Capítulo 23.

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LA CAPITANA QUE DESEO

Vicenta

Llenar los informes sobre los reclutas me llevó horas. A cada uno tuve que hacerle sus expedientes y en ellos relaté minuciosamente las actividades que estuvimos haciendo en el campamento de entrenamiento.

Anoté debilidades y fortaleza, así como también organicé un plan que servirá para darles seguimiento en sus primeras semanas aquí. Esto se lo mandé al general brigadier a su correo, más que nada porque sé que no podré estar a diario con los reclutas debido a mi colaboración con los Jäger.

Haber ocupado mi mente por tanto tiempo me resultó de mucha ayuda después de la avalancha que experimenté con esa bestia que deseo cachetear. No obstante, todo lo bueno llega a su fin, y ahorita que he terminado mi jornada laboral tendré que soportar los miles de pensamientos que revoloteen en mi cerebro, algo que honestamente quiero evitar.

Ingreso al edificio A para dirigirme a la cafetería a buscar algo de cenar ya que las tripas no dejan de rugirme. Pretendía venir hace una hora, es decir, a las siete de la tarde, pero no quise dejar mi trabajo hasta acabarlo. Para mi fortuna, la cafetería está vacía, así que puedo atascarme de comida a mis anchas.

Saludo a la cocinera a quien le pido un lonche de pollo y zanahorias en rajas con aderezo ranch. Ella me sonríe amable, diciéndome que enseguida me lo hace.

—Mientras espera, la invito a probar este postre nutritivo —me dice la mujer, sacando una charola rectangular plateada del horno la cual está llena de galletas con chispas chocolate encima. El cuerpo entero se me tensa mientras retrocedo al pasado, uno que me pone a arder mis ojos—. Están hechas con harina de arroz, y dentro tiene nueces. Tenga.

La cocinera me entrega la charola, y para no hacerle un desplante, la tomo con manos temblorosas, pero evito mirarlas porque solamente me recuerdan a situaciones que nunca debí experimentar. Es por eso que enfoco la puerta que tengo a mi derecha, sintiendo la imperiosa necesidad de salir corriendo.

—¿Qué pasa, señorita capitana? —su voz me hace regresar la mirada a ella de forma abrupta. El corazón latiéndome desbocado ante lo que sostengo en ambas manos—. ¿Está caliente la charola?

—No, no... —trago saliva y miro la charola, mis ojos empañándose ante las lágrimas que no pretendo soltar—. Es solo que las galletas me hicieron recordar algo de mi infancia —digo en un hilo de voz, mis dedos sintiéndose como si tuvieran lava de volcán encima. Ella, al notar que mis manos están temblando, me quita el objeto plateado para dejarlo encima de la barrita que nos separa.

—Lo siento si la incomodé con el postre, señorita capitana. No era mi intención traerle malos recuerdos —dice con tono suave, como si estuviera dispuesta a escucharme si decido compartir mis pensamientos, algo que evidentemente no haré jamás con ella ni con nadie.

Respiro hondo, intentando controlar las emociones que han resurgido como el peor de los terremotos, pero la primera lágrima cae, una que rápidamente limpio con la manga de mi chaqueta militar.

—Descuide. No ha sido su culpa. Podría... ¿Podría por favor hacerme mi lonche para llevar?

—Claro que sí. Ya vuelvo.

La mujer se retira a la cocina de forma apresurada mientras yo me quedo aquí con el detonante que me tiene sintiéndome helada.

Diez años...

Solo tenía diez malditos años cuando el Lobo Feroz me llevó a ese hotel para darme unas galletas con chispas de chocolate "especiales". En ese tiempo no supe su gran significado, pero con el tiempo supe identificar esa sustancia viscosa que le puso encima posterior a tocarse frente a mí.

Tempestad 1 (Libro 2)Where stories live. Discover now