar con el mentón en alto por todo el pasillo de la fortaleza para dirigirme al aeródromo donde ya me esperan para llevarme a México.

Dejar este lugar es sentir que algo en mi pecho se estira y descose porque no veré a mis hijos por quién sabe cuántos meses, no obstante, también significa que enfrentaré mi pasado de una vez por todas después de tantos años.

El rugir de un animal salvaje me frena y lentamente giro a mi izquierda notando como un oso negro demasiado monstruoso emerge del bosque; su pelaje lleno de copos de nieve que solo realzan su belleza.

—Ya me voy, campeón —le digo cuando se coloca frente a mí. Le acaricio su pelaje y él sube una pata en mi hombro haciéndome reír—. Cuida de mi imperio y de mis hijos, ¿vale?

Oso vuelve a rugir y medio asiente, es como si me comprendiera. Sonrío y lo abrazo porque este animal siempre será muy especial para mí. Él no lo sabe, pero ayudó a un chiquillo traumado que se sentía extraviado tras perderlo todo.

De pronto, el grito de un niño llega a mi oreja tal cual el tronar de una bala.

—¡¿Te ibas a ir sin despedirte?! —me reclama Alessandro, llegando con sus patines en mano y su corona de diamantes sobre su cabeza—. ¡Eres un ingrato!

—Ayer me despedí de ti, Alessandro —le recuerdo, cruzándome de brazos. Mi hijo frunce el entrecejo y gruñe.

—¡Ayer es ayer, hoy es hoy, maldita sea!

Vale, está muy enojado, sin embargo, no puedo tomármelo en serio cuando tiene las mejillas sonrosadas, seguro estaba patinando como siempre desde que lo traje aquí. Además, luce muy tierno, tal como su madre lo era a su edad.

Tempestad 1 (Libro 2)Where stories live. Discover now