Capítulo 9.

3K 254 38
                                    

LOS MONSTRUOS COMO ÉL

Vicenta

—Llevas siete malditos años de casada.

Las sandalias que sostengo en mi mano izquierda escapan de entre mis dedos, deslizándose hasta el suelo de mármol con un estruendo que me hace dar un brinquito. Aunque el sonido no es ensordecedor, resuena en la habitación, agudizando la tensión que cuelga entre nosotros, una que ha estado pendiente desde la última vez que compartimos un momento juntos.

El corazón empieza a martillearme con furia, a la par que el calor me abrasa la piel, de modo que el mínimo roce de tela me hace sisear. No me muevo, porque sé que, si no lo hago, él no me verá. No obstante, puedo sentir su escrutinio en mi espalda; su mirada siempre ha sido penetrante, de esas que parecen querer ver a través de tu alma para chuparte hasta los tormentos.

Aquella conversación que escuché mientras me dirigía a casa de Esteban el día anterior llega a mi cerebro para noquearme. La tal Melanie dijo que un nuevo coronel llegaría a la base, y tontamente creí que sería otro, pero no.

Es él.

Bestia está aquí.

Y ruego al mismísimo Diablo que su estancia en el país, que su intercambio a la FESM mexicana, sea precisamente porque está genuinamente interesado en las hampas que perseguimos y no porque, de algún modo, desea vengarse de mí confesándole a Esteban lo que hicimos.

En cuestión de segundos su característico olor a marihuana con hierbabuena inunda la habitación donde estoy alojándome. Intento relajarme, pero un repentino nerviosismo me somete, pues jamás imaginé que nos volveríamos a topar, menos aun cuando, de algún modo, elegí estar con Esteban.

Pasos acercarse me ponen alerta, más no me atrevo a moverme ni un solo centímetro. Estoy en shock por este repentino encuentro. El rechinido de sus zapatos reverbera en mi pecho mientras mi respiración empieza a ralentizarse, mis sentidos alterándose.

—Ahora entiendo por qué no volteaste ni una sola vez cuando te alejaste del mierdero que hiciste con Ahmed Makalá —sigue hablando y, de pronto, sus pasos se detienen solo para revelar que está tras de mí, pues puedo sentir su calor corporal tras mi espalda. La tela de mi blusa de manga larga es de algodón, pero se percibe como si fuese acero caliente—. Sin decirlo en voz alta, lo elegiste a él. Desde el inicio, fue siempre él, y a mí solo me utilizaste.

—Mi lugar es al lado de mi esposo —respondo al fin, mi voz saliendo bajita pero firme—. ¿Qué haces aquí?

—¿Estás enamorada de Morgado?

Evasión. Conozco tan bien el significado de la palabra porque día a día la hago parte de mi vida cuando finjo que nada pasa.

—Esa pregunta te la respondí el día que me ayudaste a asesinar al doctor y a su enfermera —le recuerdo, viajando a ese momento donde mi sadismo se descontroló solo para embonar con el suyo. Por más retorcido que haya sido, fue perfecto.

—Dijiste que lo último que sentías por él es amor, aun así, hiciste todo lo posible por rescatarlo y después te fuiste con él. Tú me dejaste por él, Sirena.

El nombre clave que usé en ese operativo está tintado de furia y decepción, algo que no deseaba que él sintiera por mí después de que compartimos tanto.

Me armo de valor y me giro con rapidez, solo para quedarme perpleja ante el hombre que tengo a escasos centímetros de mi rostro, lo cual me hace fruncir un poco el ceño porque luce distinto. Es decir, ya no parece tan mayor ni está tan moreno a como lo recordaba. En su lugar, hay alguien de piel canela perfecta sin ningún rastro de vello facial, por lo que puedo ver su cincelada mandíbula fuerte que está contraída, tensa. Si antes lo consideré atractivo, ahora está más que hermoso.

Tempestad 1 (Libro 2)Where stories live. Discover now