Capítulo 30.

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ASUNTO PERSONAL

Vicenta

A la mañana siguiente llego temprano a la Unidad de Operaciones Especiales, sintiéndome de pésimo humor ya que anoche lloré de furia, tristeza e impotencia ante lo que pasó en esa cena que tenía todo para ser perfecta.

De tonta pensé que Santiago vendría a buscarme, o que me llamaría para ver si llegué sana y salva, pero no lo hizo. De hecho, el imbécil lo único que hizo fue enviarme la factura de lo que le debo porque, al parecer, se le fue lo caballeroso cuando decidí evadir su pregunta.

Así que ahora le debo doscientos pesos, dinero que no sé de dónde diablos sacaré poque no tengo absolutamente nada. Esteban es quien controla mi tarjeta proporcionada por el ejército desde que nos casamos, así que no tengo posibilidad de conseguir dinero más que pidiéndoselo, y desde luego que no haré eso ya que entonces preguntará en qué me lo gasté y no pretendo decirle que fue por irme a cenar con el hombre que lo mandó al hospital.

Suelto un suspiro y me levanto del césped pues ya descansé un rato posterior a hacer demostraciones de los ejercicios que mis reclutas siguieron al pie de la letra. Ellos lucen nauseabundos e incluso pálidos, pero ni así piden tiempo fuera.

—Algo que deben tener en claro es que aquí ya no se trata de pensar en uno mismo —empiezo explicando, caminando de izquierda a derecha y viendo como varios de ellos se limpian el sudor de sus rostros—. Cuando se ingresa al ejército se hace porque seguirás la regla universal de cualquier militar: trabajar en equipo. Del mismo modo, aquí deben quitarse de la cabeza que son unos civiles, porque ya no lo son. Cada uno de ustedes son ahora soldados que aprenderán, en su momento, a manejar armas para dispararlas y a sobrevivir en un entorno tanto dentro como fuera del campo.

—Es por eso que confiscaremos sus celulares —añade Alekz Gallegos, el cabo mayor que está brindándome apoyo en esto—. Necesitamos que estén 100% concentrados en lo que hacen porque, de otro modo, serán arrestados un par de días para después ser despachados a sus hogares.

—¿Y las redes sociales? ¡No puedo estar incomunicado! —sisea uno, el más joven de todos. Tiene apenas diecisiete añitos y se nota que no quiere estar aquí.

—¿Incomunicado? —cuestiono, cruzándome de brazos—. Qué yo sepa, estás rodeado de compañeros, Mondragón.

—¡Pero no tengo nada en común con ellos, capitana!

—¿No? —alzo una ceja, y Mateo Mondragón aprieta ambas manos en puños. Desde la mañana he tenido problemas con él quien simplemente no deja en paz su celular. Lo pasé por alto ya que hizo cada uno de los ejercicios, pero en cada oportunidad saca ese aparatejo para hacer quien sabe qué cosas—. Si estás en este campamento de entrenamiento es porque evidentemente tienes algo en común con todos tus compañeros, Mondragón. ¡Así que déjate de niñerías y entrégale el celular al cabo mayor!

—No quiero.

—¿Prefieres entonces pasar un mes en la cárcel? —presiono, acercándome a él y, aunque es más joven que todos aquí, es más alto que yo y su masa muscular deja en evidencia que, antes de postularse para la FESM, hacía ejercicio por su cuenta—. Porque déjame decirte que yo estuve ahí un largo año, ¿y adivina qué? ¡No hay internet y tu único compañero es la celda en donde te encierran!

—Pues sí. Prefiero mil veces eso que estar aquí —me gruñe, mostrándome incluso los dientes y eso me hace rodar los ojos para después tomarlo de la oreja y sacarlo del campo.

—¡Por hoy el entrenamiento ha terminado! —vocifero a la distancia, soltando la oreja de Mondragón para tomarlo de la muñeca—. ¡Quítales los celulares y llévalos a mi oficina, Gallegos!

Tempestad 1 (Libro 2)Where stories live. Discover now